Aunque su nombre, Siṅhapūra, la describe como «la ciudad de los leones», esta pequeña ciudad-estado es más bien una mezcla de tigre y sirena. Es, también, una mezcla de Asia y Occidente. Es cierto que no llega a ser ni una cosa ni la otra y, sin embargo, es las dos cosas a la vez. Con sus rascacielos de cristal, con espectáculos de luces y sus modernas infraestructuras es una perfecta encarnación del progreso, el desarrollo y del capitalismo más rampante. También es, con el olor de sus comidas, con la delicadezca de sus detalles y con su forma de vivir las cosas, un digno representante de lo que puede ser Asia dentro de un tiempo. Para bien y para mal.
De lo que no hay duda es de que la mezcla impresiona y fascina: los superárboles y su espectáculo nocturno, el show de fuentes y luces de Marina Bay, el relucir de los cristales curvos que recubren cada fachada… y todo ello rodeado de mezquitas, curry, templos hindúes y olor a durian. Una mezcla que, sin duda, merece la pena disfrutar.