El mar de Aral y el cementerio de barcos de Moynaq (12)
El mar de Aral y el cementerio de barcos de Moynaq (12)

El mar de Aral y el cementerio de barcos de Moynaq (12)

 

Nos vamos a las 6:30, dejando a la pobre chica del guesthouse con cara de sueño… nosotros también tenemos bastante, pero nos esperan unas cuantas horas de trayecto y es mejor empezar cuanto antes. Vamos a hacer la primera mitad de la ruta hasta Moynaq en coche, unas 4h, y allí vamos a cambiar a un 4×4, porque es la única manera de llegar hasta la orilla de mar de Aral.

Reencuentro con el zoroastrismo

El paisaje por el que avanzamos según salimos de Jiva es bastante rural y las carreteras están razonables, aunque con muchos baches, parches y zonas de desvíos por obras. Tenemos varias paradas programadas y la primera es en Chilpick, una antigua torre del viento zoroastra hecha sobre una montaña.

Si leíste nuestro diario de Irán, te sonará esta religión. El zoroastrismo es una religión que data del siglo 1.500 a.C, fundada por Zaratustra (o Zoroastro, según el idioma), un profeta y filósofo iraní de la época.  El zoroastrismo destaca por su énfasis en la dualidad entre el bien y el mal, representados por Ahura Mazda y Angra Mainyu. Además, es una de las primeras religiones en promover la adoración del fuego como símbolo divino. También influyó en conceptos como el juicio final y la resurrección, que posteriormente se encontraron en otras religiones.

Los zoroastras practican la “exposición al cielo” o “dakhma”, donde los cuerpos se colocan en torres de silencio para ser devorados por aves carroñeras, promoviendo la purificación de los elementos y evitando la contaminación del fuego, tierra y agua… y, precisamente, Chilpick era una torre del silencio.

Por las fotos recuerda a Uluru y, cuando nos vamos acercando aparece recortado en la montaña, cada vez más grande. Nos sorprende ver qué hay que pagar (10.000 som) por visitarlo, pero ya que estamos aquí subimos… y a pesar de no tener nada, es curiosamente interesante: es uno de los lugares de nacimiento del Zoroastrismo, que se construyó hace más de 2.500 años y que solo se ha utilizado como cementerio/torre del silencio. Además de su tamaño, que es enorme, parece increíble que se haya conservado tanto tiempo, en un clima tan extremo, sin mantenimiento, teniendo en cuenta que está hecha de adobe. Además, pensando en que la zona estaba habitada por nómadas y tribus poco numerosas, igualmente alucinante es que fueran capaces de construir esto.

Continuamos bordeando la frontera de Turkenistán y siguiendo el curso del Amu Daría hasta llegar al cementerio de Mizdakkhan. A este hora ya llega el calor y el cementerio es una chicharrera… además de ser un caos donde cada uno parece haber hecho las tumbas donde le ha venido bien. Lo cual, dado lo inmenso del lugar, le da un aspecto de ciudad apocalíptica. Es curioso y, sobre todo, destacan dos mausoleos interesantes: Mazlumkhan Suliw, hecha bajo tierra, y la del profeta Shamun Nabi, enorme porque también la leyenda dice que si sus pies tocaban algo se acabaría en mundo… y le hicieron un sarcófago de 30m, así que parece que estamos a salvo.


 

El cementerio de barcos

Paramos a comer en un restaurante de carretera que no tiene nada que envidiar a cualquier parada de camioneros en España y nos tomamos un guiso de carne y una sopa de raviolis antes de continuar hasta Moynaq. Moynaq era una floreciente ciudad pesquera, con su fábrica de conservas y su industria pesquera, que se quedó arruinada cuando se retiró el mar de Aral y sus barcos se quedaron en tierra. De hecho, visitamos el cementerio de barcos y pensamos en el drama de este mar y de esta región, que por unas decisiones arbitrarias ha llegado a ser una catástrofe medioambiental y humana.

El desvío del agua de los ríos que alimentaban el Mar de Aral comenzó en la década de 1960, en la época soviética de país, pero los principales cambios y desvíos masivos ocurrieron durante las décadas de 1970 y 1980. Los ríos Amu Darya y Syr Darya, que solían alimentar el Mar de Aral, fueron redirigidos para riego agrícola y otros usos, lo que resultó en la disminución dramática de los niveles de agua del mar y en su eventual división en dos cuerpos de agua más pequeños: el Mar de Aral del Norte y el Mar de Aral del Sur. Este proceso tuvo un impacto devastador en el ecosistema y en las comunidades que dependían del mar para su sustento. El 90% del mar de Aral se perdió. En su máximo esplendor, en el siglo XX temprano, el Mar de Aral tenía una superficie de alrededor de 68,000 a 69,000 kilómetros cuadrados, lo que lo convertía en uno de los lagos más grandes del mundo en ese momento.

