Lo confesamos: nos daba bastante respeto este viaje. Han sido meses muy complicados, meses duros y todos hemos pasado por mucho. Hemos visto mucho. Así que, aunque teníamos este vuelo comprado desde hacía casi un año y la compañía no lo había cancelado, estábamos más que dispuestos a dejarlo pasar… pero, tras darle algunas vueltas, leer las experiencias de otros viajeros y asegurarnos de que las medidas de seguridad eran razonables, nos decidimos a viajar. Y por eso estamos escribiendo este artículo: por si tú estás como nosotros y nuestra experiencia te sirve de ayuda a la hora de decidirte.
El viaje
Barajas estaba prácticamente desierto: Muy poca gente, las pantallas vacías, apenas unos veinte vuelos anunciados. El control de seguridad se pasa bastante rápido. Mascarilla obligatoria (aunque muchísima gente la lleva mal colocada, sin taparse la nariz) y gel hidroalcohólico por todas partes.
Nos sorprende encontrar que el avión va lleno. Todo el mundo con su mascarilla, que solo se puede retirar para comer aunque, pese a ser un vuelo nocturno, apenas vemos a dos o tres personas comer algo.
Al llegar a Ciampino nos encontramos la terminal vacía. Hay un control de temperatura a la salida en el que cuesta reparar y algunos taxistas a la salida. Por suerte, nosotros hemos reservado un transfer porque a estas horas (las 23 h) no hay transporte público -hasta el 29 de julio no vuelve el servicio ni los buses express- y las únicas opciones son taxi o algo que hayas reservado de antemano… y no es que haya muchos taxi disponibles.
Roma, toma uno
Nuestra primera mañana en Roma nos sorprende ver la ciudad tan poco transitada. Lo primero que visitamos es Santa María Maggiore, que queda relativamente cerca de nuestro alojamiento. Estamos solos. A la entrada un control de temperatura y poco más. Eso sí, varios puestos de militares por las calles. Lo mismo nos sucede en San Pietro in Vincoli, donde vamos a ver el famoso Moisés de Miguel Ángel.
Después nos dirigimos hacia el centro de la ciudad. El Coliseo nos espera prácticamente vacío: no hay nadie haciendo cola y no parece que haya mucha gente dentro. En los alrededores es fácil hacerse una fotografía sin turistas por medio. No pasamos porque la taquilla no está abierta y como solo se puede adquirir la entrada por Internet, pensamos que iremos mejor por la tarde que además es bastante más económica. Paseamos por el Foro romano, subimos al monumento de Vittorio Emanuele, donde nuevamente estamos solos y después, atravesamos una Piazza Venezia en obras.
Impresiona también ver la Fontana di Trevi con tan poca gente alrededor. Poderte hacer la típica foto sin problemas y sin esperas, sin gente dándote codazos, es un lujo. Sobre todo porque no es nuestra primera vez en Roma y la comparativa es brutal.
Compramos un helado en San Crispino -de la que dicen que es una de las mejores heladerías de la ciudad- que también nos encontramos vacía. Delicioso, por cierto, el sabor de la casa. Luego nos encaminamos hacia el Panteón, donde sí que tenemos que hacer una pequeña cola de unos cinco minutos para entrar porque el aforo está limitado. Nuevamente control de temperatura a la entrada. Dentro poca gente,lo que es un gustazo a la hora de hacer fotografías.
De ahí seguimos callejeando, pasando por la Piazza Navona rumbo al Vaticano (cruzamos el Tíber, por su puesto, por el Castillo de San Ángelo). Son las dos de la tarde y en la cola de San Pietro no hay apenas gente, así que aprovechamos… con lo que no contamos es con que una parte de la cola hay que hacerla al sol y que, al estar el aforo de San Pietro limitado, aunque hay poca gente sí que toca esperar. El calor es demasiado y, cuando por fin nos toca pasar, de camino al control de acceso mi cuerpo dice basta y me desmayo.
Los vigilantes de la entrada me tumban, me dan agua y llaman a la ambulancia. Pronto llega un médico y confirma lo evidente: ha sido un golpe de calor. Tras un rato recuperando fuerzas en la ambulancia, me dan el «alta» y me dejan seguir. Entramos a San Pedro y nos quedamos impresionados: apenas habrá 50-100 personas. Nadie delante de la Piedad de Miguel Ángel. Sin multitudes, sin grupos apiñados escuchando a su guía… es una maravilla esto. Nos animamos tanto que nos decidimos a subir a la Cúpula. Eso sí, cogemos el ascensor para evitarnos uno cuántos escalones, que no queremos tener otro susto.
Al terminar la visita al Vaticano, casi a las cuatro de la tarde, nos vamos a buscar un sitio para comer. Tenemos recomendada la Osteria da Fortunata, donde preparan la pasta al momento y delante de ti… y todo un acierto. La comida deliciosa, sobre todo el cacio e pepe, que es todo un descubrimiento.
Después de comer paseamos por el Campo dei Fiori y seguimos la ribera del río hasta llegar a la Bocca della Veritá y al Circo Massimo. Nos imaginamos cómo debía ser aquello en su época, con sus 300.000 espectadores disfrutando de las carreras de cuadrigas. Realmente no nos hacemos ni la más mínima idea: ¡es el mayor recinto para espectáculos de la historia de la humanidad!
