Nos levantamos a las 7:15 y, para ser día de excursión con bebé, la famosa Norway in a Nuthsell pero por libre. Salimos en una hora: récord absoluto comparado con la era pre-peque. El puerto está a 15 minutos; una vez allí dejamos el coche cargando y, tras enterarnos de que la carga se activa con un QR que está medio escondido en una pegatina -nuevamente precio sorpresa- embarcamos por los pelos en un catamarán 100 % eléctrico, muy moderno, amplio y precioso. El cielo juega con nosotros, o más bien con nuestra cámara: nubes bajas, nada de lluvia y una niebla preciosa. Ideal para fotografía.
El fiordo en silencio (y 0 emisiones)
Son 2 horas de crucero: el barco primero navega por el Aurlandsfjord, un brazo de 29 km que desemboca en el Sognefjord (el fiordo “madre”), y a la altura del monte Beitelen se bifurca: a la derecha se abre el Nærøyfjord, que es el tramo angosto y dramático por el que continúa el crucero hasta Gudvangen. Es Patrimonio Mundial desde 2005 dentro del sitio “West Norwegian Fjords” (junto con Geiranger), y hay partes donde la lámina de agua apenas llega a 250 metros de ancho entre paredes de roca que suben más de 1.000–1.400 m casi a pico.
A ambos lados, pueblitos imposibles colgados en las laderas. Nos recuerda a Guilin, pero en versión nórdica, con esa calma que solo dan el agua quieta y los motores que no suenan. La peque alterna miradas curiosas con siesta; el barco tiene un interior amplio y cambiador, por si acaso. Es muy cómodo.
Como curiosidad, nuestro barco es uno de los catamaranes 100 % eléctricos que operan la ruta. Estos ferris cargan baterías de gran capacidad y son parte del objetivo de Noruega de reducir emisiones en los fiordos UNESCO; la normativa impulsa operaciones de cero emisiones en estas aguas en los próximos años.
Flåm: tiendas calentitas, saunas al agua fría y tren con parada musical
Nos queda 1 hora antes del tren. Paseamos por la orilla, curioseamos tiendas de invierno (precios altos, caprichos bonitos) y vemos a gente salir de las saunas y tirarse al fiordo como si fuera agosto. El Flåmsbana sale medio lleno; nos sentamos a la derecha (mejor para ver el cañón; truco: cámbiate de lado a la vuelta y tienes las dos perspectivas). A mitad de trayecto, drama de pañal resuelto sobre la marcha y, aun así, la niña se gana a medio vagón: comentarios amables por todas partes.
El Flåmsbana une Flåm con Myrdal en 20 km y salva 866 m de desnivel con una pendiente media del 5,5 % (en el 80 % del recorrido). Son 20 túneles —18 excavados a mano— y se inauguró en 1940 tras casi dos décadas de obra. Es una de las líneas de vía estándar más empinadas del mundo, y se nota: la sensación es la de subir/bajar una pared verde con cascadas a ambos lados.
El tren para en Kjosfossen (salto total 93 m), donde aparece una Huldra —espíritu del bosque— danzando entre la bruma. Turístico, sí, pero impacta ver el agua tan cerca. Arriba no hay gran cosa más allá de la estación, así que bendecimos haber comprado ida y vuelta. El vagón vuelve lleno y hacemos amigos de Singapur. Empieza a llover y preferimos no alargar: tomamos un bus anterior (2 h antes) que atraviesa el túnel larguísimo de regreso. Nuestro coche eléctrico nos espera al 100 %.
Flåm es el corazón del itinerario clásico Norway in a Nutshell: un “combo” muy redondo que enlaza tren de montaña (Flåmsbana), crucero por fiordos (Aurlandsfjord → Nærøyfjord, UNESCO), bus entre valles y el tren principal hasta Myrdal/Voss para continuar hacia Bergen u Oslo. Lo bueno: ves mucho en un solo día sin logística complicada; lo menos bueno: en temporada hay mucha gente y los márgenes son justos. Nuestro consejo familiar: reservar ventanas de horario amplias, cargar el coche mientras navegas si vas en EV, y llevar portabebés (en tren y barco se mueve mejor que con carrito).
El itinerario habitual se adquiere en forma de excursión organizada, que está fenomenal porque te evita estar haciendo reservas independientes… pero nosotros queríamos dos cosas: 1) empezar desde Gudvangen y 2) tener margen para hacer alguna rutilla en Flåm. Al final no hicimos ninguna ruta porque se nos puso a llover, así que adelantamos la vuelta en autobús, pero se puede hacer un pequeño trekking a una cascada cercana y alguna actividad más.
Carretera estrecha a Bakka: una iglesia blanca y… sin muda
Fotos rápidas en el muelle y ponemos rumbo a Bakka por una carretera tan estrecha que parece pintada por un niño. El camping es de postal, con iglesia blanca mínima en la orilla del fiordo. La iglesia de Bakka (Bakka kyrkje), es de 1859, obra del arquitecto Christian H. Grosch. Es sencilla, de madera, tipo “long church”, y tiene apenas 200 asientos; hoy abre sobre todo en verano y celebra poquitos oficios durante el año Y justo ahí, segundo episodio pañal del día… esta vez nos pilla sin ropa de cambio. Turno de creatividad: toallitas, capa extra y humor. Viajar con un bebé tiene este tipo de anédctodas… pero queda para el recuerdo ese cambio de pañal con semejantes vistas.
Miradores, supermercado de gasolinera y Stalheim al atardecer
De vuelta paramos en un Joker de gasolinera para comprar cosas de ensalada (tomate, lechuga…). Pasamos del poblado vikingo “fake” (de pago y poco que ver) y nos regalamos el mirador de Stalheim: primero el del hotel (el famoso salón panorámico con ventanales) y luego el de Stalheimskleiva, justo encima de la carretera de curvas imposibles. Las vistas son la postal: el Nærøydalen encajado como una V perfecta, con las cascadas Stalheimsfossen y Sivlefossen a cada lado.
El Hotel Stalheim no es cualquier hotel: abrió en 1885, se hizo célebre por su “mirador de sofá” y llegó a recibir a personajes como el Kaiser Guillermo II en sus veranos noruegos. Pasó por incendios serios a principios del XX y fue reconstruido; hoy vuelve a vivir de su pared de ventanales y de ese museo improvisado de antigüedades que hay en el lounge. La vista, dicen, lleva casi 200 años deteniendo viajeros en su ruta entre Voss, Flåm y Bergen… y entendemos por qué. Stalheim Hotel+1
Abajo, la vieja carretera Stalheimskleiva (1842–1846) trepa en 13–14 herraduras por apenas 1,5 km; era ruta postal y hoy está cerrada al tráfico (se puede bajar a pie o en bici). Desde arriba se ve el trazo como un juguete y, al fondo, el valle que forma parte del Paisaje de Fiordos de Noruega Occidental (sitio UNESCO donde también está Geiranger). Si tuviera que elegir, haría exactamente esto: ventanal del hotel para saborear la panorámica… y luego el mirador de Stalheimskleiva para sentir el vértigo con el valle a los pies.
Cierre de día: suelo radiante y fotos reveladas
Noche de ensalada, ducha con suelo radiante, muy típico en los baños noruegos, y ratito de revelado de fotos mientras fuera vuelve la lluvia fina. Caemos rendidos con el sonido del agua de fondo. Mañana, más.