Nada más bajar del tren en Montpellier, ciudad a la que llegamos desde Béziers, buscamos un poco de sombra en el parque que hay frente a la estación. Es mediodía y el calor empieza a apretar. Mientras David va a comprar apósitos y esparadrapo (caminar con sandalias en verano es lo que tiene), Sara se sienta en un banco a darle el biberón a la peque. En el banco de al lado, un par de señores mayores con bastón se gritan y terminan a empujones. La ciudad ya nos da la bienvenida… con personalidad.
Un poco de historia
A diferencia de muchas ciudades de Occitania, Montpellier no fue fundada por los romanos. Su origen es medieval, lo que la convierte en una rara excepción en la región. La primera mención documentada de Montpellier aparece en el año 985, cuando los condes de Melgueil (actual Mauguio) cedieron estas tierras a un noble llamado Guilhem (Guillermo). De ahí nace el Señorío de Montpellier, que durante siglos llevará el nombre de esta influyente familia.
Durante la Edad Media, Montpellier creció rápidamente gracias a su puerto de Lattes, que la conectaba con el Mediterráneo, y a su ubicación en una de las principales rutas comerciales entre España, Francia e Italia. La ciudad se convirtió en un importante centro mercantil, médico y universitario.
Uno de sus mayores orgullos es la Facultad de Medicina, fundada en 1220, que sigue siendo la más antigua del mundo occidental aún en funcionamiento. Entre sus muros enseñaron y estudiaron figuras como Arnau de Vilanova o Nostradamus.
En el siglo XIII, Montpellier pasó a formar parte de la corona de Aragón brevemente, y luego fue adquirida por la corona francesa en el siglo XIV. Durante la Reforma, fue una ciudad protestante muy activa, y por eso sufrió asedios y represalias durante las guerras de religión.
Ya en época moderna, Montpellier se transformó en una ciudad administrativa, académica y artística, y hoy es uno de los principales núcleos urbanos del sur de Francia, con un gran dinamismo demográfico, cultural y arquitectónico.
Tranvías, plazas y mucho ambiente
Montpellier se nota viva. Hay tranvías por todas partes, calles peatonales, grupos de jóvenes, terrazas llenas. El ambiente universitario se respira en cada esquina. Como curiosidad, Montpellier tiene uno de los sistemas de tranvía más artísticos de Europa, diseñados por Christian Lacroix.
Subimos por la Plaza de la Comedia, el corazón de la ciudad, con su fuente, su ópera y ese aire de ciudad sureña algo teatral, algo decadente, pero con carácter. Como a nosotros nos gusta.
David se compra unas gafas nuevas en Uniqlo y seguimos caminando por la Rue de la Loge, la columna vertebral del casco antiguo. Llegamos a la Plaza de los Mártires de la Resistencia, que está en obras, y de ahí nos adentramos en el entramado de callejuelas medievales.
Llegamos a la Rue du Bras de Fer, con sus famosos escalones pintados. La calle debe su nombre a la lámpara de hierro forjado que la corona. Ese “brazo” de metal, que sostiene una antigua linterna, es una obra de herrería del siglo XIX. No tiene un origen oficial del todo claro, pero se ha convertido en el símbolo de la calle y en uno de los detalles más fotografiados de la ciudad.
Paseamos por este rincón artístico, casi secreto, antes de seguir hacia dos iglesias interesantes: Saint Roch, dedicada al patrón de los peregrinos, y Saint Anne, que hoy es un centro cultural.
Catedrales y parques
En un momento llegamos a la catedral de San Pedro, con su impresionante pórtico sostenido por columnas cilíndricas. Se supone que cierra a las seis, pero no parece que nadie tenga prisa. Nos quedamos dentro hasta las 18:20, justo cuando empieza la misa. Todas las iglesias hasta ahora son de entrada gratuita, y se agradece.
Salimos y cruzamos al pequeño parque que hay justo al lado para darle un biberón a la niña. Nos sorprende la cantidad de espacios verdes que vamos encontrando: parques con árboles enormes, sombra y bancos tranquilos. Desde allí pasamos por la Facultad de Medicina, una de las más antiguas de Europa aún en funcionamiento, que guarda un secreto: un pequeño mirador desde el que se ve la parte trasera de la catedral. Nos parece un punto imprescindible, sobre todo porque Montpellier fue uno de los grandes centros médicos de Europa desde el siglo XIII
El Arco del Triunfo
Subimos hasta el Jardin des Plantes, el jardín botánico más antiguo de Francia (fundado en 1593). Desde allí seguimos hasta el Arco del Triunfo, que marca la entrada al Peyrou, un paseo elevado desde el que se ve el acueducto de Saint-Clément y el perfil de la ciudad.
El acueducto de Saint-Clément es uno de los elementos más impresionantes de Montpellier y un excelente símbolo del equilibrio entre ingeniería histórica y vida contemporánea que define a la ciudad.
Es una construcción del siglo XVIII que, aunque pueda parecer romana, es totalmente moderna (en términos históricos): fue inaugurado en 1766 para traer agua potable a Montpellier desde una fuente natural a 14 km, en Saint-Clément-de-Rivière.
Inspirado claramente en el acueducto romano de Gard, tiene más de 800 metros de longitud visibles desde la ciudad y una estructura de 53 arcos, algunos de dos niveles. Su perfil monumental atraviesa el barrio de Arceaux y se integra con absoluta naturalidad en el paisaje urbano, entre parques, mercados y patios interiores.
La estructura desemboca directamente en el Castel d’Eau, un elegante templete con columnas corintias que decora la parte alta del Peyrou. Allí, el agua era almacenada antes de ser distribuida por fuentes públicas en la ciudad.
Hoy en día, el acueducto ya no transporta agua, pero sigue siendo un eje visual y cultural: los domingos alberga un mercado bajo sus arcos, y al atardecer, se convierte en un punto de reunión para estudiantes… y es que nos sorprende ver que toda esta zona monumental está llena de estudiantes haciendo botellón al atardecer. En lugar de estropear el ambiente, lo hace más auténtico. Montpellier es una ciudad joven y se hace notar, muy al contrario de lo que hemos visitado hasta ahora. Posiblemente aquí no nos costaría demasiado cenar tarde.
Cena exprés y tren de vuelta
Volvemos hacia el centro, recogemos comida tailandesa para llevar, que tarda más de lo previsto en salir, y vamos con prisas a coger el tren de vuelta a Narbona. Cenamos en el vagón, mientras la peque duerme en su mochila portabebés. Al llegar, nos espera un baño inundado por culpa de la ducha… pero eso ya es otra historia.
Información útil
Cómo llegar: en tren desde Narbona o Béziers (1 hora aprox.).
Qué ver: Plaza de la Comedia, Rue de la Loge, Catedral de San Pedro, Jardín Botánico, Arco del Triunfo, Peyrou, Facultad de Medicina.
- Consejo para familias: la mayor parte del casco histórico es factible de recorrer con carrito, ya que es peatonal y el suelo no tiene baches, ni es de adoquines.
- Consejo viajero: Hay baños públicos en algunos lugares, por ejemplo en la propia estación de tren. Son gratuitos y su estado de limpieza es aceptable.