Tokio en familia: Shinjuku, Meiji y Shibuya en nuestro primer día completo en Japón (2)
Tokio en familia: Shinjuku, Meiji y Shibuya en nuestro primer día completo en Japón (2)

Tokio en familia: Shinjuku, Meiji y Shibuya en nuestro primer día completo en Japón (2)

Nos levantamos a las 5:30. Hemos dormido del tirón (con dos biberones y algo de calor). Desayunamos y salimos a las 6:30. A esa hora Tokio está casi vacío: calles tranquilas, silencio y esa sensación de empezar de verdad nuestro viaje a Japón con bebé. Afortundamanente, parece que la peque no tiene jet lag, lo cuál es un alivio para estos padres primerizos.

Shinjuku al amanecer y el primer contacto con Tokio

Compramos una tarjeta SIM en Don Quijote, aprovechando que tenemos uno justo al lado del apartamento, mientras grupos de chicos discuten animadamente en la entrada, hasta el punto de acudir la policía. Después del «espectáculo», vamos caminando hasta Shinjuku.
Las calles están muy tranquilas, sin apenas gente, sin papeleras y con la mayoría de tiendas todavía cerradas: en Tokio muchas abren más tarde.

Curiosidad: después del atentado con gas sarín en el metro de Tokio en 1995, se retiraron casi todas por seguridad. Desde entonces, los japoneses acostumbran a llevar su basura consigo hasta casa o depositarla en tiendas y estaciones, aunque hay que hacer el ojo para aprender a verlas, ya que muchas veces están algo escondidas. Resulta bastante incómodo y molesto, todo sea dicho, sobre nos choca que en algunos aseos públicos tampoco hay papeleras, o son minúsculas, ni siquiera en los que cuentan con cambiador para bebés. Es absurdo que pretendan que cargues todo el día con un pañal sucio.

El famoso callejón Omoide Yokochō está totalmente cerrado por obras, así que lo dejamos pendiente para la noche.

Mirador gratuito del Gobierno Metropolitano de Tokio

Caminamos hasta el edificio del Gobierno Metropolitano de Tokio, donde se encuentra uno de los miradores gratuitos más conocidos de la ciudad. Llegamos atravesando una zona de oficinas con calles a dos alturas y muchas escaleras… menos mal que el carrito pesa poco y podemos subir a la peque a pulso. En teoría, con Google Maps puedes localizar una ruta adaptada para silla de ruedas, pero implica dar un rodeo bastante grande y nos da pereza.

Llegamos a las 8:00, pero no abre hasta las 8:30. Aprovechamos para acercarnos al parque central de Shinjuku y al templo Juniso Kumano-jinja, un rincón tranquilo dentro del parque. Cuando volvemos, nos informan de que el mirador no abre hasta las 9:30, así que hacemos tiempo junto a las cascadas mientras va llegando cada vez más gente, sobre todo jóvenes con camisetas promocionales, que parecen animar las actividades del domingo.

A las 9:30 subimos al mirador. Hay algo de cola, pero avanza rápido. Las vistas de Tokio son impresionantes pese a la niebla y no hay demasiada gente arriba.

Templo Meiji, festival de muñecas y Harajuku

Desde Shinjuku vamos caminando hacia el templo Meiji por calles pequeñas. Empieza a hacer calor. Entramos por el acceso norte, bajo un gran
torii de madera, rodeados de un bosque frondoso y silencioso, donde hay más de 100 000 árboles donados por todo el país, que nos hace olvidar por un momento que estamos en el corazón de Tokio. Este templo está dedicado al emperador Meiji (1852–1912), artífice de la modernización del país.

En el santuario se celebra el Festival de las Muñecas Antiguas, el primer domingo de octubre: alrededor de 50.000 muñecas representan a personas que hacen peticiones y agradecimientos. El Ningyō Kuyō (人形供養) es una ceremonia sintoísta o budista de “conmemoración y despedida” de las muñecas que, según la tradición japonesa, poseen un alma (kokoro). En Japón existe una creencia muy arraigada en que las muñecas –sobre todo las que representan personas o tienen rostro humano– pueden llegar a albergar parte del espíritu, especialmente cuando han acompañado a alguien durante muchos años. Por eso no las tiran a la basura, lo consideran irrespetuoso. El santuario es bonito, aunque hay muchísima gente y el espacio no es tan grande como imaginábamos.

