Me voy. Meto en la maleta lo que era antes de llegar aquí. Lo que traje conmigo. Lo que soy. Lo que me llevo de aquí. Como la forma en que la locución del metro pronuncia “Broadway”, tal como imagino que lo haría una estrella del cine en blanco y negro. Las vistas desde el tren entre la 30th st y Queensboro plaza. El ajetreo de Union Square. El ruido de las calles, del tráfico, de la gente, de sus pasos. La soledad de un vagón de metro nocturno. El olor a asfalto mojado. La música espontánea en la calle. La forma de iluminarlo todo en la distancia que tiene Times Square. El color de las hojas de los árboles que han caído sobre el suelo de Central Park. Aquel graffiti con los labios pintados de rojo de Bushwick. El murmullo de las conversaciones que durante la hora de la cena se forma en los locales de Williamsburg. La silueta de Manhattan iluminando el cielo nocturno desde Long Island city. El sonido del mar en el paseo de Hoboken. Los 45 segundos que se tarda en recorrer una manzana. El naranja de las calabazas de Halloween. El sabor de mi última cena en Bryant Park. El color rosa intenso que tenía el Empire State la noche que regresé de Philadelphia. Los corazones de tiza que descubrí en las paredes de Greenwich Village. Las vistas desde la azotea del Met. Mis amaneceres en Astoria y mis noches en NoLiTa. La sensación de sobrevolar Manhattan en el teleférico de Roosevelt Island. Las miradas de reconocimiento de los estudiantes del Upper East Side. Mis amigos, los que eran y los que ahora son. Los Chai Latte de vainilla. Las hamburguesas de Shake Shack. Los muelles de DUMBO. La biblioteca pública de Nueva York. La de Brooklyn. El recibimiento de Manhattan tras cruzar el puente de Brooklyn. Mis momentos a solas con la ciudad. El silencio de las calles de Boston. Las personas que sin saberlo pasaron a formar parte de este diario: el hombre de las ardillas de Washington Square, el pescador de Hoboken, el jugador de ajedrez de Unión Square, la chica del banjo que conocí en el vuelo. Los que formaron fugazmente parte de este viaje aunque nunca escribiera sobre ellos: el tipo que iba sin pantalones en el metro, el que nos intentó vender marihuana, la mujer que bailaba sola en medio de Steinway repartiendo folletos publicitarios, el hombre que nos ayudó a orientarnos en Philadelphia, la mujer que tocaba el tambor en el metro, el chico que vendía chistes en Strawberry fields, el tipo que mantuvo una conversación de cinco minutos en el metro, el chico que casi se duerme encima de Jenn… La manera en que me siento cuando estoy dentro de Manhattan, la forma de entenderla cuando la observo desde fuera. El Q. La 14th st. La 6th ave. El Flatiron. Mi primer brunch. Saber que se siente al tocar la luna en el Smithsonian. La paz que se repita en Long Island. Descubrir la avenida seis y medio. Los pretzels de canela. La tarta de calabaza.
Me voy. JFK se me antoja triste hoy. Me siento en la puerta B24 mientras observo a los demás pasajeros de mi vuelo. Me preguntó qué les trajo aquí, qué los aleja. Si la ciudad habrá sido para ellos lo que ha sido para mí. Si volverán, si ya volvieron. Si ellos también sienten que en sus oídos falta la banda sonora de las calles de Manhattan. Y entrego mi billete en la puerta de embarque y digo un adiós en voz baja que parece más un hasta pronto.