México lindo, reza el dicho. Y es muy cierto.
Tal vez no es una belleza que te quita el aliento y te haga volver la cabeza, pero si es del tipo que te conquista con su candor, su sinceridad y su llaneza. Si Diego de Rivera y Frida Kahlo representan la pintura nacional, su romance encarnan su historia y sus cuadros personifican al propio México: llenos de color, pero de colores que pasan de puntillas, sin llamar la atención. Directos y sin florituras, representa lo que es, sin intentar ocultar ni lo bueno ni lo malo. Son, como México.
México es como su comida, deliciosa, que tiene su epicentro en la calle, con el picante siempre suspendido en el aire, en cada olor y en cada esquina de Guerrero. Es como luz de Teotihuacan o Chapultepec al atardecer: difusa, tamizada con una fina bruma de polvo a través de la que se filtra un sol bien amarillo. Es como su gente, en los parques y en las plazas, a la vez tranquila y osada, condensada, con unos ojos que miran el alma y una sonrisa abierta y relajada. Pero, sobre todo, México no “es como”. México, simplemente, es.