Pasamos junto a los barriles de sake y vino consagrados al emperador Meiji, una de las imágenes más icónicas del santuario. En japonés se llaman “kazaridaru” (飾り樽), literalmente “barriles decorativos”. Las barricas provienen de diferentes cerveceras de sake que, como acto de respeto y buena voluntad, donan esos barriles al santuario para pedir prosperidad, gratitud o reconocimiento. Tradicionalmente, el sake (llamado también miki 神酒, “licor de los dioses”) se ofrecía como ofrenda a los kami (deidades) en los santuarios sintoístas

Salimos por la puerta sur, cruzamos el puente de Harajuku y entramos en la calle Takeshita, un torbellino de gente, tiendas de moda, colores imposibles y cafeterías temáticas. Vemos chicas vestidas con trajes tradicionales y locales con cerditos enanos, nutrias o koalas como reclamo. Esta es una de esas cosas de Japón incomprensibles. ¿Cómo es posible que en un país tan avanzado se permita algo así? Nos resulta escandaloso y, la verdad, es que a estas alturas no conseguimos comprender cómo hay turistas que aún participan en actividades con animales.

Comida en Harajuku y paseo por Omotesando

Intentamos comer en Curry Sama, pero hay una hora de cola. Al final nos decidimos por Roastbeef Ohno, donde solo sirven roastbeef japonés con sopa. Se puede repetir, está muy rico, el precio es razonable y, momento importante del viaje, nuestra peque prueba el brócoli por primera vez. Estas son las pequeñas cosas de viajar con un bebé que vuelven los lugares mágicos.

Después paseamos por Omotesando Avenue, una avenida elegante llena de tiendas de diseño, y subimos al jardín del centro comercial Tokyu Plaza, un pequeño oasis con vistas a los cruces y edificios de la zona.

Shibuya: cruces, vistas y atardecer sobre Tokio

Continuamos caminando hasta Shibuya, entre tiendas y multitudes. Vemos a un hombre marcando con un cartel el final de la cola para Pop Mart. Lo de este país y las colas es algo digno de estudiar. No es nada anómalo ver colas extensísimas de gente esperando pacientemente para entrar en una tienda, normalmente de alguna cosa incomprensible para nosotros.

Llegamos al cruce de Shibuya, lleno de gente y rodeado de obras. Subimos a la azotea del Magnet (1.600 yenes con bebida): buenas vistas, aunque caro para lo que ofrece. Decidimos no quedarnos porque no nos convence del todo la perspectiva y, además, no es especialmente accesible para un carrito de bebé.

En medio del bullicio nos cruzamos con una manifestación por el fin del genocidio, que nos recuerda que el viaje sigue ocurriendo en un mundo muy real. Es curioso porque no hay muchísimos manifestantes, pero van todos en orden y con casco, rodeados por un número bastante elevado de policías. Hasta para manifestarse son ordenados.

Terminamos en el edificio Hikarie, donde hay un mirador gratuito con una preciosa puesta de sol sobre Tokio.

Vuelta a Shinjuku, luces, compras y gyozas

Cogemos el tren de vuelta a Shinjuku y nos acercamos de nuevo al edificio del Gobierno Metropolitano para ver el show nocturno de luces, que se proyecta cada media hora. Hortera, sí, pero divertido: robots, alusiones a Gundam, geishas y neones electrónicos. Muy japonés todo, realmente.

Corremos hasta MapCamera para comprar un objetivo fotográfico casi a mitad de precio de lo que cuesta en España. En Japón a los turistas se les descuentan las tasas (10%) y además tienen un mercado fotográfico de segunda mano muy potente, por no decir que las principales marcas de fotografía son japonesas y eso se nota. Merece la pena comprar aquí. Llegamos cinco minutos antes del cierre, nos atienden, nos piden el pasaporte para la compra y nos acompañan a la salida al cerrar la tienda de una manera muy amable, para que no nos entretengamos mirando nada más. Todo esto en 5 minutos.

Volvemos a pasar por Omoide Yokochō, ahora lleno de puestos de carne a la brasa y gente apiñada. Muy auténtico, pero algo agobiante con carrito y bebé, así que pasamos de largo.

Caminamos de regreso por otra ruta y buscamos dónde cenar. El local de ramen está a rebosar, así que terminamos en Dandadan Otakibashi, especializado en gyozas: pedimos gyozas, tomate, wonton y pastel de pescado. Todo por unos 15 € en total, una cena estupenda.

Compramos desayuno y fruta en un supermercado y llegamos al alojamiento a las 22:30. Ducha rápida y a dormir. Mañana no madrugamos tanto: Tokio nos ha dado la bienvenida de verdad.

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