Nos levantamos, otra vez sin mucha prisa ni demasiado temprano. ¡Casi no parece uno de nuestros viajes! Hoy nos toca coger un vuelo desde Kutaisi a Mestia y solo existía este horario, así que tampoco es como si pudiéramos elegir…
Adiós, Kutaisi
Después de recoger, nos bajamos al centro del pueblo a desayunar unos panes con queso muy ricos y, mientras buscamos un sitio que vimos ayer, damos con una calle en la que hay ventanitas de queso y pan. Se parecen a las ventanitas cubanas, pero con gente menos maja y todas seguidas. Lo de menos majos lo decimos porque aquí en Kutaisi la gente es un poco distante, muy rusa… casi nadie nos sonríe, no quieren que les hagamos fotos y suelen responder de manera bastante tajante con un “sí” o un “no”. No es que sean maleducados o bordes, pero ciertamente no te dejan acercarte demasiado ni dan lugar a una conversación, aunque hay excepciones.
Después vamos al mercado a aprovisionarnos de churchkhelas de todos los sabores para los próximos días y pedimos un taxi. Ayer estuvimos preguntando para ir en marshrutka, pero hay que irse hasta otro pueblo en una, después hacer transbordo varias veces… y vamos, que no sale a cuenta la incertidumbre por 19 laris que nos cuesta el taxi. Además, nos recoge un taxista de los de ayer, que se acuerda de nosotros.
En el aeropuerto no hay ningúna indicación ni mostrador para nuestro vuelo y, por mucho que preguntamos, no nos dicen nada más que esperemos, que ya anunciarán algo por megafonía. Y, efectivamente, con 20 minutos de retraso lo anuncian y pasamos rápidamente hasta la pista, donde nos espera un pequeño avión de hélices con capacidad para 20 pasajeros que, además, va lleno. Todo bastante rudimentario. El despegue es bastante tembloroso pero luego las vistas hacen que merezca todo la pena. Podemos contemplar las montañas en todo su esplendor y volamos entre picos de 5000 metros de altura, sobrevolando los valles del Cáucaso y viendo las cosas muy cerca. ¡Es una pasada! Si teniamos alguna duda sobre venir hasta Mestia por aire o carretera, se han disipado todas. Sin lugar a dudas, esta es la mejor opción.
Hola, Mestia
Aterrizamos en menos de media hora en un pequeño aeropuerto y, después de negociar un poco el taxi con el que parece ser el único taxista del lugar, conseguimos llegar a nuestra alojamiento por 10 laris. Ya nada más llegar nos llaman la atención varias cosas: la primera es que no estamos en el propio Mestia, si no en un pueblo cercano, o más bien en un barrio alejado de centro… todo lo alejado que se puede estar en un pueblo de 5000 personas, claro.
Lo segundo es que nos cuesta encontrarlo porque es edificio de están medio construyendo, aunque es cierto que nuestra habitación y nuestra parte está bien, pero la otra mitad del edificio está en obras. Lo importante es que ahora sí tenemos baño privado y una terraza con unas vistas maravillosas a las torres de mestia. Estás Torres son Patrimonio de la Humanidad y una rareza de este valle: se construyeron en la edad media para defenderse y se han mantenido hasta hoy en día, siendo ya parte del paisaje.
Nos bajamos dando un paseo para comer en el pueblo, donde probamos unas berenjenas con nueces muy ricas y el kachapuri típico de esta zona que es el kubdari, con carne picada y cebolla además del queso, y que resulta estar muy rico. En cada zona de Georgia tienen su propio kachapuri, pero eso lo explica mejor nuestra amiga Andrea en su blog.
Antes de comer hemos aprovechado a reservar el billete del taxi compartido para mañana para ir a Ushguli: nos ha salido mucho mejorde lo que pensábamos, puesto que te veíamos que solo se podía en taxi privado por 90 € y al final vamos a ir en autobús por unos 17 cada uno y de vuelta (50 GEL).
El glaciar Chalaadi
Mientras comemos, le pregunto al taxista que nos ha traído desde el aeropuerto que por cuánto nos llevaría al inicio del camino de glaciar de Chalaadi. Cuando nos confirma que un amigo suyo nos puede llevar y esperarnos hasta que volvamos por 80 laris, salimos corriendo para prepararnos en el alojamiento. Ya son las 3 de la tarde y no queremos que se nos haga mucho más tarde. Nos podamos quedar sin luz en el camino.
El conductor nos recoge puntualmente y nos acerca primero por una carretera, y luego por un camino sin asfaltar, hasta el acceso del camino de glaciar, que es un puente colgante en un estado bastante ruinoso y con una pinta un poco turbia. El camino es bastante sencillo y está bien indicado en algunos tramos, en otros no tanto. La primera parte transcurre por un bosque y más adelante se sale a un claro desde el que se pueden ver todos los picos de la cordillera y el propio glaciar.
La verdad es que no teníamos muy claro si iba merecer la pena venir, pero el paisaje es espectacular. Una auténtica maravilla, y además con muy poca gente. En total, tardamos algo más de 3 horas en subir y bajar, aunque hemos dedicado muchísimo tiempo a hacer fotos y admirar el paisaje… algo habitual en nosotros. La excursión ha merecido completamente la pena, nos ha alucinado este trekking. Además, justo llegamos de vuelta a Mestia para ver el atardecer de nuestra terraza. Sin duda, la planificación de hoy no nos podría haber salido mejor.
Después de ver el atardecer, y cuando ya está anocheciendo, vemos que unos trabajadores empiezan a subir ladrillos con una grúa a la parte de al lado de nuestra habitación (no entendemos muy bien por qué se ponen a trabajar justo cuando se va el sol), así que nos damos una ducha y bajamos al pueblo a cenar. Terminamos en un sitio muy cutre, sin nadie y que no tiene la mayoría de los platos que tiene en carta, regentado por un señor que parece que ha llegado allí por accidente, pero que nos sirve un adjaruli kachapuri riquísimo para cenar y despedirnos de este día entre las montañas.