Hoy nos toca madrugón. Nos vienen a recoger al hotel a las 4 de la mañana para iniciar el camino hacia el Vinicunca, que es de cuatro horas. Parece que el día va ser largo y duro, así que aprovechamos cada minuto para dormir un poco en el autobús.
Nos despertamos en la primera parada, que es para desayunar en un pueblecito llamado Pitumarca, yacerca de la montaña. Es un local en el que nos sirven pan con mermelada y té. Lo que no me gusta es que los baños son de pago y la mujer que los lleva es bastante desagradable (se niega a cambiarnos un billete de 100 y no nos quiere dejar pasar si no pagamos). Menos mal que justo al lado hay unos niños monismos jugando que nos devuelven la sonrisa.
Ahora que ya estamos un poco más espabilados, podemos ver que nuestro grupo es bastante grande, unas 30 personas. Al llegar al comienzo del trekking vemos que además no estamos solos. Hay bastantes autobuses ya aquí y varios grupos grandes de gente. Sabíamos que este lugar estaba de moda, pero no imaginaba que estaría tan masificado.:(
La entrada a la montaña tiene un coste de 10 soles por persona.
Una caminada de altura
El camino es complicado. No porque sea difícil, sino porque la altura hace que cuesta mucho más andar. Es una subida en desnivel, no excesivamente pronunciada (desde 4200m a 5000m en 6km) y rodeada de un paisaje impactante. Además, está muy bien acondicionado ya que durante todo el trayecto hay disponibles letrinas de uso público y puestos en los que venden comida, bebida o té. También ofrecen caballos para ahorrarse la caminata, algo que no pocos turistas utilizan -sobretodo a medio camino-.
El precio de los caballos para subir al cerro es de 80 soles para la ida y la vuelta, 60 solo la ida y entre 30 y 40 solo la vuelta. Se encuentran caballos con facilidad a lo largo del camino.
Nosotros subimos andando, casi como un reto personal puesto a cada paso. Lo bueno es que andando es como mejor se disfruta de las vistas, que son espectaculares. De hecho, todo el entorno es majestuoso. Incluso se alcanza a ver el Ausangate, el pico más alto de Perú, que forma parte de la cordillera de los Andes. Se distingue su cumbre nevada, presidiendo el horizonte. Es de una belleza impactante. Te hace sentir en medio de una pintura o de algo irreal, los colores, las formas, todo es impresionante. Es lo que te motiva a seguir caminando, el verte recompensando por algo tan increíble.
La montaña arco iris
Una vez llegada a la base de la montaña hacemos una pequeña parada. No se sube al Vinicunca, sino a la montaña que hay frente a ella, desde la que hay una perspectiva alucinante del famoso cerro de los 7 colores. Esta subida es bastante más empinada y a más de 5000 metros de altura, por lo que se nota mucho la altitud y supone un enorme esfuerzo realizarla, más aún porque hay montones de turistas a los que esquivar.
Los colores de la montaña se deben a la composición de minerales que la conforman: el color rosado es por la arcilla roja, fango) y arena. El blanquecino por la arenisca cuarzosa y margas, ricos en carbonato de calcio. El rojo por compuesto por las arcillas (hierro). El verde se debe al compuesto de filitas y arcillas ricas en ferro magnesiano. El pardo terroso es producto de fanglomerado compuesto por roca con magnesio perteneciente a la era cuaternaria y el color amarillo mostaza por las areniscas calcáreas ricas en minerales sulfurados.
Sin embargo.. merece absolutamente la pena. La visión es espectacular, no solo el Vinicunca, sino el valle que lo rodea. Los colores parecen pintados con acuarela, cuesta creer que algo tan bello pueda ser real. Te deja extasiado su inmensidad, el saberte ahí y ser consciente del esfuerzo que te ha supuesto llegar hasta la cumbre, la magia del momento solo la estropean los miles de turistas haciéndose un selfie que te rodean, pero si te alejas un poco del tumulto, casi puedes llegar a sentirte como si estuvieras solo.
La montaña apenas lleva dos años recibiendo este tipo de turismo masivo. Dicen las gentes de la zona que solía estar cubierta de nieve, lo que impedía apreciar sus bellos colores naturales, pero el calentamiento global acabó sacando a la luz su secreto. Eso y su relativamente sencillo acceso hicieron de ella “víctima” del turismo. Existe una problemática real con este asunto, ya que la entrada no cuenta con control alguno y se han producido problemas con personas que no iban físicamente preparadas para realizar el trayecto que (no olvidemos que se realiza a 5000 metros de altitud, algo no apto para todo el mundo).
No nos podemos quedar mucho tiempo disfrutando del paisaje porque al poco de llegar empieza a nevar. Una tormenta y un frío tenaz hace complicado permanecer en el lugar, así que los guías empiezan a replegar al grupo. El camino de vuelta, por suerte, es bastante menos duro que el de ida. Como vamos más relajados y al poco deja de nevar, aprovechamos para hacer algunas fotografías de los lugareños, que se prestan encantados.
Paramos a comer en el mismo sitio en el que desayunamos y, nuevamente, tenemos problemas con los baños. Y digo baños por llamarlos de alguna manera, porque realmente son letrinas en medio del campo. Después, en el autobús de regreso vamos charlando con una pareja de chilenos que nos dan algunas recomendaciones para nuestra visita y nos cuentan cosas muy interesantes de su país. Resulta curioso, porque hemos hablado con bastante gente de otros países de habla hispana como México o Guatemala y todos coinciden en la corrupción descarada de sus gobiernos.
El autobús de vuelta nos deja en el Centro Artesanal de Cuzco, así que aprovechamos para echar un vistazo y, al ver que los precios son los más bajos que hemos visto hasta el momento, aprovechamos para comprar algunos recuerdos. Luego volvemos al hotel para ducharnos, con la idea de salir a cenar después… pero lo cierto es que según nos tumbamos en la cama, mi cuerpo se desconecta y caigo absolutamente rendida.