Nuestro plan original era conducir 4,5 h hasta Stavanger con dos ferris… pero finalmente, y un poco saturados de tanto conducir, ayer decidimos optar por el ferry que sale a las 14:00 y llega en unas 5 horas y media a Stavanger. Nos sale por unos 65€ en total, que está bastante bien y vamos más tranquilos. A la vuelta no contemplamos la opción porque sale a las 7 de la mañana.
Mañana libre en Bergen (y vuelta a Bryggen)
Aprovechamos la mañana: coche hasta Bryggen para verlo con otra luz. Hoy hay crucero y se nota, pero sigue igual de bonito. Compramos una ensalada y un wrap en un 7-Eleven para llevarnos al barco… y menos mal, porque ya no es que el barco sea caro, es que hay muchísima gente y hay colas en todas partes. Un rollo, mejor llevar nuestra comida y olvidarnos.
Ferry XXL: sofás, bingo y lluvia
Para entrar al ferry nos encontramos con una cola larga de coches, camiones y autobuses. El ferry es enorme (unos 170 m) y luego sigue a Dinamarca; lleva bandera danesa aunque lo opera compañía noruega y, de hecho, dentro todos los precios están en coronas danesas… lo cuál lleva a engaño si no te fijas bien. Por dentro hay camarotes, bingo, sala de apuestas, bares… y todo a tope. Son las 14:00 y ya hay ambiente de sábado. Vemos unos carteles que dicen que la comida «de fuera» solo se puede consumir en la cubierta 10, al aire libre, pero llueve y hace frío: así que nos buscamos unos sofás en la planta 7 y listo. Comida con vistas al mar.
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Tras cinco horas y media desembarcamos. El viaje no se hace nada pesado, la verdad, aunque sí que tenemos que decir que no atraca en Stavanger, si no a 17 km de la ciudad. Esto es importante porque, si no vas en coche, te dejan vendido en medio de la nada. Hacemos una parada rápida para comprar, y llegamos a nuestra casa de HomeExchange: fuera del centro, amplia, con huerto, varias plantas y una anfitriona majísima que nos hace prometer que probaremos las deliciosas manzanas de su huerta…¡hecho! Preparamos pasta para cenar y nos vamos a la cama: primer día sin casi conducir. Qué gusto.
Stavanger en dos actos: paseo urbano + crucero de fiordo
Nuevo día y nueva zona por descubrir. Nos levantamos sin demasiada prisa porque el crucero es a las 15:00 y Stavanger es una ciudad pequeña. Desayunamos las famosas manzanas del huerto y salimos.
Sverd i fjell: tres espadas en la roca
Antes de entrar al centro paramos en Sverd i fjell, las tres espadas de bronce de 10 m clavadas en la roca junto al fiordo de Hafrsfjord. Las esculpió Fritz Røed y las inauguró el rey Olav V en 1983: la espada grande es la de Harald Fairhair (el que unificó Noruega) y las dos pequeñas representan a los caudillos vencidos tras la batalla de Hafrsfjord (tradicionalmente fechada en 872). Están hundidas en la roca “para que no puedan desenvainarse”: el monumento simboliza paz, unidad y libertad. Si te fijas, las empuñaduras imitan modelos de espadas vikingas halladas en distintas zonas del país. Está en Møllebukta, una bahía muy de domingo con césped y paseo.
La verdad es que en las fotografías las espadas ganan bastante, en directo son menos impresionantes de lo que parecen y, sobre todo, el que esté repleto de gente haciéndose fotos no ayuda.
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Entrar sin pagar parking: bus y cargador
Para evitar parking en el centro, dejamos el coche en un cargador rápido en las afueras y cogemos bus. Se paga con una app llamada Kolumbus y los fines de semana/tardes un billete permite un adulto extra + 3 niños gratis: perfecto. El billete cuesta 45 kr por trayecto, no es económico desde luego. En apenas 15 mintuso nos deja en Byparken, un lago con cisnes al pie de casas de madera y la catedral.
