Hoy vamos a aprovechar que es jueves para subir a El Alto, ya que todos los jueves y domingo tiene lugar el Mercado 16 de julio: un mercadillo absolutamente inabarcable que llena las calles de la ciudad.
El Alto, a 4150 metros sobre el nivel del mar, tiene casi 100.000 habitantes más que La Paz.
Para llegar vamos a coger el teleférico, así que ponemos rumbo hacia la estación de teleférico roja, atravesando nuevamente un mercadillo. Aquí cada calle es un mercadillo, es algo que nos tiene encantados. Esta vez, aunque acabamos de desayunar, probamos una llaucha: es básicamente una empanada rellena de queso fundido que está para morirse.
El teleférico de La Paz
Inaugurado en 2014 por el presidente Evo Morales, fue construido con la idea de aliviar el tráfico la ciudad de La Paz (damos fe de que es una absoluta locura). Curiosamente tiene un premio Guinness por ser la red de teleféricos más extensa del mundo.
El precio de cada trayecto de teleférico es de 3 bolivianos y hay sacar un nuevo billete por cada transbordo que se realice.
Las estaciones, completamente nuevas, contrastan fuertemente con el resto de la ciudad. Es una infraestructura muy moderna en una ciudad enraizada en el pasado,. Quizás esto sea lo que más nos maravilla de La Paz,:la capacidad que tiene la ciudad para que, aún teniendo este tipo de construcciones parezca seguir anclada al pasado. La forma en que conservan su cultura y sus tradiciones nos parece fascinante. El hecho de saber que con toda probabilidad debajo de esta increíble obra de ingeniería alguien haya enterrado un feto de llama como ofrenda a la Pachamama, no sé… es algo único.
Otra cosa que nos maravilla es que el teleférico funciona con energía solar y todas las estaciones cuentan con servicios como aseos (al precio de 1 boliviano), oficinas estatales e incluso supermercados. Esto hace que las estaciones estén bastante concurridas. Finalmente, para terminar con las maravillas, las vistas desde el teleférico son impresionantes. Se puede ver toda la ciudad de La Paz desde las alturas y hacerse a la idea de su extensión.
El mercado 16 de julio
El mercado es una absoluta locura, inmenso y repleto de puestos donde se puede encontrar cualquier cosa que imagines, desde paneles de abejas hasta piezas de automóvil, neumáticos o autos usados. Vemos puestos de todo tipo: ropa, carritos de bebé, electrónica, juguetes, remedios naturales, dvds, artículos de ferretería, maletas… en fin, miles y miles de objetos de lo más variopinto a precios irrisorios. Incluso hay una zona con santeros, en la que se realizan rituales o se predice el futuro.
Nos volvemos locos probando comida diversa, al ver que los precios son infinitamente más bajos que en La Paz. A nivel de seguridad no nos sentimos inseguros en ningún momento. Hemos hecho caso a las advertencias y vamos con lo puesto, sin mochila ni móviles, solo nos hemos traído la cámara de fotos pequeña y estamos realizando fotografías sin ningún problema. Nadie se nos acerca ni nos sentimos amenazados en ningún momento. Parece bastante tranquilo aunque suponemos que habrá quien aproveche las aglomeraciones para robar a los más incautos. No obstante, queremos desmitificar un poco este barrio y, sobre todo, animar a futuros visitantes a venir sin guía. Los tours guiados son bastante caros y nos da la impresión de que juegan un poco con la mala fama de la ciudad para aprovecharse de los turistas.
La ciudad desde las alturas
Después de recorrer un buen rato el mercado, regresamos al teleférico. Esta vez vamos a coger la línea azul, que recorre la ciudad de El Alto desde las alturas, para así podernos hacer a la idea de las verdaderas dimensiones del mercado y de la ciudad. Es curioso ver cómo los postes que soportan el teleférico están ubicados en los patios de los edificios que hay junto a la avenida principal. Según nos cuenta la señora que tenemos sentada al lado, el gobierno pagó para poder utilizar estos espacios. Algunas casas están realmente cerca del paso de los vagones del teleférico.
