Nos levantamos más tarde (se agradece). Antes de salir de Ålesund nos asomamos a Ålesund Kirke: abren justo cuando llegamos, 50 NOK la entrada, retablo pintado precioso y órgano imponente. Al salir, vemos cómo un crucero vacía sus buses en el centro: confirmamos que hemos estado a la hora perfecta.
La iglesia actual se levantó en 1909, en el mismo solar de la que ardió en el gran incendio de 1904. La diseñó Sverre Knudsen y está construida en piedra/hormigón y mármol noruego (mucho del revestimiento vino de Eide, en Nordmøre). Por fuera parece sobria, pero dentro manda un presbiterio ancho cubierto de frescos y vidrieras: el conjunto se terminó entre 1918 y 1928 por Enevold (Martin) Thømt. En el testero, una gran vidriera con Cristo en la cruz y, alrededor, escenas que contrapuntan expulsión del Paraíso y Paraíso prometido; es de esas iglesias donde te quedas mirando colores sin darte cuenta del tiempo. Detalles curiosos: su torre asimétrica, la planta de “long church”, y su capacidad grande (alrededor de 800 asientos). Tras el incendio, incluso giraron la orientación respecto al templo de 1855 para proteger mejor la entrada de los vientos del oeste y aprovechar la topografía de Aspøya.
Salir de la zona urbana cuesta un poco a causa de las obras y el tráfico. Enganchamos un ferry “al vuelo” y seguimos por la costa, pasando por Ørsta hasta Stryn. Como siempre, parada logística en Kiwi: ensalada + wrap para comer tarde, que se nos ha ido la mañana.
Oldevatnet: el lago “imposible”
Volvemos a Olden y subimos por el valle hacia Oldevatnet. Aunque la idea era hacer una ruta, el cielo amenaza lluvia y vamos pillados de tiempo. Lo recorremos en coche hasta el final, parando cada poco: el agua turquesa se debe a la harina de roca (polvo glaciar) que refleja la luz como si alguien hubiera bajado la saturación al bosque y subido el cian al lago. Con sol debe doler de bonito; hoy, con nubes, ya es hipnótico.
Pista de pago y glaciar a 7 km
Al fondo del valle empieza la pista de pago (100 NOK) que lleva hasta Kjenndalsbreen. Son unos 7 km por un camino encajado entre paredes y cascadas. La dejamos atrás y caminamos el tramo final: estamos solos frente a una lengua de hielo que cae entre paredones verdes. El rumor del agua, el frío que se nota en la cara y esa sensación de estar muy cerca del glaciar sin el barullo de otros sitios. Kjenndalsbreen es uno de los brazos del Jostedalsbreen, y aquí lo ves bajando literalmente desde la meseta.
La peque alterna brazos y portabebés; con la humedad y el terreno, el porteo es lo mejor. Tras un millón de fotos, respiramos profundo y de vuelta, que se nos hace tarde. No queremos conducir de noche.
Noruega y la sostenibilidad
Conducir aquí es casi un ensayo general del futuro: cargadores por todas partes y una fiebre por el eléctrico que no es pose. En 2024, el 88,9 % de los coches nuevos vendidos en Noruega ya fue 100 % eléctrico; en 2025 el país sigue bordeando el 90–95 % en varios meses. No es magia: exenciones fiscales a los EV, impuestos altos a los de combustión y una red de carga bien repartida. Resultado: moverte en eléctrico sale a cuenta incluso en zonas frías/remotas.
En los fiordos Patrimonio Mundial (Nærøyfjord/Geiranger), Noruega va a más: el país ha aprobado la exigencia de cero emisiones. Arranca en 2026 para buques pequeños y se va extendiendo por etapas; los grandes cruceros tienen margen hasta 2032. En la práctica, veremos cada vez más barcos eléctricos o híbridos en estas aguas.
Todo esto conecta con el hielo que venimos viendo estos días. Bøyabreen y Kjenndalsbreen son brazos del Jostedalsbreen, la mayor masa de hielo de la Europa continental (unos 480–490 km²). Como en casi todo Noruega, sus frentes han retrocedido en las últimas décadas; hay años con decenas de metros de retirada medida en varios glaciares, un espejo bastante directo del calentamiento (menos nieve que se conserva en verano, más fusión estival). Cuando uno se planta delante del hielo y mira las morrenas recientes, se entiende sin gráficos.
Cabaña con historia rural
Nos quedan unas 2 horas hasta el alojamiento. Llegamos por los pelos y nos recibe la dueña, que vive abajo. Nos cuenta que, por la dispersión de casas, su hijo va al cole en taxi pagado por el Estado (si vives a más de 6 km, te lo cubren). Vida noruega real, sin filtros.
Cenamos karbonader (los filetes rusos noruegos), ducha y a dormir. Día redondo: poca gente, un bello lago imposible y la experiencia del glaciar a solas.