China es un emperador milenario, sabio, severo y proverbial, que no termina de sentirse a gusto en el traje del mundo moderno: Le rozan las costuras, le incomodan las hombreras, le arrastra el dobladillo. No deja de echar de menos su hanfu de seda y su jian, por mucho que le guste como reluce su corbata al mirarse en el espejo.
China es un drag贸n, que se estira para proteger su tesoro 鈥搒us monedas, sus rubies y diamantes- mientras intenta alcanzar otras fortunas, m谩s nuevas y relucientes. Fortunas en forma de acero, bytes y cristal, que se reflejan en sus ojos, mientras se le cuelan visitantes entre las piernas, por debajo de su cola, sin miedo ahora de un fuego que dicen que sigue ah铆, amenazante, pero que lleva mucho tiempo sin abrasar nada.
China es un camino de piedras que atraviesa un campo f茅rtil, soleado y solitario. Es un paseo hacia las monta帽as, hacia la sabidur铆a. Es un camino hecho con poemas, llano y agradecido, que no te mete prisa y que te susurra al o铆do poemas de ayer, poemas del viento.