Uruguay tiene un alma tranquila. Como sus calles, como su clima. Como sus gentes y sus vidas. Uruguay tiene una calma que no hay que confundir con pereza o indolencia: es la calma de saber que el tiempo pone cada cosa en su sitio. Que esperando todo llega. Que las cosas bien hechas, al final, merece la pena.
Se respira así desde la cuidada Colonia Sacramento hasta las playas Punta del Este. Desde que amanece en Punta del Diablo hasta que se pone el sol en el hippie Cabo Polonio. Y, por supuesto, en el pasar de los campos y las carreteras. En los pueblos más pequeños. Parece que nunca pasa nada, que no hay problema. Casi parece que no avanza el tiempo, como en el parque de Santa Teresa.
Supongo que es por que todo pasa por dentro: los uruguayos viven del corazón y la cabeza hacia dentro. Hablando suave y no muy alto, pero con mucho sentimiento. Muy orgullosos de sus cosas, pero sin presumir de ello. Sus parrilladas los domingos, su mate bien caliente, y sus sonrisas cara al viento.
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