Medellín y Guatapé (20, 21)
Medellín y Guatapé (20, 21)

Medellín y Guatapé (20, 21)

 

Y llegamos a la última etapa de nuestro recorrido por Colombia con una sensación un tanto extraña: por un lado, sentimos que llevamos infinidad de tiempo aquí. Nos hemos adaptado perfectamente al clima (cómo no hacerlo), a la comida, al ritmo… Por otro lado, la sensación de que esto ha sido demasiado corto, se nos ha pasado volando y no nos importaría tener otra semana más por delante. Nos queda mucha Colombia por descubrir y no ayuda que todos los colombianos que hemos conocido nos hablen maravillas de otras zonas del país, claro está.

La ciudad de la eterna primavera

Reconocemos que a Medellín hemos llegado con cierta inquietud. No nos han hablado nada bien de las ciudades colombianas y vamos un tanto en guardia. Para prevenir disgustos hemos optado por dejar la cámara en el alojamiento y salir solo con la Sony RX100, que es más pequeñita y fácil de guardar. No llevamos tampoco ningún tipo de joya (que tampoco es que seamos gente de joyas pero el anillo de bodas por ejemplo se quedó en casa), solo llevamos billetes pequeños en los bolsillos y un par de 50.000 pesos escondidos en la plantilla de las zapatillas. Sí, con ese nivel de paranoia salimos. Que seguro que no pasa nada y es todo mucho peor de lo que pintan.. pero mejor prevenir poniéndose en lo peor que curar.

Nuestra primera parada es el Pueblito Paisa, al que nos vamos en taxi desde Laureles, donde nos alojamos. Es una recreación de los típicos pueblos de la zona de Antioquia, pero después de haber estado en el eje cafetero esto nos parece un decorado artificial y no nos gusta demasiado. Lo que sí es bonito es el cerro Nutibara, donde se encuentra. Una zona muy tranquila, con mucha gente haciendo deporte a estas horas.

Para no tener que andar solos por el centro, que nos han dicho que puede ser peligroso, nos hemos apuntado a un Free Tour por la mañana… y la verdad es que no sabemos si por ir en grupo, pero Medellín no nos parece para nada una ciudad peligrosa. El tour empieza en la parada de metro de San Antonio, donde nos hacen un breve resumen de la historia de la ciudad.

Luego vamos a la plaza del Berrio, al parque de Rafael Uribe y a la plaza de Botero pasando por la avenida de Carabobo y pasando brevemente a ver el centro comercial del Palacio Nacional. Habíamos leído cosas preocupantes sobre la seguridad de esta zona (drogadictos durmiendo bajo las esculturas de Botero, robos a mano armada a la luz del día..) pero vemos el ambiente de los más tranquilo y familiar. Tanto que nos animamos a sacar la cámara y tirar alguna foto -estábamos deseando!-.

Nuestra siguiente parada es el parque de las Luces de donde cruzamos para ver una de las primeras estaciones de tren que tuvo la ciudad y la zona donde se encuentran los edificios de la Gobernación. Y finalizamos en la plaza de los Pies Descalzos, todo un símbolo del renacer de la ciudad. Este parque fue el elegido para empezar una serie de actividades con niños que tenían por finalidad que las familias de la ciudad perdieran el miedo a salir de sus barrios y recuperaran así las calles que la violencia del narcotráfico les había arrebatado.

La verdad es que Medellín no es una ciudad especialmente bonita o monumental, pero es muy impresionante ver como la que fue considerada una de las ciudades más peligrosas del mundo en los 90, ahora es una ciudad por la que se puede pasear y en la que se ve a familias pasando el día en los parques con total tranquilidad. El cambio que ha pegado Medellín es, sin lugar a duda, un ejemplo a seguir y una muestra de lo que las personas cuando tienen un objetivo común pueden conseguir. Emocionante, sin lugar a dudas.

Al acabar el tour salimos corriendo porque tenemos el tour por la Comuna 13. Vamos a la parada de metro de Cisneros, que es la que nos pilla más cerca, pero la tarjeta hay que sacarla en San Antonio, así que nos toca ir para allá. Hay un montón de gente por la calle, lo que dificulta desplazarse y también mucho tráfico, lo que hace que sea mala idea coger un taxi.

Llegamos por los pelos al tour y, aprovechando que aún quedan cinco minutos para que empiece, compramos unas empanadas y una limonada de coco gigante en un puesto  que hay junto al metro de San Javier, donde empieza el tour.

 

La comuna 13

Contrariamente a lo que mucha gente piensa, y muchas personas interesadamente venden, en la Comuna 13 jamás estuvo involucrado Pablo Escobar. Esta no era la cantera de sus sicarios, ni mucho menos. La Comuna 13 fue, por su posición estratégica en la ciudad de Medellín, «secuestrada» por las FARC, el ELN y los paramilitares. Como en muchos otros sitios de Colombia, estas organizaciones criminales en un principio vendieron que su intención era ayudar a las comunidades locales… pero una vez que el tráfico de armas, de droga y demás entro en juego hubo demasiado dinero implicado y aquello acabó convirtiéndose en una auténtica guerra.  En esta barriada se vivieron momentos muy complicados,  como la famosa Operación Orión, donde murieron 88 civiles, se hirió a otros tantos y desaparecieron 92 personas. Podéis imaginar lo que es estar en medio de un campo de batalla, con helicópteros militares y tanques.