Seguimos hasta el Coliseo y.. ¡voilá! Ya hemos dado nuestra primera vuelta a la ciudad. Y, además, justo a la hora que queríamos: hemos llegado a las 18:00 para intentar entrar antes del último pase (18:15) y así ahorrarnos lo más posible el calor. Sin embargo, nos dicen que ya está completo ese horario y que deberíamos haber comprado las entradas con antelación. Menudo fallo 🙁
Después de descansar un rato disfrutando del Coliseo, atravesamos de nuevo la ciudad rumbo hacia la Piazza di Spagna, para ver la fuente casi sin gente y las famosas escaleras completamente vacías (hace tiempo que no permiten sentarse en ellas). Por el camino hemos recuperado fuerzas con un helado en Giolitti (el de nutella está espectacular, además le ponen nata por encima y eso ya es rozar el cielo. Maravilla).
Seguimos caminando hasta Piazza del Popolo. Se nota que, a medida que cae el sol la ciudad comienza a animarse, se llenan las terrazas y hay bastante más ambiente… aunque el idioma más escuchado sigue siendo el italiano. Nosotros regresamos al Tíber y volvemos a recorrer su margen de camino al Vaticano: el atardecer allí es precioso aunque, con el día sin nubes que hay, no es demasiado espectacular. Lo que sí que sobrecoge es ver la plaza de San Pedro casi solos. No seremos más de 20-30 los que estamos allí sentados mientras que se apaga el cielo y se encienden las luces.
Volvemos a la otra orilla y vamos a cenar a Pizzeria da Baffetto, de la que dicen que tiene las mejores pizzas de la ciudad. Aquí nos toca esperar unos veinte minutos de cola, que no está mal, para comernos una pizza que, efectivamente, está muy buena.
Con las fuerzas recargadas (y más con el tiramisú de pistacho en un sitio llamado Two Sizes que está riquísimo) volvemos a pasar por Piazza Navona, Panteón y Fontana de Trevi para verlas de noche. No se si son más o menos bonitas que durante el día, pero desde luego son diferentes. Otro ambiente. Otros sitios.
Terminamos nuestra ruta de hoy en el Coliseo, que tiene un ambiente increíble: grupo de chavales y parejas disfrutan de su iluminación y del fresco entre ruidosas carcajadas. Ahora sí, damos por terminado el día y volvemos a Termini, donde nos alojamos: hoy hemos hecho 32 kilómetros con todo el calor y nos merecemos un buen descanso.
Roma, toma dos
La mañana del domingo nos cuesta más levantarnos. Nos lo tomamos con calma. Empezamos el día desayunando helado porque hemos venido a jugar. Concretamente en la heladería Giovanni Fassi, que además de estar bastante bien de precio, tiene unos helados muy ricos.
Después nos vamos caminando hacia la basílica de San Juan de Letrán, que es la iglesia más antigua del mundo y por ello recibe el nombre de Cabeza y Madre de todas las Iglesias. El emperador Constantino cedió al Papa este palacio para que fuera su residencia en el siglo IV, cuando los cristianos eran perseguidos. Fue la sede central de la Iglesia Católica hasta que en el siglo XIV los Papas se trasladaron al Vaticano.
Al entrar es un poco espectáculo porque llevo pantalones cortos, así que me toca ponerme una camisa y las perneras de los pantalones desmontables de D. La entrada nuevamente con control de temperatura, de hecho una mujer se queda sin pasar porque da unas décimas.
De ahí nos vamos al centro, la ruta habitual. El sol pega con fuerzas y nos bebemos varios litros de agua entre los dos (menos mal que Roma está repleta de fuentes de agua fresca). Aún así, notamos bastante más gente por la calle. Nada exagerado, pero sí algo más que ayer.
Volvemos a pasear por todos los rincones de la ciudad y llegamos de nuevo a Piazza di Spagna. Hoy sí subimos las escaleras y, de ahí, bajamos para ir a comer. Hemos elegido a la Taverna dei Fori Imperiali, muy cerquita del Coliseo. Aquí nos comemos unos ravioli de burrata y una pasta cacio e pepe tartufato que están para caerse de espaldas. Luego nos tomamos un helado de cannoli en Glauco que también está riquísimo.
Tras la comida, regresamos al hotel para recoger las maletas y salir hacia el aeropuerto. Utilizamos el servicio Ciampino Airlink, que por 2’7€ incluye el tren hasta Ciampino y después un autobús hasta el aeropuerto. Unos 30 minutos en total, pero ojo porque los trenes no están sincronizados con los autobuses y a veces toca esperar. Nosotros llegamos al aeropuerto por los pelos, entre otras cosas porque nos costó horrores encontrar el tren en Termini: está fatalmente indicado.
El vuelo de vuelta bastante más vacío, vamos solos en el asiento y no tenemos más que un par de personas alrededor. Al llegar a España poca cosa: nos hacen rellenar un formulario diciendo que no tenemos síntomas de Covid y se ve a algunos sanitarios dando vueltas por Barajas. Poco más.
Con cuidado y con las preocupaciones debidas, ha sido un lujo poder disfrutar de esta ciudad milenaria, imperial, increíble, (casi) para nosotros solos. Algo que no creo que vayamos a poder disfrutar nunca más pero de lo que seguro que no nos olvidaremos.