Amanecemos sin prisa. Mi cuerpo ha dicho basta y vamos a tener que bajar el ritmo. Lo primero que hacemos, después de desayunar, es ir a Admiralteyskaya. Queremos coger el metro, pero vamos a aprovechar antes para preguntar en la tienda de MSC, la compañía donde compramos la SIM, por qué no nos funcionan los datos. Básicamente, nos explican que nuestra tarifa de datos sólo es válida para Moscú y que tenemos que pagar un extra para que nos funcione aquí también.
Cogemos el metro en Admiralteyskaya. Esta parada es la mas profunda del metro de San Petersburgo y la segunda más profunda del mundo con sus 92 metros bajo tierra. Aquí el metro funciona con tokens, una especie de moneditas que cuestan 35 rublos. Además, a diferencia del metro de Moscú, el de San Petersburgo resulta muy intuitivo y todo está perfectamente indicado, con sus correspondientes carteles en alfabeto latino para facilitar la tarea a los turistas.,
Nuestro destino es Lomonosovskaya, por lo que tenemos que hacer varios transbordos y enlazar con la matrioshka 476, que no sabemos muy bien donde se coge. Afortunadamente nos encontramos con dos españoles del tour de ayer, que nos indican que el autobús se coge en la misma acera del metro. Estos autobuses -que mas bien parecen furgonetas grandes- tienen un coste de 32 rublos y nos recuerdan a los dala dala tanzanos (aunque mucho menos aprovechados). El trayecto hasta la Iglesia de la Intersección es de, aproximadamente, 20 minutos. La iglesia se ve desde la carretera, por lo que es sencillo saber cuál es nuestra parada.
La iglesia es una auténtica joya, construida en madera, al estilo ruso. La entrada es gratuita, aunque no se permiten fotos en su interior. Además, se agradece, no hay apenas turistas aquí. Hasta hora nos estamos encontrando cientos de turistas por todas partes, principalmente de origen asiático y, curiosamente, muchos rusos. Al parecer el turismo interno del país es muy alto.
Empieza a llover (Estamos teniendo una suerte terrible con el tiempo!) con que vamos hacia la parada de autobús. Esta vez es un autobús normal que nos deja en otro sitio. De hecho, de no ser porque nos avisa una mujer, casi nos vamos a saber dónde.
Volvemos en metro al centro. Queremos ir a comer algo así que buscamos un par de restaurantes que llevamos recomendados sin éxito y, al final, hartos y empapados acabamos en Tepemok, que está siendo el éxito absoluto de viaje.
Cuando terminamos de comer sigue lloviendo, así que nos dirigimos al Hermitage. Llevamos las entradas compradas por internet, en la versión rusa de la web (que cuesta 600 rublos, frente a los 17$ que vale la entrada en la versión inglesa). El guía de ayer nos mostró una entrada para e-tickets entre el Pequeño Hermitage y el Nuevo Hermitage (el edificio de los titanes), así que vamos a probar suerte. La jugada nos sale bien, pasamos sin esperar nada de cola y nos encontramos con el guardarropa completamente despejado. Esto es curioso pero, en algunos sitios, nos estamos encontrando con guardarropas gratuitos en la entrada donde dejar mochilas y abrigos, lo cual es maravilloso, sobre todo si vas empapado como nosotros. Como curiosidad, en la misma entrada hay una máquina para comprar tickets, por lo que parece el mejor lugar para evitar esperas.
El Museo esta hasta arriba de gente. Su majestuosidad y enorme tamaño dan una idea de la riqueza de los antiguos zares. Casi más que la colección que alberga, sin duda de gran importancia, lo maravilloso de este lugar son sus salas. El oro recubre cada pared del Palacio. Las salas de baile son realmente impresionantes. Los marcos, los espejos, las lámparas… precioso.
Salimos del museo a la hora de cierre, las 9 de la noche por ser miércoles. Aún es de día y ha dejado de llover. Paseamos por el río Neva un rato y después nos vamos al centro.
Queremos ir a cenar a Market Place, ya que ayer nos encantó. Cuando salimos de cenar son las 10:30 y sigue habiendo luz, así que regresamos al hostal dando un paseo y haciendo algunas fotos. Sobre las 11:30, cuando llegamos al hostal, ya ha anochecido.