Sin embargo, la Comuna 13 ahora mismo no da ningún miedo. Posiblemente sea, de hecho, uno de los lugares más seguros de Medellín. La violencia ha sido desterrada por completo de sus calles y se ha convertido en los últimos años en un atractivo turístico imprescindible. Improvisaciones de rap, break dance, exposiciones de arte, música, grafitti… la cultura, el hip hop y el arte urbano han cambiado radicalmente esta barriada. Eso y, por supuesto, el completo rechazo a la violencia por parte de sus habitantes. También ha ayudado, y bastante, la construcción de las escaleras mecánicas que hicieron de la comuna un lugar mucho más accesible y fácil de transitar, aunque esto es algo que se entiende mejor una vez allí.

Esto es como todo, obviamente, el turismo se ha convertido en algo mucho más interesante que la violencia y eso hace que a nadie le interese que la gallina de los huevo de oro se espante… pero claro está, el turismo tiene su parte negativa. Vivir en la Comuna 13 hoy día es vivir en un parque temático, con cientos de turistas de visita a diario, música a todas horas y mucho ajetreo. Aunque siempre es mejor escuchar una improvisación de rap que un tiroteo, claro está.

Tras acabar el tour, subimos en metro cable hasta la zona más alta de la línea amarilla, para ver todas las comunas desde lo alto. Es increíble la pobreza que se puede ver en esta zona, la verdad.

Nuestra siguiente parada es el Parque del Río, donde está la decoración de navidad de la ciudad de la que llevamos oyendo hablar todo el viaje… y que nos decepciona un poco. No está mal, pero esperábamos otra cosa. Cenamos algo en los puestos callejeros del parque y luego cogemos un taxi para ir al cine a ver Encanto, la película que Disney acaba de estrenar y cuya acción transcurre en Colombia, así que nos parece un puntazo verla aquí.

Guatapé

 A la mañana siguiente viene a buscarnos el autobús para llevarnos a Guatapé. Pensamos hacerlo por libre, que es relativamente fácil, pero el tiempo amenaza lluvia, el transporte de vuelta es incierto (hay veces que se llenan a la vuelta y no lo puedes coger) y, con todo el equipo de foto, preferimos no estar todo el día en transporte público. La excursión organizada sale algo más cara (no mucho), pero nos daba más tranquilidad.

 

La primera parada del autobús es en el pueblo del Peñol. Este pueblo estaba originalmente en otra zona, pero la inundaron para construir un embalse y así generar energía eléctrica, trasladándolo a este nuevo lugar. Lo más curioso que tiene es una iglesia cuya torre parece que está esculpida en pura roca.

Seguimos hasta el embalse, donde nos bajamos del autobús para montarnos en algo que llaman barco rumbero y que básicamente es un barco que hace un recorrido por el embalse con música a todo volumen. Nuestro sueño. El paseo en barco está bien, se ven cosas curiosas como la única casa original del Peñol que se conserva, la cruz que se puso sobre la antigua iglesia del pueblo, varias casas de celebridades colombianas o las ruinas de la finca La Manuela, que perteneció a Pablo Escobar.

Después de eso vamos ya a la Piedra de Peñol, el símbolo de la región: una inmensa roca a la que se acceder, previo pago de 20.000 pesos, por una subida con unos 650 escalones y que tiene unas vistas espectaculares del embalse que bien valen la subida. Llegamos justo a tiempo porque, nada más acabar con nuestras fotos, se pone a llover de una manera brutal… pero nosotros ya estamos bajando y nos metemos de inmediato en el restaurante a comer. Por cierto, la peor comida de todo el viaje.

 

Después de ver la Piedra vamos al pueblo de Guatapé, conocido por sus zócalos. Los zócalos presentan motivos que representan la actividad de la casa o simplemente los gustos de sus habitantes. Son muy bonitos y coloridos, algo distinto a lo que hemos visto hasta ahora, aunque similar.

Tras la visita, regresamos al autobús para volver a Medellín. Por la noche salimos a gastarnos nuestros últimos pesos en comer en la 70, una calle con mucha actividad que hay junto a nuestro alojamiento y a tomarnos nuestra última limonada de coco y nuestra última cerezada.

Colombia ha sido, sin duda, un gran viaje. Es un país muy completo, con paisajes espectaculares y una naturaleza de impresión. Los colombianos nos han parecido tremendamente amables, muy habladores y en general buena gente, salvando los que nos han dejado sin dónde dormir o sin coche y a algún que otro listillo, que de esos hay en todas partes… pero por lo general es un país amable de visitar. No nos ha parecido tan inseguro como nos habían hecho pensar antes de viajar y pensamos que está injustamente estigmatizado por su pasado. Obviamente hay que utilizar el sentido común, pero no más que en otros países que no tienen esa mala prensa. Nos vamos con un montón de experiencias maravillosas en la maleta, con los colores de las calles de Cartagena y el eje cafetero en las retinas, con el olor a café en las fosas nasales, con el sabor de las arepas en la lengua y con la sensación de despedirnos de una tierra con la que nos sentimos profundamente hermanados.

 

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