Desayunamos en nuestro hotel, que nos va a costar dejar porque es posiblemente nuestro preferido del viaje, por las instalaciones, la ubicación y el excelente trato del personal. Hoy nos vamos a Pingyao, otra ciudad amurallada de China en la que pasaremos tan solo un día… porque hacemos noche en el tren, así que es normal que nos dé lástima dejar la comodidad de nuestro hotel.
Viajeros al tren
Nos vamos al metro, que es como un viaje en sí mismo porque el recorrido es larguísimo y los pasillos eternos. Tardamos casi más en llegar al andén correcto que en el trayecto en metro en sí. Como no lo teníamos previsto, llegamos muy justos al tren, pero por suerte a tiempo.
Tras otro placentero viaje en tren, la verdad es que los trenes en China están de lujo, llegamos a Pingyao. La estación de alta velocidad está algo retirada de la ciudad, por lo que tenemos que coger el bus local. Por suerte, está justo en la puerta y cuando salimos acaba de llegar, así que no hay pérdida posible. Nos deja a un par de kilómetros de la estación de tren antigua, que es donde tenemos que ir a dejar el equipaje para coger el tren de esta noche. Como hace calor y vamos cargados, cogemos un Didi que nos deja allí en un par de minutos.
En la estación no hay taquillas, pero nos indican que en una tienda cercana nos guardan las mochilas por 10 yuanes, precio estándar. Con el equipaje a buen recaudo, nos vamos a pie a la ciudad antigua, que está a unos 10 minutos aproximadamente.
Aprovechamos para comer algo en un puesto callejero donde vemos que hay mucha demanda, todo gente joven y aparentemente estudiantes. Es pronto para comer, pero no sabemos qué nos encontraremos dentro de al muralla y preferimos aprovechar ahora. El plato estrella resulta ser una especie de crepe de arroz relleno de tallarines, verduras y salsas de muchos colores. Está curioso, no diríamos que delicioso, pero tampoco es horrible. Es principalmente raro.
Una vez terminado, nos encaminamos hacia la ciudad antigüa. El acceso es gratuito, pero hay que sacar un ticket si se quiere visitar el interior de las casas tradicionales, hoy reconvertidas en museo, y subir a la muralla. Mientras compramos el ticket nos cogemos unos mooncakes de patata dulce y una especie de rosquillas, de postre y para el desayuno de mañana. Probamos otras cositas porque somos una gente incapaz de resistirse a un puestecito callejero de comida, como un helado de arroz y uva que resulta estar caliente. Curioso.
Pingyao
Pingyao fue fundada durante la dinastía Zhou Occidental (1045-256 a.C.) y se desarrolló significativamente durante las dinastías Ming (1368-1644) y Qing (1644-1912). Se convirtió en un importante centro financiero durante la dinastía Qing, hogar de los primeros bancos chinos, conocidos como «piaohao». Es un ejemplo sobresaliente de una ciudad tradicional china y ha sido reconocida como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1997.
A nosotros nos recuerda un poco a Jiva, quizás por la muralla, quizás por el hecho de que todo sean museos visitables con un ticket único, quizás por lo extremadamente turística que es y por esa sensación de «cartón piedra» que se vive en sus calles. No se puede negar que es una preciosidad de lugar, pero totalmente carente de vida. Y eso es un dilema que se nos suele presentar a veces, hay ciudades mucho menos bonitas como Khujand que a nosotros nos calaron más precisamente por esto, porque rebosaban vida y autenticidad. Sin tener nada especial, sin ser significativamente bonitas, son ciudades que te enamoran por su gente, por su movimiento, por su vida… Pingyao es como un cascarón vacío, precioso, pero hueco. En ese sentido, Xian nos ha parecido bastante más auténtica. Aún con todo, Pingyao es una belleza de sitio. Eso es innegable. Y el interés histórico de sus museos incuestionable, claro está.
En el siglo XIX, Pingyao era el corazón financiero de China, con numerosas instituciones bancarias que gestionaban gran parte de las transacciones comerciales del país. La primera agencia bancaria china, Rishengchang, se estableció en Pingyao en 1823. Hoy día se puede visitar con la tarjeta que comentamos, y ver algunos objetos conservados en su interior. Tiene una cámara acorazada que, según indican, estaba protegida por ninjas.
Las casas en Pingyao suelen ser siheyuan, estructuras con patios cerrados rodeados por edificios en los cuatro lados. Estas casas reflejan la vida cotidiana y la cultura de las antiguas familias chinas. Se pueden visitar distintas casas y, la verdad, todas tienen una estructura muy similar con pequeñas diferencias. Principalmente el museo que albergan. Por ejemplo tenemos un museo de las artes marciales, otro de los escoltas, de folclore.. hay bastante variedad y es interesante, aunque llega un momento en el que agota. Es curioso, eso sí, cómo la disposición de las casas y los materiales de construcción hacen que se mantengan frescas en su interior.
Visitamos el templo taoísta Chenghuang, que tiene unos preciosos tejados azules, y el Templo de Confucio, donde aún se pueden ver las salas donde se examinaban los funcionarios de la administración china.
La muralla
La muralla de Pingyao, construida en el siglo XIV durante la dinastía Ming, es una de las murallas urbanas mejor conservadas de China. Tiene una longitud de aproximadamente 6 kilómetros, con 6 puertas y 72 torres de vigilancia. La muralla tiene una altura de 10 metros y una base de 4-6 metros de ancho. No es tan espectacular como la de Xian, pero es también una pasada.
Subimos con nuestro ticket mágico y nos disponemos a recorrerla, obviamente no podemos hacer la vuelta completa, pero damos un buen paseo. Cuando regresamos, notamos que no queda nadie y nos parece raro. Vemos a unos señores limpiando y les preguntamos, nos dicen que han cerrado hace rato. Entramos en pánico porque, efectivamente, la puerta de acceso está cerrada con un candado. Por suerte, uno de los señores tiene la llave y nos abre para que podamos salir.
En la plaza se amontonan las princesas chinas y la ciudad se ha llenado de gente, tanto que cuesta caminar por sus calles. Está todo a rebosar. Nosotros nos encaminamos hacia la estación y, de camino, cogemos unos dumplings para cenar y unas fresas caramelizadas con piña recién cortada. Se nota que la estación es más vieja que las de alta velocidad, la diferencia es abismal. También con el tren, que no está mal, pero se ve más antiguo. Tenemos un compartimento con 4 camas, repartidas en dos literas. Nos toca una litera y al lado una chica.
A mitad de la noche, en una de las estaciones, sube una señora gritando, encendiendo la luz y dejando la puerta abierta. La típa se mete en la cama sin molestarse en apagar la luz ni cerrar la puerta, así que nos toca hacerlo a nosotros. Para colmo, ronca como un oso y no nos deja pegar ojo en toda la noche. Menudo horror.