El despertador suena a las seis de la mañana. Ya ha amanecido en Arusha. Nos preparamos para el safari, el conductor viene a buscarnos a las 7. Skadi nos ha preparado un increíble desayuno a base de tortilla, salchichas y tostadas, que devoramos de inmediato.
Nuestro conductor llega puntual. Nos acercará hasta el lago Manyara donde nos reuniremos con el resto del grupo, que empezaron el safari ayer. Por el camino, casi dos horas de viaje, observo las rutinas tanzanas. Los niños van, con sus uniformes, camino a la escuela. