Diario de NY (7): De Harlem a Brooklyn
Diario de NY (7): De Harlem a Brooklyn

Diario de NY (7): De Harlem a Brooklyn

 

Amanece soleado en Manhattan, aunque las temperaturas han caído en picado. Hace bastante frío y un aire de lo más incómodo. Por suerte, me encuentro mucho mejor. Ni rastro del dolor de garganta de ayer.

Salgo hacia Spring st. para coger la línea azul. Voy a la 125th st, en pleno Harlem, en busca de una misa gospel. He oído hablar muchísimo de ellas, pero nunca he estado en una. Bajo por la 125th hasta encontrarme con una de las iglesias que he visto recomendadas, la “Antioch Baptist Church”. Una cola enorme de turistas me indica que estoy en el sitio correcto. Son todos españoles. Eso me escama.

Un hombre de la iglesia deja entrar a unas cuantas personas. Nos explica que el aforo para turistas está completo y que tenemos que esperar a que los que han entrado salgan. Nos quedamos en la puerta mientras tanto, hablando. La pareja que está detrás se va hoy de Nueva York, llevan aquí una semana. Me hablan de un restaurante de comida kosher en el downtown que tiene buena pinta, así que me anoto la dirección. La pareja de delante ha venido desde Vitoria, es su primera vez en Nueva York. Son un matrimonio de unos sesenta años, que me hablan de sus viajes por el mundo. Han estado prácticamente en todas partes. Me encanta escucharles. Me imagino a mí misma así algún día y sonrío.

 

Nos dejan pasar como una hora más tarde, cuando los turistas del primer grupo sale. Lo primer que hacen es pasarnos un sobre, para los donativos. Luego nos dejan entrar. La iglesia es pequeña, con dos filas de bancos en los laterales y un altar en el frente. Es bastante sencilla, aunque la decoración no es en absoluto austera. Vidrieras de plástico adornan las paredes y hay incluso un televisor retransmitiendo la misa para las filas de atrás. Demasiado preparado, pienso. Nos ponen en unos bancos al fondo. La misa la dirige una mujer, que viste una túnica negra y habla a través de un micrófono. Tras decir un poco lo típico de todas las misas (Dios te quiere y demás), pide que los turistas nos acerquemos al altar. Una vez allí nos suelta un discurso del estilo al anterior y nos reparte unos libritos con salmos. Después nos hacen sentar en los bancos del fondo de la sala. Cantan una canción, que creo que es lo que todos estaban esperando  al ver la cara de alegría de los turistas y nos reparten unas cápsulas. Cuando reparo en lo que es me quedo de piedra: el cuerpo de Cristo en cómodas monodosis. La comida del avión hecha religión. No doy crédito. Entre indignada y fascinada, me guardo la monodosis en el bolso. Una señora me mira como si fuera una hereje, pero me da igual. No soy yo quien ha convertido mi fe en una atracción de feria. Me pregunto de quién será la culpa de que esto suceda: si de los turistas que empezaron a incluir las misas gospel en las guías de viaje o de quienes se aprovecharon de ello para crear un negocio. No lo sé. He asistido a actos religiosos de otras creencias y nunca he visto nada igual. Claro que entonces yo era la única extranjera presente y no creo que tan siquiera pudiera ser considerada una turista. Me despido de los españoles con los que he estado esperando la cola y me voy al metro.

