Regreso a Bergen: Fantoft, jardines reales y tejados de hierba (9)
Regreso a Bergen: Fantoft, jardines reales y tejados de hierba (9)

Regreso a Bergen: Fantoft, jardines reales y tejados de hierba (9)

Hoy tenemos el día regular: el cielo está cargado y parece que, por primera vez en todo el viaje, la amenaza de lluvia se va a cumplir. Veremos qué conseguimos ver. De todas formas, lo teníamos reservado para Bergen y ya vimos las atracciones principales el primer día, así que con la calma.

Fantoft stavkirke: madera y dragones

Subimos a Fantoft por el sendero entre abedules. La iglesia de madera aparece negra y afilada, con tejadillos escalonados y cabezas de dragón. Lo que vemos hoy es una reconstrucción fiel: el templo nació en Fortun (Sognefjord) allá por el siglo XII, se trasladó pieza a pieza a las afueras de Bergen en 1883 y ardió en 1992; lo levantaron de nuevo con técnicas tradicionales en los 90. En la puerta, una cruz de piedra antigua custodia la entrada. La entrada cuesta 85 kr, que nos parece un abuso para lo que es. Además, han vallado todo el recinto y la foto exterior de al iglesia pierde una barbaridad ahora. Es una pena lo que han hecho.

Tenemos, además, problemas con el aparcamiento. Primero, el GPS nos envía al sitio incorrecto. Cuando encontramos el parking que sí es, vemos una señal que dice que es gratuito de 8 a 18 horas, pero mirando en Google vemos que la gente se queja de las multas… al parecer el cartel está mal y es justo al revés. Pagamos 24 kr por media hora de aparcamiento a través de la app, que encima hay que bajarse y registrarse.

Por cierto, apunte friki de carpintería nórdica. Estas “stavkirke” se montan sobre un zócalo de piedra; los postes (staver) y las tablas encajan a media madera, y las galerías exteriores protegen el muro de la lluvia. Si miras arriba, entenderás por qué aguantan siglos de humedad: entramados rígidos, piezas taradas con aceites y el cuero de alquitrán dándoles ese tono oscuro.

Jardines reales para correr un rato

Seguimos con un paseo por los jardines de Gamlehaugen. Aquí no hay drama para aparcar, parking gratuito y bien señalizado justo a la entrada.  Es la residencia real en Bergen; el parque es público desde hace un siglo largo, y en verano hasta hay quien se baña en la orilla.

No es un castillo medieval, sino una mansión de estilo baronial escocés diseñada en 1899 por Jens Zetlitz Monrad Kielland para Christian Michelsen (primer ministro de Noruega en 1905, año de la independencia). La mezcla es curiosa y muy fotogénica: un poco Loira, un poco fortaleza escocesa, con torreones puntiagudos y aire de cuento.

Cuando Michelsen murió en 1925, una colecta nacional permitió que el Estado comprara la finca: desde 1927 es residencia oficial de la familia real en la ciudad y parque público (los jardines se abrieron el mismo 1925; la planta baja se musealizó poco después). Hoy paseas libremente por el parque inglés y, si hay visitas, puedes asomarte al interior histórico. Nosotros lo encontramos cerrado.

¿Por qué tantos tejados de hierba?

Hoy que vamos atentos, empiezan a “aparecer” por todas partes: cabañas con césped en el techo. No es postureo nórdico, es ingeniería campesina. El tejado de hierba (torvtak) lleva debajo corteza de abedul (impermeabiliza) y, encima, tepes con raíces que atan el conjunto: en invierno aísla, en verano refresca, amortigua el ruido de la lluvia y estabiliza la madera frente a cambios bruscos. Hasta finales del XIX fue lo más común en la vivienda rural noruega. Cuando duermes bajo uno en noche de lluvia, entiendes el invento.

No solo están en las construcciones antiguas o rurales, aquí en Bergen se pueden ver en algunos edificios modernos y viviendas. Según nos comentan, están volviendo con el auge de la conciencia medioambiental en el país.

Almuerzo fácil

Hacemos una parada logística en un Spar con microondas y comida caliente.  Están bastante bien porque suelen tener platos del día y casi siempre hay alguna cosa típica. Caen una lasaña, una especie de crepe nórdico de jamón y un helado de postre. Con la tripa contenta vamos a Fyllingsdalen a buscar el túnel peatonal (el más largo de Europa, con luz y color para correr con mal tiempo)… pero entre el tráfico, la señalización confusa y el dichoso aparcamiento de pago por todas partes, no lo encontramos. A veces pasa.

Probamos con Løvstien bro, unas pasarelas con vistas al centro. El barrio son calles estrechas, en cuesta, coches en doble fila y lluvia entrando: nos agobiamos. La pasarela, además, es decepcionante. No ayuda mucho el clima, todo sea dicho. Tenemos el día un poco a la contra.

Bergen desde arriba

Para despedir la ciudad sin prisas, subimos al mirador de Fløyen. El funicular Fløibanen te deja a 320 m en 5–8 minutos; el precio es de unos 8€ por trayecto… pero con el día como está, preferimos subir en coche y pagar la tarifa de aparcamiento para poder huir en caso de que empiece a diluviar. De hecho, lo vemos mientras chispea, aunque vamos preparados para afrontar la lluvia todos, incluida la bebé. Arriba, el paseo es fácil por una pista de grava entre pinos. No hay un mirador como tal, pero se pueden ver los tejados, siete montes y el puerto donde empezamos el viaje. Cuando la lluvia empieza a coger fuerza, nos vamos corriendo al coche.

Concluidas las visitas, nos vamos a por cena (lakseburger, sopa de verduras) y al alojamiento: un apartahotel tipo “película americana”, con zona para campers. Nos dijeron que había cargador… pero no. Nos toca pensar un plan B: cargador rápido en una gasolinera cercana, un libro y listo. Concluido el día,  nos dormimos con la lluvia golpeando la ventana.

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