Nos levantamos sin prisas, es un día largo y no queremos agobios. Volvemos al mirador de Stalheim un momento para verlo con luz de mañana y, en vez de seguir por el túnel hacia Lærdal, hacemos lo que veníamos soñando: carretera por arriba, la Aurlandsfjellet Scenic Route. Esa línea que trepa desde Flåm/Aurland y va cosiendo miradores, lagos y praderas altas como si el fiordo fuese un mapa en relieve.
Podríamos haber optado por el túnel de Lærdal, el más largo del mundo en carretera: 24,5 km de E16 que conectan Aurland con Lærdal. Lo curioso es que está “partido” en cuatro tramos por tres cavernas gigantes cada ~6 km, con luz azul y bordes amarillos para simular un amanecer y romper la monotonía (además sirven para dar la vuelta y descansar la vista). Nos habría ahorrado una hora… pero también mucho paisaje
Balcones al fiordo: Aurlandsvangen y Stegastein
Hacemos una parada rápida en el Aurlandsvangen Viewpoint y, un poco más arriba, el famoso Stegastein: una pasarela de madera y vidrio que se proyecta 30 metros fuera de la ladera y te cuelga el Aurlandsfjord 650 m abajo. Espectacular. Ojo con los buses de crucero y la carretera estrecha: hoy nos toca marcha atrás un par de veces para dejar pasar a uno; con calma, todo bien. (Dato friki: la diseñaron Todd Saunders y Tommie Wilhelmsen en 2006 para la red de rutas turísticas nacionales).
De verde a “luna”: Gamle Aurlandsvegen y lagos en altura
Según ganamos altitud, el verde se apaga y aparece el paisaje lunar de Gamle Aurlandsvegen: manchas de nieve tardía, musgo, charcas de espejo y ese viento que te recuerda que estás en la montaña de verdad. Paramos mil veces a hacer fotos; es un paisaje que nos recuerda muchos a las Tierras Altas de Islandia. Llegamos a la zona de los lagos de Aurlandsfjellet, volcánicos, y empezamos a bajar y a recuperar el verdor. Aquí entiendes por qué la llaman la “Snow Road”: la carretera cierra en invierno y suele abrir a finales de primavera—principios de verano (el tramo a Stegastein sí está abierto todo el año).
Una cascada con verja (por las ovejas)
Bajando hacia el interior, nos desviamos a la cascada Vardahaugselvi. Rural hasta decir basta: para cruzar hay que abrir y cerrar una puerta para que no se escapen las ovejas. El salto es potente, el entorno es paz absoluta y somos los únicos. De esos lugares que no salen en las guías y te arreglan el día.
Al final, entre desvíos y fotografías, hemos tardado casi 3h en hacerlo (por una hora del túnel) por todo lo que hemos parado, pero ha merecido mucho mucho la pena.
Lærdal bucólica y picnic de súper
Entramos en Lærdal y el reloj baja las revoluciones. La arquitectura aquí es diferente y parece un pueblo del siglo XIX de Luisana o el interior de EEUU.. pero rodeado de agua y montañas. Casas de madera impecables, ritmo de pueblo costero sin costa. Paramos en el supermercado Kiwi donde cogemos una ensalada de patata, un wrap de salmón, bollitos de canela, limonada, pañales y toallitas. No nos ahorramos el 50% de los pañales, que están en promoción, porque la tarjeta del súper solo la emiten a residentes; aún así están genial de precio. Con nuestra compra, hacemos picnic en un parque junto al agua mientras el coche carga despacio (hoy vamos sin prisa, ni falta que hace). Si vienes con más tiempo, merece asomarse al casco antiguo de Lærdalsøyri: más de 150–160 casas tradicionales protegidas que fueron nudo comercial entre este y oeste desde la Edad Media.
Ferry exprés y tramo final: fiordo, mirador y glaciar
Seguimos la carretera hasta Fodnes y cogemos el ferry exprés que cruza al otro lado. No hay que hacer nada: pasamos y listo (bendito AutoPASS). Ya nos enteraremos de cuánto ha costado.
Volvemos a parar en miradores de esos de “solo una foto más” —Fjærlandsfjorden Utsiktspunkt— y rematamos con el glaciar Bøyabreen: ha retrocedido mucho, pero el mirador a 5 minutos del parking nos regala una lengua de hielo con cascadas a los lados que parece decorado de cine. Bøyabreen es un brazo del Jostedalsbreen, el mayor glaciar de la Europa continental: aquí sientes literalmente el hielo bajando de la meseta.
Cabaña, olor a granja y paseo junto al lago
Llegamos al camping y la realidad nos saca una sonrisa: tres cunas rotas (al final tiramos de improvisación) y olor a vaca en el aire. Oprtamos por un plan B: paseo al atardecer bordeando el lago Oldevatnet, que está increíble con la cresta de la montaña ya en sombra. La cocina común está a tope —una familia se está preparando festín—; nosotros cenamos pad thai y chicken satay “de emergencia”. El móvil se queda sin memoria de la cantidad de fotos que llevamos hoy, la peque quiere seguir explorando y nosotros nos vamos a dormir con la ventana al lago.