Bajo hasta la 34th st. Voy a B&H, una tienda inmensa de electrónica. Hoy es el útimo día de mi estancia aquí que abren porque la semana que viene empiezan las festividades de Sukkos y estarán cerrados (es una tienda judía y celebran las correspondientes fiestas religiosas) así que quiero aprovechar para mirar un par de cosas. Voy de departamento en departamento mirándolo todo y consultando a los dependientes. Me sorprende lo amables que son. La última vez que estuve en una tienda similar a esta en España recibí un trato pésimo. Aquí no solo saben vender, además saben perfectamente lo que venden. Me paso casi una hora probando diferentes objetivos para mi cámara y el dependiente que me atiende me da multitud de consejos e indicaciones. Después repito en la zona de trípodes, después de pasar un buen rato probando diferentes marcas y modelos termino quedándome con uno pequeño y ligero, pero bastante robusto, justo lo que necesitaba. Además el chico que me atiende resulta ser de lo más simpático y acaba dándome un montón de indicaciones sobre Williamsburg, uno de los barrios de Brooklyn que quiero visitar y en el que da la casualidad de que él lleva viviendo cuatro años. Me podría pasar la tarde entera aquí, pero mi economía acabaría por resentirse, así que regreso al metro y bajo hasta la 14th st. De camino paro a hacer algunas fotos en una tienda de guitarras.

Mi siguiente parada es el mercado de Chelsea. Me encanta este lugar. Tiene cierto aire londinense, me recuerda mucho a Camden Town, de hecho. Recorro las tiendas tranquilamente, parándome un rato largo en la librería, cómo no. Todo está lleno de calabazas. Montones de calabazas por todas partes, diminutas, enormes, talladas, naranjas, blancas, verdes… Es impresionante. Estamos a 5 de octubre y ya parece que es Hallowen. Supongo que cuando estén retirando las calabazas empezarán a colocar los adornos navideños.

Salgo del mercado y cruzo la calle para subir al High Lane. Es la primera vez que vengo y me parece espectacular. Además, la temperatura ha subido ligeramente y con el sol que hace hoy resulta muy agradable estar aquí. Hay incluso tumbonas, aunque están todas ocupadas. Me quedo un rato haciendo fotos y observando a la gente. Me encanta la manera en que los neoyorquinos parecen buscar refugio en estos pequeños oasis urbanos. En una ciudad con tanto movimiento, resulta raro ver a la gente estar sentada sin más, sin prisas, sin destino. Me fascina.

Regreso al metro, de nuevo línea azul, esta vez dirección a Brooklyn. Me bajo en High st para ir a DUMBO, el barrio que hay justo a los pies del puente de Brooklyn. Tienen un parque maravilloso desde el que se ve la ciudad y que, como no podía ser de otra manera, está en obras. Medio parque está inhabilitado, así que me conformo con hacer fotos en el otro medio. Me gusta la vida que tiene este lugar. Un hombre hace pompas de jabón que los niños juegan a perseguir. Una chica joven posa en ropa deportiva para dos fotógrafos. Un grupo de chicas corren de un lado para otro con un lazo rosa enorme que van colgando por donde pueden. Turistas haciéndose selfies, fotógrafos profesionales, parejas de enamorados, familias… Me siento en una de las sillas que parece haber en todas partes de esta ciudad y me pongo a hacer fotos. Cuando empieza a anochecer camino hasta el final del puente para cruzarlo.

Cruzar el puente de Brooklyn es una experiencia mágica. En mi opinión, mucho mejor hacerlo en dirección a Manhattan porque las vistas son espectaculares, más aún de noche. Las luces de la ciudad me dejan sin aliento. A lo lejos el Empire State, la estrella polar de la gran manzana parece colarse entre los arcos del puente de Mahattan. Intento capturarlo en una foto, pero la cámara no le hace justicia. Mucha gente cruzando el puente hoy, muchos ciclistas. Empiezo a ver los primeros candados en los laterales. Ahora entiendo que el amor no es algo que deba encadenarse. En realidad  el amor, cuando es de verdad, lo invade todo. Lo inunda todo. Te llena. Y no hay necesidad de encerrarlo bajo llave porque lo es todo. No hay de dónde huir. No es necesario hacer prisioneros. Supongo que ese es el problema: entendemos el amor como una cárcel, con cerraduras y llaves perdidas. Y quizás el amor sea más sobre saltar precipicios. Cerrar los ojos. Dejarse caer. Perder el miedo a las alturas. Ser libre.

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