Llegamos a Uyuni a las 5:30 de la mañana, muertos de frío porque la temperatura en el interior del autobús es de 11 grados. Hemos pasado una noche bastante mala y estamos muy cansados. Recogemos nuestras maletas sin ningún tipo de control, menudo desastre de compañía, no la recomendamos en absoluto.
Al salir del autobús vemos a una mujer sosteniendo un cartel de Esmeralda Tours -la agencia con la que tenemos reservado el tour-, pero no viene a recogernos a nosotros. No sé si han traspapelado nuestra reserva, pero nos acompañan igualmente hasta la cafetería donde tendremos que esperar hasta las 8 que abre la agencia.
Esto parece ser rutina aquí, ya que vemos que cada agencia reubica a la gente en una cafetería y hay varias abiertas pese a las horas que son. La nuestra está a unos 10 minutos a pie de la estación de autobús y nos viene genial ya que tienen estufas, enchufes y la mejor WiFi que hemos tenido en lo que vamos de viaje. Además tenemos baño para asearnos. Eso sí, los precios son elevados. Nosotros compartimos un desayuno (no tenemos mucha hambre, pero es muy completo) por 15 bolivianos.
Uyuni
A las 8, cuando abre la agencia, vamos a concretar el precio del tour y a sacar dinero del cajero. Los tours no empiezan hasta las 10:30, lo hacen así para que todas las agencias salgan a la vez y así poder jugar con los asientos libres o reubicar a quienes hacen los tours de distinta duración.
El precio del tour de 3 días por el salar de Uyuni es de 800 bolivianos. Se puede alquilar un saco de dormir por 50 bolivianos y el traslado a San Pedro de Atacama por otros 50 bolivianos más.
Mientras esperamos a que salga el tour nos metemos en un restaurante cercano a tomarnos un té y un batido, ya que aún hace bastante frío. Las mochilas las hemos dejado en la agencia, así que vamos sin peso. Cuando parece que empieza a dar algo más el sol, salimos a dar una vuelta por este pueblecito minúsculo.: no hay gran cosa que ver, ya que son cuatro calles y la mayoría de los comercios son tiendas para turistas o bares. Nos acabamos desplazando hasta la estación de autobuses, donde encontramos una especie de mercado con algún puesto ambulante. Compramos unas salteñas, frutos secos y galletas para el viaje.
El cementerio de trenes
Existía una línea ferroviaria que unía Uyuni con Antofagasta –el polémico territorio, ahora chileno, por el que ambos países discuten ya que era el punto de acceso al mar de Bolivia y ahora lo reclaman– a finales del siglo XIX. Servía para transportar minerales (plata, oro y estaño, principalmente) y trajo mucha prosperidad a la zona. Sin embargo, la felicidad no duró demasiado: Bolivia perdió Antofagasta y la línea ferroviaria cayó en desuso. Los trenes que estaban esperando a ser reparadas para volver a circular fueron olvidadas aquí.
La verdad es que es un lugar que invita a la reflexión, pero no a la que esperábamos hacer. La ingente cantidad de turistas que hay aquí, subiéndose en masa a los vagones para hacerse una fotografía y haciendo pintadas en los vagones hacen de la visita algo incómodo. Nos alejamos tanto como podemos de la multitud pero, aún así, no logramos disfrutar de este lugar.
Nuestra siguiente parada es un pueblecito o, mejor dicho, un mercadillo. Esta visita nos molesta porque es básicamente para que compremos algo. Dicen que hay un museo de sal, que no es más que un salón con algunas estatuas de sal. Una estafa y una forma muy descarada de tratar de exprimir a los visitantes, algo que nos mosquea enormemente porque perdemos aquí 20 valiosos minutos de luz que podríamos pasar en el salar.
El desierto de sal más grande del mundo
La primera parada que realizamos en el salar son los Ojos del Salar. Estos «ojos» no son más que restos del lago Tauca, que aprovechan las capas más débiles de sal para asomarse. Pueden llegar a tener hasta 2 metros de profundidad y son curiosos de ver por los colores que tienen. Además, son un perfecto preparativo para lo que viene. Nuestro guía nos para también en los montículos de sal, que son montañitas que realizan los lugareños para después recoger la sal. Es muy curioso ver las formas geométricas que se dibujan en la superficie del suelo, muy dura y brillante. El color blanco es tan intenso que hace daño a la vista, por lo que las gafas de sol se vuelven imprescindibles.
El salar de Uyuni es la mayor reserva de litio del mundo, ya que contiene entre un 50 y un 70% del litio mundial. Hace 40.000 años esto era un enorme lago y se estima que contiene 10.000 millones de toneladas de sal, de las cuales 25.000 son extraídas cada año.
Paramos a comer en un hotel de sal, donde está la famosa estatua de sal que hicieron para el Dakar y las banderas internacionales que, espontáneamente, los turistas han ido colocando aquí. Es uno de los lugares más fotografiados del salar y se ha convertido casi sin quererlo en un símbolo para la zona, junto con las famosas fotos de los dinosaurios. Comemos en el antiguo hotel de sal que, aunque ya no aloja a huéspedes, permanece en pie (digamos que porque tuvo más suerte con los permisos que el resto de los hoteles de sal, que acabaron siendo sacados fuera del salar).
Nuestra siguiente parada es el salar propiamente dicho: un inmenso desierto blanco donde la vista se pierde en el horizonte. El camino hasta aquí es algo completamente nuevo para nosotros ya que, por causa de las características del salar, la sensación que se tiene es la de no estar avanzando. Es decir, el coche avanza durante kilómetros sin que absolutamente nada del paisaje que nos rodea cambie. Es algo súper raro. De hecho, yo me duermo y al despertar tengo la impresión de seguir exactamente en el mismo punto.