Muchas familias tuvieron que abandonar la zona, al perder su fuente de ingresos, y a las que se quedaron no les fue mucho mejor. La disminución del agua contribuyó a la salinización del suelo y la contaminación química. Esto afectó la calidad del agua potable y la salud de la población, aumentando las enfermedades relacionadas con el agua y la malnutrición. Además, la alteración del ecosistema del Mar de Aral afectó el clima local, creando condiciones más extremas y desertificación en la región. Las tormentas de polvo se volvieron más frecuentes y transportaron sustancias tóxicas, afectando aún más la salud de la población.

Un desastre medioambiental en toda regla que dejó muy tocada la región y de la que aún no se han recuperado, en parte porque no se ha hecho nada por recuperar el mar de Aral, que parece que las autoridades uzbekas han dado por perdido. Sí sabemos que en Kazajastán, donde también tenían parte del mar, están luchando para recuperarlo y no llevan mal camino.

 

En 4×4

Cambiamos en Moynaq de coche a 4×4 y terminamos de salir de la pequeña ciudad (que se ve sorprendentemente nueva y bien mantenida para lo esperado, por lo menos) y nos adentramos en los campos de gas, primero, y en el desierto, después. Mientras avanzamos entre las torres de extracción de gas pensamos que tal vez todo lo del mar de Aral y la poca voluntad de recuperarlo no tenga tanto que ver con la desidia o con la agricultura, si no con el gas.


Nuestro conductor va con cuidado, no sabemos si por el mismo, por el terreno o por el pobre vehículo, al que le ha costado arrancar, al que hay que quitar el aire acondicionado de vez en cuando y el que se nos cala un par de veces. Vamos detrás de otro 4×4 de la misma agencia que se lleva una pareja de alemanes, con lo que por lo menos vamos con backup en el caso de tener algún problema. Por cierto, preguntamos por activa y por pasiva si había más gente para compartir la excursión y nos dijeron que no… y ahora vamos por duplicado.


Paramos en un mirador y, de nuevo, resulta increíble el retroceso del agua: solo se ve desierto donde había mar. De hecho, como en Moynaq, vemos cómo un acantilado de varias decenas de metros lo que en realidad era una orilla y el inicio del mar. También paramos en un cañon que parece increíble que estuviese sumergido.. y llegamos justo a tiempo para ver el atardecer a los pies de lo que queda del mar. Sigue viéndose muy grande, pero es nada comparado con lo que fue. Y lo que es peor: vemos que están preparando un campamento de yurtas (al principio pensamos que es el nuestro) justo en la orilla.. lo cual quiere decir que no hay idea de revertir ni mejorar la situación aunque sea mínimamente 🙁

Noche en una yurta

Llegamos al campamento un poco más tarde, cuando ya está oscureciendo. Esta subido en un risco (la antigua orilla) y está compuesto por muchas más yurtas de las que esperábamos: fácilmente hay 10 o 15, unas más grandes y otras más pequeñas (la nuestra minúscula, con sitio para dos camas y nada más) y con 3 baños que son básicamente agujeros en el suelo metidos en una caseta. No es estén sucios, pero el olor es tremendo. Lo que sí es sorprendente es que hay otras tres duchas y que hay electricidad (luz y enchufe) en la yurtas.

Somos, junto con un grupo de locales que están preparando una barbacoa, los únicos que no cenamos en el restaurante. Hemos elegido un paquete que costaba 150€ menos y que básicamente se diferenciaba en que no incluia las comidas.. y parece que somos los únicos que hemos pensando que no merecía la pena el precio. No sabemos qué estarán cenando, pero nosotros traemos jamón y chorizo ibérico en la maleta, que está de vicio.

Después de cenar, el viento sigue arreciando con fuerza, lo que hace muy difícil hacer fotos nocturnas. Sin embargo, la temperatura es fantástica para disfrutar del fantástico cielo. Estamos a decenas o centenares de kilómetros de los pueblos más cercanos, y eso se nota en que parece que las estrellas se te caen casi encima. Con esa sensación nos vamos a la cama.

 

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