Salgo de casa más temprano de lo habitual, rumbo a la 86th st con Lexington ave. He quedado con Carmen, la profesora con la que he estado trabajando los últimos meses. Voy a conocer a sus alumnos.
Llego al colegio un poco antes de la hora prevista, pero Carmen ya está esperándome en la puerta. Nos saludamos con total naturalidad, han sido muchos meses hablando prácticamente a diario y ya parece que nos conociéramos de toda la vida. Empieza a hablarme un poco del colegio. Es un centro privado del Upper East Side, lo cual significa que es caro y elitista. Aquí no sólo hace falta dinero para entrar, también hay que superar unas duras pruebas de acceso.
El colegio está en un edificio de ocho plantas, inmenso. Vamos recorriendo todas las plantas y me quedo muy impresionada. Laboratorios de ciencias, robótica, salas de pintura, manualidades, costura… en Estados Unidos es muy importante llenar el expediente de actividades extraescolares de cara a la Universidad. Me asombra el nivel de los trabajos que hay expuestos en los pasillos. Algunos tienen una calidad muy alta, bastante impresionante para la edad de los alumnos.
A medida que nos encontramos gente me va presentando a algunos profesores y alumnos. Algunos dicen que han leído mis relatos y me hablan de sus favoritos. Casi todos se animan a hablar español conmigo. Carmen me comenta que es la segunda lengua más demandada en el colegio, aunque también enseñan chino, latín, griego, alemán y francés.
Tras el recorrido inicial vamos a la clase de cultura española. El proyecto en el que hemos estado trabajando consiste en acercar a los alumnos a la cultura e historia de España y Latinoamérica por medio de historias y relatos adaptados a su edad y nivel de español. Me pongo delante de la clase y Carmen me presenta. Los chicos empiezan a preguntarme. Casi todos tienen curiosidad por España, quieren saber cómo veo su ciudad y qué me ha traído a Manhattan. Sólo dos de ellos han visitado nuestro país, pero todos aseguran querer ir algún día. Después empiezan a preguntarme por mi método de trabajo. Se animan a hablarme de las historias que han leído y me hacen comentarios sobre ellas. Cuando quiero darme cuenta, ha pasado media hora.
Los chicos empiezan a hacer entonces sus presentaciones. Han estado investigando sobre distintos temas y tienen que exponer ante sus compañeros la semana que viene, hoy van a hacer un ensayo en grupos de dos. Escucho el ensayo de varios de los chavales. Me sorprende mucho lo aplicados que son y, sobre todo, lo enserio que se toman cada uno de mis comentarios sobre sus trabajos. Uno de ellos hasta toma notas. Cuando pasa la hora me despido de los alumnos y bajo con Carmen a la cafetería. Comentamos un poco la clase y hablamos sobre proyectos futuros mientras comemos.
Me comenta que el Guggenheim está justo al final de la calle y que ella tiene un pase gratuito por si quiero acercarme. Tengo curiosidad por el museo, así que acepto la oferta. Nos despedimos con un abrazo y bajo hacia el museo. Al salir me doy cuenta de que han cerrado la calle al tráfico para que los niños jueguen. Curiosa forma de suplir la falta de patios en los colegios de Manhattan.
El Guggenheim me resulta algo decepcionante. No es mi estilo de arte, pero además la obra me parece escasa y la forma en que está distribuida no me agrada. Me quedo un rato y me voy al metro, he quedado en Queensboro Plaza para ir a Brooklyn.
Me encuentro con ella en medio del andén del metro, con unas vistas alucinantes de Manhattan de fondo. Vamos a Prospect Park, uno de los barrios más conocidos de Brooklyn.
Me recuerda mucho al East Village, con sus casitas de dos plantas y las calles llenas de árboles. Por el camino familias paseando con sus hijos y mucha decoración de Halloween. Es una zona muy tranquila.
Seguimos hasta la Biblioteca pública de Brooklyn, un edificio enorme con una puerta impresionante. Frente a ella el arco que da acceso al parque y un edificio en esquina que me recuerda a mi querido Flatiron. Me encantan estos edificios.
Bajamos por la calle de los museos. En todas las esquinas hay grupitos de judíos con una especie de ramilletes que nos van parando preguntando si somos judías. Ya intrigadas decidimos pedir que nos expliquen qué pasa. Nos cuentan que están celebrando una festividad religiosa y que buscan judíos a los que bendecir.
A medida que avanzamos el paisaje va cambiando, estamos llegando a Bedford Stuyvesant. Nunca deja de asombrarme de esta ciudad la manera en que todo puede cambiar de una calle a otra. Es realmente impresionante como apenas unos metros pueden suponer tanta diferencia.
Cansadas de andar cogemos el metro hasta Bedford, para visitar Williamsburg. Es el barrio de moda entre los hípsters, se nota simplemente en el metro, que está lleno de modernos con bolsas de tela. El barrio es precioso. Las calles están llenas de bares y gente paseando. Las construcciones aquí son mucho más modernas de lo que viene siendo habitual en Manhattan, edificios nuevos con grandes cristaleras y formas muy cuadradas. Contrasta con los viejos edificios de ladrillo que aún quedan en la zona. Nos sentamos a tomar algo en una cafetería hasta que anochece y después cogemos un autobús de regreso a casa. Esta noche cenamos dumplings, una especie de empanadillas chinas que están muy de moda aquí.