Otra cosa curiosa que se puede apreciar bien desde el teleférico azul son los cholets, que son unas casas que se ubican en lo alto de algunos edificios y que fueron creados por el arquitecto Freddy Mamani. Hay quien lo llama barroco galáctico y es que, algunas de estas viviendas, son de lo más llamativas. Normalmente el edificio pertenece a un solo propietario, que vive en la casa de la azotea y alquila el resto de pisos, un edificio puede costar varios millones de dólares según nos cuentan nuestros compañeros de vagón.
Hacemos el trayecto de regreso en la línea azul, para esto tenemos que salir y volver a entrar con un boleto nuevo, para volver a coger la roja que hacemos también completa -después de esperar una inmensa cola que avanza rapidamente-, con el objetivo de enlazar con la naranja.
El trayecto en la línea roja nos permite ver el cementerio desde las alturas, lo cual es bastante curioso porque un poco más tarde, desde la naranja, sobrevolamos otro cementerio completamente diferente. Y es que, si el primero y más conocido, está plagado de nichos y es inmenso, este segundo es más antiguo, pequeño y solo tiene lápidas.
Una vez terminada la línea naranja, con sus impresionantes vistas de los Andes recortando la silueta de la ciudad, cogemos la blanca. Esta línea sobrevuela una de las avenidas principales de la ciudad, repleta de edificios altos.
Una ciudad de contrastes
Cuando salimos de la estación de teleférico blanca nos encontramos en lo que parece una ciudad diferente: estamos en la zona rica de la ciudad y no es necesario que nos lo digan para saberlo. En esta zona, de edificios altos y aceras cuidadas, apenas se ven puestos de venta ambulantes o autobuses, predominan los vehículos privados y hasta su gente viste diferente (más a la manera europea). De hecho, las cholitas han desaparecido del panorama.
Subimos por la avenida del Arce, que podría ser perfectamente una avenida cualquiera de una ciudad europea, y llegamos caminando hasta la plaza del Estudiante. Hoy hay bastante actividad por la zona y mucho movimiento, como a nosotros nos gusta. De ahí pasamos a la avenida del Prado donde paramos a comer. Probamos el famoso sandwich de cholita, de jamón asado, que nos gusta mucho. Luego seguimos la ruta hasta llegar a nuestro querido mercado de Lanza en busca de un api para el postre, pero todos los puestos de api están cerrados. Aquí los puestos abren según a la hora del día que se consuma lo que venden y se conoce que los api están considerados como merienda, por lo que a mediodía no se encuentran.
De lo que sí es hora es de las ensaladas de fruta, que tiene un nombre súper sano y ligero pero en realidad es una completa locura: una copa enorme con trozos de frutas diversas, yogur, nata y galletas. Todo ello por 8 bolivianos en el tamaño pequeño. Nos tomamos uno entre los dos y acabamos a reventar, sin conseguir explicarnos cómo hay gente tomándose uno grande de manera individual. Para bajar la comida, nos vamos dando un paseo hasta la calle Jaén, conocida en el siglo XVI por ser un mercado de compra y venta de camélidos y porque en ella se gestaron las primeras ideas de independencia y se organizó la revuelta de 1809.
Existe una leyenda negra en torno a la calle Jaén, son muchos quienes aseguran haber visto fantasmas caminando por ella de noche.
Nuestra siguiente parada es la calle Eloy Salmón, que nos han recomendado para comprar cosas de electrónica. Necesitamos una tarjeta SD porque nos estamos quedando sin espacio (esto está siendo una locura a nivel fotográfico, llevamos tres o cuatro tarjetas gastadas ya).
Con nuestra nueva tarjeta SD, regresamos al hotel para coger el teleobjetivo y bajar a la plaza de San Francisco, atravesando el mercado de Brujas, a sentarnos tranquilamente. Queremos observar detenidamente la rutina de la ciudad y tirar algunas fotos. Nos sentamos en las escaleras, frente a las que un mimo realiza un espectáculo improvisado. La gente se sienta a verle y los vendedores ambulantes aprovechan para tentarnos con sus productos: jugo de durazno, palomitas y demás.
Después de un rato nos vamos al mercado de Lanza a por algo de cenar. Hoy es el día de los sándwiches, ya que acabamos cogiendo uno de palta (aguacate) y otro de carne molida, que están muy buenos. Tras la cena, nos sentamos un rato en la plaza de San Francisco y regresamos al hotel a descansar.