El despertador suena a las 7 para ir a ver el Registan. Aunque la noche ha sido bastante mala para David, que se sigue encontrando bastante regular, parece que las medicinas han hecho temporalmente su trabajo, así que nos vestimos y vamos a las taquillas, donde nos encontramos que no han abierto todavía… y que no somos los primeros. Somos los terceros, que tampoco está nada mal.. y nos permite tener durante un ratito la fantástica plaza casi casi casi solo para nosotros. La sensación es una maravilla y casi se nos olvida que el estómago de David sigue ronroneando.
El Registán
Esta plaza es uno de esos lugares que podrían provocar fácilmente el famoso síndrome de Stendhal. Es exageradamente bella, parece irreal. Resulta casi frustrante porque nos sentimos incapaces de reflejar su magnificiencia en las fotografías. Nos salen fotos bonitas, sí, pero ni de lejos hacen justicia a lo que es este lugar en directo. Te deja sin palabras.
El Registan es un conjunto de tres impresionantes madrasas (escuelas religiosas) que datan de los siglos XV y XVII: Ulugh Beg, Sher-Dor y Tilya-Kori. Estas estructuras cuentan con elaborados mosaicos, azulejos y tallados, y sirvieron como centros educativos y religiosos.
A lo largo de los años, las estructuras del Registán de Samarcanda han sufrido desgaste y daños debido al paso del tiempo, a terremotos y a otros factores naturales. Sin embargo, en el siglo XX se llevaron a cabo esfuerzos de restauración y conservación para preservar y reparar estas históricas madrasas. Durante el período soviético, algunas partes de las estructuras fueron renovadas y restauradas para mantener su belleza y valor histórico.
Estamos dos horas disfrutando de los edificios y haciendo fotos y, cuando empiezan a llegar los primeros grupos organizados nos volvemos al hotel, a desayunar algo, a darnos una ducha y a descansar un poquito hasta las 12, que tenemos que dejar la habitación. El estómago de David ha aguantado lo justo para que pudiéramos disfrutar del Registán.
Lo hacemos apurando hasta el último minuto, en el que nos dan el papel de registro del hotel (necesario para salir del país) y vamos muy muy lentamente paseando por la gran avenida arbolada que une el Registan con el bazar. Esta parte de la ciudad es fantástica, nueva y con mucha sombra y plantas, pero parece que ha creado muchos polémica puesto que ha implicado el derribo de antiguos barrios en aras del turismo y del embellecimiento de la ciudad. Sin saber muy bien que pensar ni conocer a fondo la historia, lo cierto es que han dejado todos los puntos significativos de la ciudad unidos por un corredor verde y peatonal que tanto turistas como locales aprovechan.
Una mezquita con vistas
Cuando llegamos al Bazar, descubrimos que los lunes está cerrado, con lo que nuestro gozo en un pozo. Sin embargo, nos acordamos que teníamos pendiente visitar la mezquita Hazrat Khizr, que está justo en frente del bazar, al final del paseo… y menos mal que lo hacemos: la visita es gratuita, tiene unos techos pintados preciosos y unas vistas de la ciudad geniales.
La Mezquita Hazrat Hizr es un lugar de gran importancia histórica y espiritual en Samarcanda, Uzbekistán. Construida en 1823 en la colina de Afrosiyob, el sitio tiene raíces aún más antiguas, albergando la «mezquita del lugar de las banderas musulmanas» en el siglo XI. La leyenda local sostiene que aquí se ocultó Kussam ibn Abbas, primo del profeta Mahoma. La mezquita es parte de un complejo con un mazar dedicado a Kussam ibn Abbas.
Comemos algo por el paseo y nos volvemos hacia el hotel, parando cada dos por tres, para recoger nuestro equipaje y coger un Yandex hacia la estación de tren. El tren es a las 18 horas, pero queremos llegar con tiempo puesto que no sabemos cómo va a ser la organización en la estación. Y lo cierto es que nos sorprende gratamente lo moderna y bien organizada que está.
Viajeros al tren
Nos sorprendemos igualmente con el tren, pero en sentido contrario. Cogimos una plazas de las más baratas (toda la clase preferente estaba llena cuando miramos los billetes) pero esperábamos un tren moderno, similar a los que hemos podido coger en Rusia.. pero nos encontramos algo más parecido a los de La India, todo con camas muy apretadas y gente por todos lados. Es verdad que el precio es muy bueno, pero aún así las condiciones nos son las mejores.. no tanto pensando en las 3 horas de hoy, si no en la noche de dentro de dos días. Además, cuando llegamos a nuestros asientos/camas, situadas abajo, nos los encontramos ocupados por unas señoras que nos dicen que están muy mayores para subir a sus literas. Nos da pena y les decimos que se queden una de las camas y que nosotros compartimos la otra, que para estar sentados nos va bien, cosa que aceptan encantadas… tanto que insisten en compartir su pan y su te recién hecho (van con su propia tetera de loza y su té) con nosotros. Al final hacemos buenas migas con ellas gracias al traductor de Yandex, que les hace mucha gracia aunque funcione regular, y nos enteramos de que son tres generaciones de mujeres que vuelven a Urgench después de recoger a la nieta. También conocemos una profesora rusa que nos cuenta lo mal que se siente por lo que está haciendo su país, la vergüenza que le da y el miedo que siente porque no sabe en quien puede confiar para hablar de la situación e entre sus amigos y conocidos. Nos da una pena inmensa escucharla.
Seguimos conversando hasta que apagan la luz del tren y poco después llegamos a Bujara.. o por lo menos a donde llega el tren, que está a 25 min del centro. Son las 9 de la noche pero parece mucho más tarde y, mientras buscamos un Yandex, varios taxistas nos insisten en irnos con ellos.. aunque casi a un precio 10 veces mayor (150.000 frente a los 21.000 que nos cuesta). Se ve que con los turistas debe colar. En cualquier caso nosotros estamos encantados con nuestro Yandex, cuyo conductor, Sardor, resulta ser super simpático y terminamos parando varias veces para poder hablar a través del traductor del móvil con él.
Finalmente llegamos a nuestro hotel y sin más ni más, nos vamos a la cama. Vamos a utilizar el mismo plan de Samarkanda, que es la antítesis de lo que solemos hacer: la primera mañana con calma, y ya tendremos tiempo de madrugar la segunda para ir con menos calor y gente a lo que más nos haya gustado. Aún tenemos a David convaleciente y necesita recuperar fuerzas.