Volvemos a empezar el día repitiendo… y es que sería un crimen no volver a pasar por el cañón Fjadrárgljúfur teniéndolo solo a cinco minutos del camping. Así que hacemos una breve parada para asomarnos y verlo por última vez. Luego ya continuamos la ruta.
Por el camino, comenzamos a buscar alternativas para mañana. Teníamos pensado ir a ver el volcán, pero la actividad sísmica sigue de capa caída y no merece la pena ir para nada. Valoramos la opción de ir a Landmannalaugar y encontramos un autobús que sale de Hella, muy cerquita de donde vamos a hacer noche, y que llega al camping en dos horas. Nos da tiempo a hacer un buen trekking de 3-4 horas y el precio no es tan loco como las excursiones privadas (70 euros frente a los 280 que piden los tours organizados).
Una playa de arena negra
La búsqueda de cosas que hacer para mañana la hacemos de camino a Reynisfjara, la famosa playa de las columnas basálticas. Es muy chula, con su enorme cueva y las rocas que se recortan sobre el mar. La única pega es que hay bastante gente, sobre todo en la zona inicial de la playa, subiéndose al basalto para hacerse fotos… lo que imposibilita hacer fotos decentes del sitio. Bueno, eso y que la luz es terrible a estas horas. Nos recorremos toda la playa, de principio a fin y nos parece preciosa, pero hubiera sido infinitamente mejor recorrerla con una buena luz de atardecer.
De ahí nos vamos a los acantilados de Dyrhólaey que están muy cerquita, apenas a media hora en coche. Lo mismo, la luz no acompaña y el hecho de encontrarnos con un grupo de turistas italianos saltándose la valla para hacerse fotos al borde del acantilado nos termina por mosquear. No entendemos cómo la gente puede ser tan inconsciente. Entre esos y los que vuelan sus drones en zonas expresamente prohibidas acabarán consiguiendo que cierren ciertos lugares al público. Ya lo hemos visto en otros lugares y nos parece una absoluta pena y nos enfada bastante que la gente sea tan irresponsable e irrespetuosa, todo sea dicho.
En la cueva de hielo
Nuestra siguiente parada es para hacer una nueva excursión: nos vamos a visitar una cueva de hielo. Las cuevas de hielo vienen y van durante todo el año, en verano solo se pueden visitar en Katla, pero en invierno las hay por otras zonas de la isla. Suelen estar activas unos meses, hasta que comienzan a derretirse y se dejan de utilizar porque se vuelven peligrosas.
Cuando llegamos, nos pasa un poco lo del día anterior: La cueva mola y las fotos que salen en ella son una barbaridad, pero la realidad es que estás 10 minutos en la cueva y que la longitud de la misma es de apenas un par de metros. Se va entrando de 2 en 2, pasan todos los del grupo y adiós. Eso en una excursión de supuestamente 4 horas. El resto del tiempo es desplazamiento (que es verdad que está casi a una hora en 4×4), caminata, explicaciones y una inexplicable visita a una cueva de hielo en desuso en la que no se ve absolutamente nada porque, de hecho, ni nos acercamos. Vamos, que la excursión nos resulta bastante cara para lo que realmente es y nos decepciona mucho, aunque acabamos con unas fotos chulas y la experiencia de haber estado en una cueva de hielo, que son bastante bonitas y especiales.
Lo que si hacemos es aprovechar para hablar con el guía sobre las Tierras Altas y decidimos que vamos a hacer la excursión pero, cuando vamos a reservar el autobús, nos encontramos con que no quedan plazas. Nos da de todo. Les escribimos un mail y, como no responden, les llamamos. Nos dicen que nos reservan las plazas, que siempre cierran la venta cuando el autobús ya tiene un porcentaje de plazas vendidas para reservar algunas para quienes tienen billetes abiertos. Respiramos aliviados.
Más cascadas
Seguimos hasta la cascada de Skógafoss, que es una de las cascadas más reconocibles de Islandia. La verdad es que es inmensa y muy impresionante. Está situada al lado de un camping con un parking, un camping con bastante mala pinta (luego nos acordaremos de esto). Se puede subir a la parte de arriba de la cascada por unas escaleras, pero no se ve gran cosa. Es bastante mejor la vista a pie de cascada.
Continuamos hasta el mirador del glaciar Sólheimajökull. Es verdad que, después de ayer esto se queda un poco escaso -sobre todo porque está mucho más «sucio»-. Aun así, cuando nos paramos un poco a pensarlo, no deja de ser impresionante la capacidad de la naturaleza y lo pequeños que somos frente a ella. En cualquier caso, estamos poco tiempo porque empieza a irse el sol y, antes de llegar al camping, queremos parar un momento en el mirador del volcán Eyjafjallajökull, que es el famoso volcán cuya erupción en 2010 paralizó el tráfico aéreo europeo. Esto es simplemente por la curiosidad, porque tampoco es un lugar especialmente encantador.
Y acabamos el día en el camping de Hamragardar, a los pies de la cascada Glujufrafoss y muy muy cerca de la de Seljalandsfoss, que además está iluminada por la noche. El camping es un horror, el peor con diferencia de todo el viaje: sucio, apestoso, desorganizado… no vemos a nadie para pagar y la web a la que te remiten no funciona, está directamente caída. No podemos conseguir tampoco monedas para ducharnos… y casi que lo agradecemos porque las duchas dan una grima terrible y huelen a gato muerto. Menudo asco de lugar. De hecho, incluso miramos opciones cercanas pero nos encontramos más de lo mismo en las opiniones de los campings de la zona, así que preferimos quedarnos con malo conocido… lo único que se salva es la cascada, que está iluminada por la noche y a la que se va D dando un paseo.