Nos levantamos y no se ve nada por la ventana: la niebla lo tapa todo. Recogemos, bajamos a desayunar y salimos bordeando el lago… igual: blanco total. Nos preocupamos por nuestro crucero por Geirangerfjord, tememos no ver nada. Metemos coche, música y paciencia. En cuanto atravesamos un túnel, ¡magia! Cielo limpio y el valle delante. Este país es un queso gruyer: túnel sí, túnel no.
Carretera 15 y el arranque de la escénica
Tomamos la carretera 15, parando en miradores cuando se puede. Hjelledalen utsiktspunkt nos regala el primer “wow” del día: el valle largo, verde y una luz de septiembre que lo acaricia todo. Enlazamos con la 63 — Turistveg: Geirangervegen, esa carretera escénica que va recorriendo labios de montaña hasta asomarse al fiordo. Forma parte de de las Rutas Turísticas Nacionales: curvas anchas, firme perfecto y miradores integrados en el paisaje.
A mitad de mañana, drama logístico: la batería, que iba sobrada, baja a 19 % (benditas recuperaciones en la bajada) y, de propina, episodio pañal de los épicos. Ajustamos planes: menos paradas y directo al fiordo, con escala breve en Flydalsjuvet, uno de esos miradores donde el valle se abre en V y entiendes por qué hemos venido.
Llegada a Geiranger y crucero de fiordo
El pueblo de Geiranger está encajado entre agua y ladera, y todo es de pago. Dejamos el coche arriba, junto al museo, cargando despacio y caro (en 3 h suma ~15 % la batería por unos 158 NOK). Bajamos al muelle con el tiempo justo y embarcamos en un barco pequeño y peleón: pocas plazas exteriores libres, así que nos vamos a popa donde nos plantamos con unas sillas. La verdad es que la diferencia con el anterior es abismal.
El crucero por Geirangerfjord (1 h 30 min) recorre el interior del fiordo (Patrimonio Mundial, como el Nærøyfjord). La audioguía va contando historias de granjas colgadas y familias que vivían literalmente en repisas de hierba. Con sol el fiordo luce menos dramático que en niebla, pero sigue imponiendo. Pasamos junto a las Siete Hermanas, el Pretendiente y el Velo de la Novia: cortinas de agua que caen en hilo desde cientos de metros. La peque va hipnotizada mirando las estelas.
El Geirangerfjord es corto y profundo, con paredes que suben más de 1.000 m casi a plomo; por eso muchas antiguas granjas están abandonadas en terrazas colgadas. El acceso no debía ser precisamente cómodo. Mucho mejor hacer un crucero por Geirangerfjord que una escalada.
Desembarcamos y subimos por una escalera que trepa al lado de una cascada urbana (está indicada: buena para estirar piernas y siestas). El coche ha sumado lo justo. Probamos suerte en el único cargador rápido y está ocupado, así que volvemos a la escénica para rematar fotos con calma.
Después de una buena racha de fotos, regresamos al cargador rápido que ya está libre. En poco menos de una hora, conseguimos alcanzar el 80% de autonomía, suficiente para avanzar con nuestra ruta y aguantar al menos un par de días de camino. e
Ørnesvingen — el Mirador del Águila
La subida por las herraduras hacia Ørnesvingen (Mirador del Águila) es corta y jugosa. Arriba, plataforma con vista total: el fiordo, Geiranger allá abajo, el trazo del agua y las curvas como serpiente. Es de esos sitios donde alargarías la foto cinco minutos más… y luego otros cinco.
La subida empieza por la Eagle Road (Ørnevegen), esa pared de curvas en herradura que trepa desde Geiranger. Son 11 zetas hasta coronar los ~620 m s. n. m., y arriba está el Mirador del Águila (Ørnesvingen), con la vista completa: el pueblo encajado, el Geirangerfjord, las Siete Hermanas y, enfrente, la granja de Knivsflå colgada a media ladera.
La carretera se inauguró el 15 de septiembre de 1955 y por fin dio a Geiranger acceso por carretera todo el año (hasta entonces, en invierno, barco o nada). Se la llamó “Eagle Road” porque el tramo alto cruzaba territorio de águilas; el nombre también le venía al pelo por lo salvaje y espectacular del paisaje.
El mirador actual es parte del programa de Rutas Turísticas Nacionales: lo modernizaron y reabrieron en 2006 con plataforma, una pequeña cascada integrada y vidrio artístico (obra de May Elin Eikaas-Bjerk). Arquitectura de 3RW (Sixten Rahlff) con paisajismo de Smedsvig: minimalista, funcional y sin pelearse con la montaña. Hasta mediados del siglo XX, todo llegaba por el fiordo y muchas granjas estaban literalmente colgadas de la roca. Knivsflå (frente a Ørnesvingen) se abandonó en 1898 por peligro de desprendimientos; en estas laderas se ataba a los niños con cuerdas para que no se acercaran al borde. Hoy suena a leyenda, pero está documentado y ayuda a imaginar la dureza del lugar.
Noche en la granja
Con la luz cayendo, ponemos rumbo al alojamiento: unas cabañas en una granja. Todo huele a campo y a hoguera lejana. Curiosidad: cada cabaña tiene mesa exterior para limpiar pescado, como si el fiordo fuera la despensa común. Dentro, suelo radiante en el baño (bendición) y plato de ducha —que no es tan habitual aquí—. Cenamos sencillo, hojeo un par de páginas y salgo un segundo a mirar estrellas: por fin se dejan ver. Fin del día.