Lisboa tiene canas color plata. El cabello recogido en una trenza, larga como el puente 25 de Abril. Sentada frente al mar en Terreiro do Pa莽o, con el sonido de las gaviotas entremezclado con el del tranv铆a pienso en ello. A lo lejos alguien canta en portugu茅s, parece una canci贸n triste. Un fado, tal vez. Puede que hable de desamor o de despedidas. Y me gusta, pese a todo, la idea de que echar de menos implique haber tenido.
Tiene algo decadente esta ciudad. Azulejos decr茅pitos que visten fachadas viejas. Ropa tendida. Hierro oxidado. Puertas de madera agrietadas. Como si el cemento de sus aceras tuviera arrugas. Se me hace raro estar aqu铆, tan cerca y tan lejos de casa. Quiz谩s sea que siempre llevo mi hogar a cuestas, que mi punto de partida es siempre el que pisan mis pies en este instante.
Me gusta la manera que tiene la ciudad de mostrarse firme, casi altiva, pese a que parezca que se est谩 derrumbando a poquitos. Esa forma de supervivencia que enamora. Como una fantas铆a o una obra de teatro. Puede que Lisboa sea s贸lo una actriz retirada, peinando frente al espejo el cabello que una vez iluminaron los focos en un escenario que hace tiempo que cerr贸 para convertirse en cualquier otra cosa.
