Corría el año 2012, por aquella época yo era una asidua a Couchsurfing. Desde que en 2006 hiciera mi primer viaje con esta plataforma, me volví completamente adicta. Alojé y fui alojada en varias ciudades y acabé tejiendo una pequeña red de amigos a lo largo y ancho de todo el planeta. Una de ellas fue Zohar, la culpable del viaje que hoy estoy recordando.
A Zohar la conocí dos años antes en Madrid, cuando llegó a mi casa con una maleta y muchas ganas de comerse el mundo. Zohar hacía escala en Madrid de camino a Sudamérica, donde pensaba pasar un año viajando. Pasamos unos días maravillosos en Madrid y terminamos fraguando una bonita amistad, de esas que sólo se dan a través de couchsurfing. Cualquiera que lo haya probado sabrá a qué me refiero.
Un año más tarde y procedente de Perú, la fui a recoger a Barajas. Volvía hablando un español perfecto y con un poco de fiebre, una infección de orina mal tratada la acabó dejando cinco días atrapada en Madrid. En mi casa. Evidentemente, estuve con ella y me ocupé de llevarla al médico e informar a sus padres de su estado hasta que se recuperó lo suficiente como para volver a casa. Aquello nos unió bastante. Cuento esto no por dármelas de buena samaritana, no creo que hiciera nada que otra persona en mi lugar no hubiera hecho, sino porque creo que da una idea bastante exacta de lo que es couchsurfing en realidad. No se trata simplemente de dormir gratis, de hecho, si tu idea es dormir gratis es mejor que te busques un hotel.
Cuando meses más tarde le dije que iría a pasar mi cumpleaños a Israel, su alegría fue máxima. Llevaba mucho tiempo intentando convencerme de que visitara su país pero yo nunca terminaba de ver el momento.
Aterricé en Tel Aviv un 2 de marzo, en pleno Purim, una festividad muy similar a nuestro carnaval. Bueno, realmente no tiene nada de parecido, pero la gente se disfraza y la idea original ha derivado hasta convertir esta tradición religiosa en unos carnavales.
Una de las primeras cosas que te choca al llegar a Israel es el control militar que hay en la ciudad. Por todas partes se ven militares, sobre todo chicos y chicas jóvenes armados con fusiles como si tal cosa. Allí el servicio militar es obligatorio tanto para ellos como para ellas, y se nota. Otra cosa que llama la atención son las medidas de seguridad. En centros comerciales y cualquier zona con aglomeraciones de gente, a la entrada se realiza un control de seguridad con su correspondiente arco metálico. O, como mínimo, te revisan el contenido de bolso.
Luego, por supuesto, están los judíos ortodoxos. Fácilmente reconocibles por sus vestimentas, también llaman la atención sus costumbres. Cerca de casa de Zohar, un barrio entero de judíos ortodoxos cerraba sus accesos durante el Sabbath, obligando a los vecinos de la zona a dar un importante rodeo al no poder atravesarlo. Otra de las cosas que recuerdo fue la cantidad de tiendas de pelucas que había en estos barrios. Zohar me explicó que las mujeres deben raparse la cabeza y llevar peluca, al igual que los hombres llevan la kipá.
Recorrí el país de norte a sur. Y cuando digo norte, quiero decir norte. Subimos hasta los balnearios de Hamat Gader, cerca de la frontera con Siria. Lo que más me impresionó, con mucha diferencia, fueron los carteles de «Peligro, minas». Allí nos alojamos en casa de unos familiares de Zohar, que nos acogieron con los brazos abiertos. Fue en su casa donde descubrí que en Israel es típico tener una habitación búnker, con paredes de hormigón bastante gruesas y puerta blindada, para protegerse de posibles bombardeos. Me contaron que muchos edificios públicos también disponían de este tipo de instalaciones. Algo que me hizo reflexionar sobre lo difícil que debe ser vivir con miedo y que, en aquel entonces, a mí me resultaba impensable para mi país, o para cualquier país europeo. Qué equivocada estaba.
De ahí regresamos a Tel Aviv, una ciudad moderna y muy activa, con mucha vida nocturna. Tuve la suerte de poder compartir unos días con la familia de Zohar. Gracias a su madre, nacida en Argentina, todos chapurreaban un español bastante digno con lo que resultaba muy fácil hacersenos entender. Su padre, nacido en Marruecos, me estuvo contando como fue para él su infancia en Marruecos y su traslado a Israel siendo aún un niño. Cenar y comer con ellos me hizo comprender mejor sus tradiciones. Cosas curiosas, como que en Sabbath no se puede hacer uso de la electricidad y, por tanto, la comida se deja preparada el viernes por la mañana. Cosas interesantes, como su opinión sobre el conflicto palestino y su pensamiento sobre el antisemitismo o sobre los ortodoxos. Cosas diferentes, como su manera de «bendecir» la mesa antes de comer, sus tradiciones y costumbres, compartir con ellos esos trocitos de rutina que tan desapercibidos nos pasan a veces. O descubrir, por ejemplo, que les encantan los caramelos de anís que llevé de souvenir desde España.
Quizás la ciudad que más me impresionó de Israel fue Jerusalén. Una ciudad con una historia y una relevancia en la misma demasiado importante como para dejar indiferente a nadie. Dividida en tres sectores: judío, católico e islámico, para pasar de uno a otro había que atravesar los correspondientes controles. Zohar no quiso abandonar la parte judía, ya que tenía miedo. Es algo que me sorprendió bastante y que no alcancé a comprender, pero tenía verdadero pánico a salir de territorio judío.
