La Habana ha recuperado la voz. La música nos sorprende desde primera hora. Mucho más alegre y viva que cuando llegamos, la Habana parece haber despertado de un largo sueño. Casi todos los locales tienen bandas tocando y se pueden ver también músicos callejeros. Además, hay parejas bailando salsa en algunos sitios, incluso dando clases.
Queremos ir a la Plaza de la Revolución y a Jaimanitas. Preguntamos a un par de personas por autobuses o almendrones para ir pero no sacamos nada en claro. Finalmente, para no perder más tiempo, optamos por coger el Habana tour (10CUC) que hace más o menos el recorrido que queremos y nos permite subir y bajar durante todo el día.
La Plaza de la Revolución es impresionante. Todavía se pueden ver los restos del acto que se celebró el otro día por la muerte de Fidel, cuando Raúl Castro se dirigió al pueblo cubano. Con la conocida imagen del Che de fondo, sobre la fachada del Ministerio de Interior y la de Camilo Cienfuegos, con el lema “Vas bien Fidel”, enfrentadas al Monumento a José Martí, resulta majestuosa. No en vano, es la segunda plaza más grande del mundo, con capacidad para un millón y medio de personas.
Después de Fusterlandia paramos en el Cementerio Colón, que vemos desde fuera, y terminamos el recorrido en la Plaza Central, justo donde comenzamos. Allí, se empieza a notar el hambre, así que pensamos en comer.. y vamos a la Asociación Canaria. Está cerca del edificio Bacardi, algo escondido. Para localizarlo, tenemos que preguntar en varias asociaciones de diferentes comunidades autónomas. Comemos langosta y un plato de carne, con dos postres y bebida por 10 CUC.
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Después vamos caminando por la Habana Vieja hasta la terminal de ferry, donde cogemos el que va a Casablanca. Hemos comprado una botella de ron antes, en un supermercado, pero ahora no nos dejan subir con ella porque lo pone en la normativa. Finalmente el de seguridad se apiada de nosotros y nos la guarda hasta que regresemos. Cogemos el ferry, vale 10 céntimos pero pagamos 1 CUP y no nos dan cambio. Tampoco lo pedimos.
Llegamos a Casablanca y subimos caminando hasta el Cristo de la Habana. Este monumento, con sus más de 20 metros de altura es obra de Jilma Madera, siendo así la escultura de mayor tamaño esculpida por una mujer y, curiosamente, fue encargo de la mujer de Batista, siendo inaugurada 15 días antes de que Fidel Castro llegará a La Habana, después de derrocar a su esposo. Justo enfrente está la casa del Che, que se puede visitar aunque no lo hacemos. Preferimos quedarnos disfrutando de la increíble vista de la Habana.
Regresamos en el ferry, donde nos espera el de seguridad con nuestro ron y una sonrisa. Queremos coger el autobús para ir a ver la Plaza de la Revolución de noche, pero nos dicen que ya no salen más. Son las 5:20 y el último, según el horario, debería salir a las 6, pero nos dicen que ese solo sale si tiene gente. Mosqueados, decidimos quedarnos en Habana Vieja y aprovechar para ver la calle Mercaderes -la otra calle famosa calle peatonal en la que se pueden ver varias farmacias coloniales y museos tan curiosos como el Museo del Chocolate-.
El día está siendo muy caluroso, la humedad y el bochorno se hacen un poco pesados. Nos dirigimos a casa a darnos una ducha cuando veo un bar en el que tienen la botella de agua que normalmente compramos a 1’5 CUC a 0’70 CUC. Entro a comprar una y me dicen que no, que a 1’50 porque las de 0’70 se han acabado. Obviamente es falso porque aquí solo existe una marca de agua: Ciego Montero. Le digo que no quiero nada y nos vamos, aunque no deja de sorprenderme el descaro con el que han tratado de engañarnos.
Después de la ducha vamos a cenar a un sitio que vimos el primer día, La abadía, en el Malecón. El sitio es muy original porque parece una iglesia, con sus bancos y todo, pero totalmente abierta. Nos sentamos y pedimos, pero nos empiezan a decir que no tienen lo que queremos. Finalmente preguntamos que qué hay y nos dicen dos o tres platos que no nos apetecen. Esto es muy habitual en Cuba que falten cosas de la carta, pero esta vez nos frustra un poco porque nos apetecía cenar en el sitio.
Finalmente acabamos cogiendo una pizza para llevar en un sitio llevo de gente local y nos la comemos en el Malecón. Hoy está hasta arriba de gente, algunos con instrumentos o altavoces, muchos con bebida, vendedores ambulantes y mucho ambiente. La noche está muy agradable y no hay tanto oleaje como el otro día.
Después de cenar y dar un paseo nos vamos al centro, donde nos tomamos una piña colada en Hanoi, el sitio donde comimos el primer día. El camarero nos cuenta que tiene un antepasado asturiano, pero que cuando estuvo buscando su partida de nacimiento para poder pedir la nacionalidad no le encontró. Esto es algo que ya nos han contado varios cubanos, al parecer quienes tienen antepasados españoles sólo necesitan presentar los papeles para obtener la nacionalidad y, con ella, el ansiado pasaporte. En Cuba hay un millón de cubanos españoles.
Damos una vuelta más por el centro y volvemos a casa. La música ya ha cesado y los bares empiezan a cerrar.