¿Turista o viajero?
¿Turista o viajero?

¿Turista o viajero?

 

Leía ayer una noticia que me preocupó. No me sorprendió porque habla sobre algo que pudimos ver con nuestros propios ojos durante nuestro viaje a Tanzania. Sí, es totalmente cierto, las playas de Zanzíbar son un paraíso pero a pocos metros, lejos de la mirada de los turistas, hay auténticos vertederos. Plásticos, latas, botellas… la basura se acumula arrojada de manera despreocupada entre la vegetación de la zona. Una verdadera tragedia medioambiental que a nosotros nos dejó muy sorprendidos. Pasa lo mismo en los laterales de las carreteras tanzanas, en general, la basura en el país se arroja sin demasiada preocupación. En parte por la ingorancia en materia medioambiental de los tanzanos: allí desconocen lo que aquí llevan años repitiéndonos, los plásticos tardan años en degradarse.

Cuando el turismo es el problema

Pero, ¿por qué Zanzíbar no es una montaña de basura si los tanzanos nunca se han preocupado de reciclar? La respuesta es evidente: porque la basura que empieza a ser un problema en la isla es una consecuencia directa del turismo. Los tanzanos no utilizan estos materiales, no los consumen en la medida que los resorts lo hacen. Durante nuestro viaje a Cuba nos llamó poderosamente la atención que allí no existe el concepto de usar y tirar. En Cuba la comida para llevar te la dan en un plato o recipiente que después tienes que devolver. Los clientes se acumulan junto a las ventanas bebiéndose el café para devolver el vaso al terminar.

El turista que acude a un resort no se preocupa por el medioambiente del país que visita. Consume sin conciencia de que sus residuos, posiblemente, no serán tratados de la manera en que lo serían en su país de origen. En parte porque está de vacaciones y no tiene ganas de preocuparse de esas cosas, en parte porque posiblemente ignore la realidad del país en el que se encuentra.

Lo mismo sucede con quienes visitan tribus que cometen atrocidades contra sus mujeres, como alargarles el cuello de manera antinatural, para mantener el turismo activo. Los niños que no son escolarizados porque generan más ingresos pidiendo en la calle a los turistas. Los animales que son maltratados o que ven como su hábitat natural es invadido. El turista no se preocupa por estas cosas porque el turista está de vacaciones. No es su país, es un parque temático creado para entretenerle. Para hacerle disfrutar de sus días de descanso.

La estigmatización del turista

Pero, ¿es de verdad el turista tan malo como lo pintan? Para poder responder a esta pregunta, lo primero que tendríamos que tener claro es qué es un turista. Un turista es, según la RAE, la persona que viaja por placer. Es una definición muy amplia. Nosotros mismos, sin ir muy lejos, viajamos por placer. Y sí, también somos viajeros, pues la palabra define simplemente a la persona que viaja.

El problema es que no todos los turistas son iguales, básicamente porque no todas las personas lo somos. Hay personas más y menos cívicas. Personas que destrozan el mobiliario urbano por placer o que graban su nombre en lugarles históricos. No es necesario ser turista para ser un vándalo. Lo que sí sucede es que los vándalos piensan que sus actos tendrán menos consecuencias fuera de sus fronteras. O que no sienten respeto alguno por un país que les es ajeno. Que ni siquiera ven como un sitio real. Y eso es lo que les da alas.

No todos los turistas son malos, pero no todas las personas son buenas. Hay turistas que respetan los lugares que visitan, que se comportan de manera cívica y respetan otras culturas como lo harían con la suya propia. Y los errores que puedan cometer son, en su mayoría, fruto del desconocimiento o de la ignorancia. Porque yo no tengo por qué saber que por hacerme una foto con una estrella de mar la estoy matando…¿o sí?

Turista vs Viajero

Si existen distintos tipos de personas, también existen distintos tipos de turismo. Básicamente porque no a todos nos gusta lo mismo, ni queremos lo mismo. Y aquí es donde yo veo la principal diferencia entre quienes se consideran viajeros y quienes se conforman con ser turistas. El turista va a la agencia de viajes de turno y contrata un paquete prefabricado, exactamente igual al que cientos de turistas contrataron antes que él. Mismos recorridos, mismos hoteles, mismas comidas. El turista quiere comer en el extranjero como comería en su propio país. Quiere que le lleven y que le traigan, no preocuparse por nada y, si es posible, no tener que molestarse ni en intercambiar una palabra en un idioma que no sea el suyo. Quiere que viajar sea fácil, que no haya contratiempos,descansar y no tener que volverse loco tratando de entender cómo funciona un lugar en el que sólo pasará unos días.

O, al menos, eso es lo que se entiende por turista. Si leo la definición de la RAE, yo soy turista. Viajo por placer siempre. Y he dormido en una tienda de campaña en medio del Serengeti. Me he tomado unos konyagi con un grupo de masais. Prefiero comer en puestos de la calle que en restaurantes para turistas. Me he movido en dala dala. He sido couchsurfer durante años. Me gusta meterme hasta la cocina, empaparme del país que visito y de su cultura, moverme como lo hacen locales, comer lo que comen, hablar con ellos y escuchar lo que tienen que contar. Ya tenga que hablar en swahili o en ruso. Lo intento siempre. Y si queriendo pedir unas albóndigas en polaco me acaban poniendo un crépe, me río y lo disfruto. Son cosas que pasan viajando, y son maravillosas a su manera.

Esa es mi forma de viajar. No me hace ni mejor ni peor que quien prefiere lo contrario. Me hace distinta. Porque no todos somos iguales y no a todos nos gusta viajar igual. No todos nos atrevemos con las mismas cosas ni disfrutamos de la misma manera. Lo que a mí me pareció una cárcel, a otro le parecerá idílico. Y no pasa absolutamente nada.

Turista sí, pero no a cualquier precio

La diferencia no es la manera de viajar, es la manera en que se vive el viaje. No importa si vas de hoteles, si practicas acampada libre o si eres couchsurfer. Da igual si viajas durante dos meses, un fin de semana o quince días. Eso no es lo que marca la diferencia. Lo que de verdad supone una diferencia es el respeto.

Respetar los lugares que visitas y a las personas que viven en ellos. Sus cultura, sus tradiciones, su carácter. Comportarte con educación  y sentido común, hacer un esfuerzo por comprender dónde estás, cómo ha llegado ese lugar a ser como es, qué realidad viven sus gentes y cuáles son sus peculiaridades, a qué huelen sus calles, a qué sabe su cocina y sí, también hay que conocer la parte mala porque, aunque pueda no gustarnos, forma parte de ese lugar. Porque lo mejor que tiene viajar es que te permite conocer otros lugares, otras culturas, otras formas de vida. Te permite aprender a conocer y a conocerte.

No necesitas pasar mucho tiempo en un lugar para aprender a respetarlo. Lee, investiga, pregunta. Preocúpate por saber si esa excursión con elefantes que has visto en Tailandia podría ser perjudicial para ellos o si coger una estrella de mar podría matarla. Pocas cosas hoy día no se pueden encontrar en Internet. Esfuérzate. Tú eres el turista, el intruso. Trata tu país de destino como te gustaría que tratasen el tuyo.

 

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