Hoy tampoco nos levantamos pronto. La furgoneta compartida hacia Ushguli sale las 10 de la mañana, ni antes ni después. Además que es absurdísimo porque salen todas a la vez, se llenen cuando se llenen.
Bajamos al pueblo un rato antes a buscar algo de desayunar, pero entre que en este país el precio del café es de locos y que, concretamente en este pueblo los precios están bastante altos, no encontramos nada que nos cuadre. Al final terminamos comprando pan en una panadería (no sabemos qué nos vamos a encontrar en Ushguli para comer o si tendremos tiempo, pero para eso llevamos nuestro infalible jamón ibérico) que combinamos con un poco de chocolate y un zumo que compramos en un supermercado, por cierto a precio de oro y mucho más elevado que el que pone en las etiquetas.
Rumbo a Ushguli
Estamos un poco nerviosos con el trayecto, puesto que la señora que nos lo vendió ayer nos dijo que nos pasarían a buscar al alojamiento… pero hoy hemos ido a confirmarlo con ella y no está. Viendo cómo funcionan las cosas aquí, no creemos que vayan a pasar por allí y, en cualquier caso, preferimos asegurar. Así que nos quedamos a coger el transporte en el propio pueblo.
Un rato antes de las diez, le enseñamos nuestro billete a alguien que nos pregunta si queremos ir a Ushguli y nos dice que lo podemos cogerlo ahí tranquilamente. De hecho, nos señala una furgoneta y nos montamos en ella directamente. A la vez se monta un chico coreano en el asiento delante, y nada más montarse nos pregunta que si queremos ir al glaciar Shakara y que si queremos compartir taxi: empezamos bien, porque es justo lo que queríamos y nos viene de perlas compartir gastos.
Un minuto antes de las diez se montan unas chicas alemanas y otra pareja mayor y ya nos vamos. Teníamos en mente que la carretera iba a estar muy mal y que se necesitaban 4×4 pero la verdad es que no es así: es una pista forestal en bastante buen estado que va a serpenteando entre montañas y pinos, justo al lado de un río que nos va dirigiendo más y más alto. El trayecto hasta Ushguli lleva como hora y media, y nada más llegar nos ponemos a buscar a alguien más con el que compartir el trayecto hacia el glaciar: al igual que ayer, el camino es bastante largo desde el propio Ushguli (tres horas y algo) y se puede acercar uno en 4×4 hasta el inicio del camino como tal, única opción posible si queremos hacerlo en el día y regresar a dormir a Mestia.
Preguntamos a bastantes personas y grupos, pero parece que todos se van a quedar por el pueblo, cosa que no entendemos muy bien puesto que no tiene mucho que hacer, por no decir nada. Intentamos negociar con alguno de los conductores que hay por allí para ver si nos acerca por menos de los 150 laris que nos piden, y al final conseguimos dejarlo en 100 lari, cosa que nos parece bien a repartir entre tres, contando con el chico coreano. Las dudas que tenemos principalmente son si nos da tiempo a hacer el trayecto y el tiempo, que amenaza lluvia, pero finalmente nos decidimos y nos vamos para allá.
El glaciar Shakara
El trayecto en coche es de unos 25 minutos por una pista que, si bien no está mal,tampoco nos habría aportado nada recorrerla. Según nos bajamos del 4×4 empieza a llover, con lo que nos ponemos nuestros pantalones de lluvia, nuestro chubasquero, la funda de la mochila y empezamos a andar con la cabeza gacha. El camino es bastante sencillo, aunque tiene unas cuantas cuestas bastante importantes que nos dejan sin aliento… al fin y al cabo estamos a bastante más de dos mil metros de altitud y el oxígeno es menor de lo que estamos acostumbrados.
Sin embargo, lo que realmente nos deja sin aliento, es ver que nos hemos confundido de camino tras andar bastante: nuestro camino se ha cortado en la cima de una colina y vemos a bastante gente andando pegada al río, muy por debajo de nosotros. Aparte del fastidio de habernos subido estas cuestas para nada, lo peor es que no sabemos si tenemos tiempo de llegar al glaciar, ya que el hombre del 4×4 nos espera a las 3 para ir de vuelta a Ushguli y coger la marshuska a Mestia a las 4:30. Ponemos la directa y seguimos el camino, ahora sí, hasta llegar al glaciar justo a tiempo: ¡hemos tardado 30 minutos en hacer lo que se supone que deberíamos haber tardado 45! Y eso que la parte final del trayecto era mucho más complicada, el suelo repleto de piedras con barro no era nada amigable.
No se puede llegar tan cerca del glaciar como ayer, por riesgo de desprendimiento, y además este está bastante más mezclado con tierra en comparación. Aun así, la ruta merece mucho la pena, simplemente por las vistas de los picos, aunque eso no siempre se ven porque se han ido nublando y desnublando con el paso del tiempo. De hecho, la mejor vista de todas la hemos tenido cuando nos hemos perdido.
Volvemos mucho más relajados coma ahora que vamos en tiempo y, además, tenemos la suerte de que deja de llover un ratillo, lo que nos da tiempo a sacar nuestro jamón y el pan que compramos esta mañana y disfrutamos de un almuerzo maravilloso entre las montañas.
Llegamos al 4×4 de vuelta a tiempo, con el coreano alucinando porque él, que no se ha perdido, no ha conseguido completar el trekking. Para nuestra sorpresa, ahora compartimos además con tres chicos italianos que se han unido a la vuelta y que se conoce que van a pagar los 50 lari que nos han rebajado a nosotros. Uno de estos chicos habla ruso y la comunicación con nuestro conductor, que no habla nada de inglés se vuelve mucho más fluida y divertida. ¡Tanto que al final terminamos compartiendo una botella de grapa entre todos!
Le pedimos que nos pare justo antes de llegar al pueblo para poderlo observar y hacer algunas fotos desde la iglesia. La verdad es que el pueblo en sí mismo no tiene nada, más allá de las torres tradicionales de la zona de Svaneti, pero está en un lugar idílico entre las montañas y extremadamente fotogénico.
Después de recorrer Ushguli, cogemos nuestro transporte de vuelta a Mestia, que sale puntual. Llegamos mestia sobre las 6 de la tarde,perfecto para aprovechar y recorrer la parte del pueblo que nos queda. Por ejemplo, subir a una de las torres que tienen conservadas. El interior de la torre es interesante, aunque lo tienen bastante peligroso y poco accesible. Hay que subir por unas escalas que se mueven y a las que cuesta agarrarse para subir y bajar. Además, la zona que tienen habilitada como mirador es el tejado, que está en un estado bastante lamentable con agujeros, clavos oxidados saliendo y madera quebradiza por todo el tejado. Un peligro, vamos. No repetiríamos y no lo recomendamos en absoluto.
Desde ahí, subimos un poco más hasta el final del pueblo para ver el atardecer. Obviamente, nostomamos una limonada de pera, gran hallazago en este país. Luego nos bajamos directamente para buscar algún sitio para cenar, cosa que sorprendentemente cuesta bastante encontrar. Ayer había muchos sitios, hoy hay varios cerrados y el resto o están llenos o tiene unos precios bastante altos. Al final volvemos al sitio cutre de ayer. Merece la pena simplemente por ver la sonrisa del hombre al recordarnos y ver que hemos vuelto. Sigue sin tener la mayoría de los platos, pero probamos un lobio que no está mal y una ensalada abundante de pepino y tomate típica de la zona. Un poco más adelante, vemos otra tienda que tiene tartas y cogemos una de leche, galleta y chocolate y volvemos comiéndola hasta nuestro alojamiento, para darnos una ducha e irnos a la cama.