El salar es impresionante. Estamos hablando de más de 10.000 kilómetros cuadrados de sal. Para que te hagas a la idea, la Comunidad de Madrid entera tiene 8.000 km cuadrados, ¿increíble, verdad?
Nos entretenemos un rato con el famoso efecto fotográfico del salar de Uyuni (los guías lo tienen más que controlado y llevan ya sus dinosaurios para el atrezzo). El truco para que estas fotografías salgan bien es la profundidad de campo. Para ello es necesario no poner los objetos muy cerca de la cámara, de esta manera todo saldrá enfocado. Nos hacemos las fotos típicas porque lo cierto es que no llevábamos nada preparado, aunque basta hacer una búsqueda en Internet para comprobar que la gente es tremendamente creativa.
La isla de los cactus gigantes
El siguiente punto de la ruta es la isla Incahuasi, cuyo significado literal es «la casa del Inca» y que está repleta de cactus gigantes, en algunos casos de más de 10 metros de altura. Saber que estos cactus crecen a razón de un centímetro por año nos da una idea de la cantidad de años que tienen, estamos hablando de plantas milenarias.
El precio de la entrada a la isla Incahuasi es de 30 bolivianos.
Otra cosa impresionante de esta isla es el paisaje que la rodea o, mejor dicho, la falta del mismo. La isla se encuentra ubicada en medio de un mar de sal inmenso, que parece no tener fin. El efecto es espectacular.
La visita a la isla es el último punto del tour de un día por el salar, lo que significa que los grupos se redistribuyen. Nos toca con un grupo enorme de franceses que ocupan dos vehículos a falta de dos plazas. Aunque lo curioso de verdad es que el otro coche que nos acompaña también va lleno de franceses y se han hecho todos súper amigos, tanto que tardamos un rato en comprender que realmente no venían juntos desde el principio.
El atardecer más espectacular
Lo siguiente que vamos a hacer es, a nuestro juicio, lo más espectacular de todo el salar: el atardecer. Si tuviéramos que recomendar una única cosa, sería no perdérselo por nada del mundo. El juego de colores es ALUCINANTE: va evolucionando de tonos anaranjados a un morado intenso increíble. Además, como tenemos la suerte de que aún queda una zona cubierta de agua, vemos el reflejo del cielo en la superficie del salar, convirtiendo este atardecer en uno de los mejores de nuestra vida.
La puesta de sol nos deja completamente sin palabras y maravillados por el espectáculo natural que acabamos de presenciar. Nos cuesta regresamos a los coches, incluso cuando ya ha oscurecido.
Cuando por fin nos pones en marcha, para salir del salar, nos toca cruzar un paso con barrera gestionado por los lugareños. Nos quedamos un buen rato ahí parados. Los conductores bajan de los vehículos y se ponen a discutir con la gente que gestiona la barrera ya que no nos quieren dejar pasar, mientras los vehículos se van acumulando a la entrada. No nos quieren explicar qué está pasando, pero por lo que conseguimos escuchar, entendemos que el problema viene de que la gente del lugar quiere que les paguen más dinero por pasar y ellos reclaman que si cobran por el acceso, mantengan el camino y cobren así por algo.
Esto es algo que pasa en Bolivia, ya lo vimos en Copacabana y los franceses nos cuentan historia para no dormir de conflictos internos. Al parecer vienen de Sucre, donde tuvieron un problema importante para salir de la ciudad ya que en la zona hay conflictos por un campo gasífero y la carretera que conecta con Potosí estaba cortada. Tuvieron, de hecho, que realizar el trayecto a pie -más de 25 kilómetros cargando con las mochilas -después de ver que lo que les dijeron que iba a ser cuestión de horas, no se resolvía pasados de días-.
Por supuesto, nadie les había informado de nada, ni antes ni durante y habían ido a Sucre sin tener ni idea de que la situación estaba como estaba, aunque los lugareños sabían de sobra que posiblemente no pudieran salir del lugar. Esto es algo que no nos gusta de Bolivia: el hermetismo que tienen roza lo peligroso para los turistas. Las autoridades deberían preocuparse de informar a los turistas de este tipo de cosas ya que, posiblemente, de haberlo sabido estos chicos hubieran modificado su ruta. Durante el viaje conoceremos a más personas que se encontraron con la misma situación en Sucre y todos coincidían en lo mismo: en ningún momento se les había avisado de que la zona estaba bloqueada, ni autobuses, ni vuelos… todo había seguido trasladando a turistas a la ciudad sin avisar de absolutamente nada.
Un hotel de sal
Tras una carrera al más puro estilo Dakar, en un intento por parte de nuestro conductor de recuperar el tiempo perdido, llegamos al hotel de sal. El sitio es muy básico, totalmente hecho de sal. Cuenta con habitaciones dobles y compartidas y un cuarto de baño común para todos -en total somos 18 personas y contamos con una ducha y dos váteres.- A nosotros nos toca una habitación privada con baño, pero nos indican que no podemos utilizar el baño ya que no hemos pagado este servicio. Nos parece un poco ridículo, pero bueno.
Después de cenar con el resto del grupo nos vamos a la ducha. Las duchas tienen un coste de 10 bolivianos por persona, en teoría por el agua caliente, pero a nosotros el agua nos sale templada tirando a fría, que con el frío que hace no resulta lo más apetecible pero es lo que hay. O al menos lo que pensamos..