Perpiñán en un día: qué ver en la capital catalana de Francia
Perpiñán en un día: qué ver en la capital catalana de Francia

Perpiñán en un día: qué ver en la capital catalana de Francia

Desayunamos con calma en Narbona y cogemos el tren de las 12:00, el que sale bien de precio. En 45 minutos estamos en Perpiñán, y nada más bajar del tren, se nota que estamos más cerca de España: hay palmeras, más sol, y banderas catalanas por todas partes.

Desde la estación caminamos por una avenida recta y arbolada que lleva directamente al centro histórico. En apenas 20 minutos llegamos a la Plaza de Aragón, y a partir de ahí, empezamos a notar el sabor único de esta ciudad: Perpiñán no parece del todo francesa, pero tampoco española. Tiene algo diferente.

Un poco de historia de Perpiñán

Perpiñán nace en el siglo X como una pequeña villa del Condado de Rosellón. En 1276, cuando Jaime I el Conquistador divide su reino entre sus hijos, Perpiñán se convierte en capital del Reino de Mallorca, un reino independiente que incluía Baleares, el Rosellón y Montpellier.

Durante décadas, fue una ciudad estratégica y floreciente, con comercio marítimo, palacio real y universidad. En el siglo XIV pasa de nuevo a la Corona de Aragón y más tarde, tras guerras y tratados, termina definitivamente en manos de Francia en 1659, con el Tratado de los Pirineos.

Desde entonces, Perpiñán conserva su carácter fronterizo, su herencia catalana y su mezcla cultural única, que hoy se ve reflejada en el idioma, la arquitectura y la vida cotidiana.

Una ciudad francesa con alma catalana

Todo remite a Cataluña: los nombres de las calles, la gastronomía, los colores rojo y amarillo, los carteles en catalán. Pero la historia va más allá. Perpiñán fue la capital del Reino de Mallorca en el siglo XIII, cuando el territorio del Rosellón se separó del resto de la Corona de Aragón. Es un pedazo de historia catalano-mallorquina encajada entre Francia y los Pirineos.

Hoy, esa herencia se mezcla con una ciudad animada, cálida, algo decadente pero con encanto. Caminamos junto al canal de la Bassa, que recorre el centro como si fuera un hilo verde: no se puede bajar, pero está rodeado de flores, bancos y terrazas.

Almuerzo y paseo por el casco antiguo

Nos detenemos en un italiano cerca de la Plaza de la República. La comida no es para recordar, pero el entorno es agradable y, sobre todo, tenemos espacio para estar con la peque. Después nos compramos un flan de coco de postre, aunque no tiene nada que hacer frente al de Orleans (somos muy de comparar postres).

Paseamos por la calle Trois Journées, una de las más transitadas, y llegamos hasta la Catedral de San Juan Bautista, más modesta que otras del viaje, pero con una placita tranquila al lado y un campanario curioso con estructura metálica.

Seguimos caminando hasta llegar al Castillet, probablemente el símbolo más reconocible de Perpiñán. Este torreón rojizo, que parece sacado de un cuento de soldados, fue puerta de la muralla y más tarde prisión. Hoy alberga un museo y en la parte superior un mirador con vistas al centro.

Nosotros cruzamos hacia la Galeries Lafayette, que tiene una pequeña azotea abierta desde la que se ven los tejados de la ciudad y el propio Castillet, aunque lo tapan los árboles. Ideal para una última foto. Además, se está fresquito y tiene baños y cambiador de bebé.

Empieza a apretar el calor y nos vamos a la paseo a la orilla del río a tomarnos un granizado de mango en una heladeria con terraza. La peque aprovecha para tomarse un biberón. Intentamos dar un paseo, pero hace demasiado calor, así que nos vamos al paque Manzana Bir Hakeim, que rodea el casco histórico. Estamos un rato descansando con la niña y leyendo y, al rato, volvemos al centro por las escaleras de Moliere y nos encaminamos, buscando la sombra, hacia el palacio de los Reyes de Mallorca.

El Palacio de los Reyes de Mallorca

Terminamos la visita en lo alto de la ciudad, donde se alza el Palacio de los Reyes de Mallorca, una fortaleza-palacio construida en el siglo XIII, cuando Perpiñán era la sede real del breve pero poderoso Reino de Mallorca. Es un edificio monumental, con vistas al mar por un lado y a los Pirineos por el otro.

El palacio mezcla estilos románico y gótico catalán, con patios austeros, almenas, y una atmósfera que recuerda más a Barcelona que a Francia. Aunque no está en perfecto estado, pasear por sus patios y salones vacíos es como entrar en una página de la historia medieval catalana.

Damos por visto Perpignan, además hace bastante calor y tenemos dos opciones de tren: uno en 30 minutos y otro dentro de dos horas. Volvemos al tren satisfechos. Perpiñán no es espectacular, pero con la tontería nos hemos hecho 18 kilómitros de paseo… ahora lo que nos apetece realmente es algo que nunca hacemos en viaje, pero que a veces sienta genial: ver una serie y acostarnos pronto.


Consejos prácticos

  • Cómo llegar: Desde Narbona en tren (45 min). También hay conexiones con Montpellier o Carcasona.

  • Distancias: Del tren al centro, 15–20 min andando.

  • Palacio de los Reyes de Mallorca: Entrada 7 €. Cierra a las 17:00 en invierno, 18:30 en verano.

  • Consejo familiar: el centro es perfectamente recorrible con carrito de bebé, pero cuidado si quieres visitar el Palacio de los Reyes de Mallorca porque está elevado y se accede mediante una escalera.

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