Blanco. Blanco es el color de la mañana. Blanco el cielo, blanco el manto que cubre todo. Cada árbol. Cada piedra. Y todo lo que se expande desde mis pies a donde llegan mis ojos. Blanco y suave, por que todo en el mundo parece hecho de algodón, de nubes donde marcar tu paso, donde dejar tus huellas. Es un sitio que está esperando a que llegues.
Te está esperando para mostrarte lo que tiene. Para bajar lentamente el sol, para llamar al frío y al viento, y ver como sientes cuando se ilumina el cielo en rosas, violetas y verdes. Cuando todo lo que no son colores desaparece. Cuando se abre el telón y no deja de caer la nieve, no deja de soplar el viento… pero el temperatura y el aire se desvanecen. Solo se mueven los colores. Oscilan, bailan y se disuelven, jugando a dibujar formas entre las estrellas. Salen. Pintan y se esconden. Te buscan. Te sonríen y encuentran. Te atrapan. Sobre todo, te rodean y te mecen.
Parece que las auroras construyen caminos en el aire. Parece que plantan el cielo con semillas que florecen en minutos. Cambian, se retuercen, pero de forma tan suave que nunca dejan de ser nunca ellas mismas. Sin dejar de contar una historia. Sin dejar de susurrar una canciones. Son tormentas de colores reflejándose en el hielo, luciendo a través de los copos que flotan. Son cuchilladas en el cielo a través de las que se filtra la luz del universo.