De Jerusalén me llamó la atención la convivencia entre tres religiones tan diferentes, los contrastes entre una y otra zona, el sentirme como si estuviera reviviendo una escena de la Biblia constantemente. Soy una atea que fue educada en el catolicismo, como muchos españoles de mi edad, por lo que todo me resultaba familiar: el monte de los olivos, el santo sepulcro… Mención aparte para el Muro de las Lamentaciones, segregado por género, y uno de los lugares que más me impactó. No es un lugar que destaque por su belleza, pero sí por lo que allí se puede presenciar. Jerusalén es, sin duda, una ciudad que merece la pena conocer. Dudo que exista en el mundo un lugar en el que ideologías tan diferentes convivan de la manera en que allí lo hacen.
De Jerusalén bajé a Eilat. Esta ciudad, fronteriza con Jordania, es una especie de Benidorm israelí. Lleno de hoteles y restaurantes, en el famoso golfo de Áqaba y bañada por el Mar Rojo. El punto de partida perfecto para conocer uno de los lugares que llevaba años queriendo visitar: Petra.
No me compliqué demasiado y contraté una excursión directamente en Eilat. Es posible visitarlo por libre, sale mucho más barato pero requiere algo más de tiempo. Con la excursión es perfectamente realizable en un día y ellos se encargan de todo, hasta de la comida. Además, tuve suerte y encontré un sitio donde necesitaban gente para completar una excursión al día siguiente, por lo que me salió bastante bien de precio.
Petra es muy impresionante. Si habéis visto Indiana Jones, sabréis de lo que hablo. Es imposible no sentirse como el arqueólogo más famoso estando allí, en una ciudad excavada y esculpida en arenisca, cuya construcción se estima en torno al siglo VIII a. C.
Podéis imaginar mi cara de sorpresa cuando vi que tenían un sistema de recogida y reparto de agua de lluvia, aprovechando la relativa impermeabilidad de las rocas. Se cuenta que los romanos se aprovecharon precisamente de este acueducto para conquistar la ciudad, ya que cortaron el suministro de agua para que sus habitantes se rindieran antes.
El Tesoro es el lugar más fotografiado y famoso de Petra, pero hay mucho más. La ciudad es inmensa y merece la pena recorrerla sin prisa, comprendiendo y escuchando la historia que oculta. Más tarde descubrí que es posible visitar también la ciudad de noche, algo que me hubiera encantado hacer y que, tal vez, algún día haga. No me importaría en absoluto regresar.
Después de Petra, regresé a Tel Aviv. Mis días en Israel se estaban terminando, pero aún quedaba uno de los platos fuertes del viaje: el Mar Muerto. Esta excursión la hicimos con la madre de Zohar, ya que ella sola no se atrevía a ir. Hay que atravesar una zona de territorio Palestino para llegar. Esto es algo muy llamativo también, la división entre Israel y Palestina. Se puede ver, al pasar por la carretera, como en el lado palestino las construcciones cambian radicalmente, las viviendas no se parecen a las de Israel y los controles de carretera son frecuentes.
El Mar Muerto se encuentra a 430 metros por debajo del nivel del mar y su salinidad de un 28% hace que al bañarte flotes en sus aguas, lo cual resulta de lo más curioso. Eso sí, recomiendo llevar cangrejeras y asegurarse de no tener ningún tipo de corte o herida, porque escuece como un demonio. Además, también es típico embadurnarse en barro, dicen que buenísimo para la piel.
Mis días en Israel se pasaron volando. Descubrí un país de contrastes: el montañoso y verde norte, las playas del sur. Con una cultura y unas tradiciones muy diferentes a las mías, con una historia agitada y compleja, con una situación política difícil. De hecho, el día que regresaba Palestina lanzó un misil sobre Israel y estos hicieron lo propio. Ni siquiera llamó la atención de mis anfitriones. Qué complicado y difícil entender una realidad tan diferente a la nuestra, qué absurdo tratar de juzgar a quien tiene que vivir algo que tú ni siquiera alcanzas a imaginar.
Creo que Israel fue una de mis mejores experiencias de Couchsurfing. Sé que, de haber conocido el país por mi cuenta, jamás hubiera tenido el acceso que tuve a su sociedad y tradiciones, a su cultura, religión e historia. Aquel viaje me enriqueció como persona y me hizo crecer como viajera. Siempre es más enriquecedor arañar un poco la superficie de los sitios que se visitan, no quedarse con lo que sale en la Lonely Planet, esforzarse por conocer y descubrir lo que se esconde detrás, lo que no se ve con los ojos de un turista. Eso es couchsurfing. Eso y que a día de hoy, cinco años más tarde, Zohar sigue siendo una amiga muy querida para mí. De hecho se casó hace unos meses y, aunque no me fue posible asistir, recibí mi invitación a la boda. Eso, sin duda, es Couchsurfing.
Nieves, yo nunca he sido ni seré de juzgar a alguien por su país de origen. Porque, por desgracia, vivimos en un mundo en el que muchas personas están atrapadas en un país que no les representa y en el que, de hecho, pueden estar incluso perseguidas. No todo el mundo tiene la suerte de nacer en el primer mundo, en una democracia o en un país que defiende los derechos humanos y donde existe la libertad de expresión. Y eso no hace que sean malas personas, simplemente personas con peor suerte que tú o yo. Es muy fácil juzgar desde el privilegio, pero para ellos no es tan sencillo. Han pasado 12 años desde aquello. Mi amiga ya no vive en Israel y es de las primeras que ha salido a manifestarse contra el genocidio en la ciudad donde vive ahora. Precisamente salir de allí y recorrer el mundo le hizo entender muchas cosas. Y me alegra haber contribuido a ello.
Lo que tú llamas «situación política complicada», se llama genocidio, crímenes de guerra y apartheid según la Onu. No deberías colaborar con eso dejando ni un solo euro en Israel ni alojando a israelíes en tu país. Espero que desde entonces hayas recapacitado.