Fargegaten y Gamle Stavanger
Stavanger se siente pequeña y marítima… hasta que miras al muelle y recuerdas que aquí empezó la Noruega del petróleo: tras el hallazgo de Ekofisk en 1969 y la decisión del Parlamento en 1972 de ubicar en la ciudad a Statoil (hoy Equinor) y a la Dirección Noruega del Petróleo, el puerto se llenó de suministros offshore y la ciudad cambió de escala. Por eso en el crucero pasas de piscifactorías a buques petroleros en minutos: son las dos almas de Stavanger, mar industrial y naturaleza pegadas.
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El puerto (Vågen) sigue siendo la plaza del pueblo: veleros, algún crucero y terrazas mirando al agua. Bordeamos el puerto (con los veleros y un crucero al fondo) y subimos por la colina de casitas de madera. Pocas tiendas, algún café suelto y un Burger King cuya estrella es la hamburguesa de pescado (detalle muy noruego). De ahí subimos a Fargegaten (Øvre Holmegate), la calle de colores. No nació así: era una trasera gris y floja hasta que el peluquero Tom Kjørsvik propuso pintarla entera y el artista Craig Flannagan diseñó la paleta—sí, con aire Miami Vice—. Tras años de permisos, en 2005 la calle se inauguró y pasó de apagada a icono (hoy son cafés, bares, librerías y barberías, y a ratos no cabe un alfiler).
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Bajamos al otro lado del puerto, al Gamle: las casas más antiguas, todas blancas y cuidadas con mimo. El Gamle Stavanger (la parte vieja) es el contrapunto íntimo: un conjunto protegido de casas de madera pintadas de blanco del XVIII–XIX (alrededor de 173 según la oficina de turismo), cuidadas con mimo, con adoquín suave y macetas a la puerta. Entre las casitas se cuela el Museo de la Conserva, que recuerda cuando el puerto vivía del arenque y la lata antes de los pozos. Es un paseo fácil y fotogénico: ventanas diminutas, aldabas, puertas que huelen a aceite de linaza. Eso sí… procura que no te coincida con el desembarco de un crucero. Nosotros nos tomamos un bocata en un parque y nos vamos al muelle.
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Crucero por el fiordo Lysefjord
Mientras hacemos cola, llueve a mares. En el minuto que tardamos en embarcar nos calamos; por suerte, dentro vamos cómodos. El barco no es tan “wow” como el primero, pero aguanta el tipo. Lysefjord (42 km de granito claro —lyse por “luminoso”—, paredes que suben casi hasta los 1.000 m y agua que, bajo el púlpito, pasa de los 400 m), así que la primera hora se va en “entrar” al fiordo; luego encadenamos paradas: Preikestolen visto desde abajo (el borde a 604 m encima de la proa), Hengjanefossen con la proa casi tocando la cascada para sentir el spray, la cueva Fantahålå donde cuentan que se escondían vagabundos y desertores, y la granja de la orilla donde dan de comer a las cabras. Ya no llueve, pero sopla viento serio.Según temporada, el barco enseña también Flørli —el poblado sin carretera con las 4.444 escaleras pegadas a la antigua tubería— o continúa hacia Lysebotn con la pared de Kjerag y su roca encajada como telón; a nosotros nos tocó versión 3–3,5 h con audioguía y un viento serio que explica por qué este fiordo se siente más ancho y abierto que Nærøy o Geiranger. Entre piscifactorías de salmón, alguna instalación hidroeléctrica y buques offshore, Stavanger enseña sus dos almas (industria + naturaleza) en el mismo paseo. De vuelta en el puerto vemos una medusa fantasma flotando entre amarres.
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Una vez concluido el paseo en barco, aprovechamos que no llueve para dar un paseo más por Stavanger. Nos compramos un perrito en pan integral, porque en Noruega es prácticamente imposible encontrar otra cosa, cogemos el bus que pasa con mucha frecuencia, y, con la batería del coche a tope, nos vamos a coger una pizza para cenar y a la cama pronto: mañana nos toca madrugón.
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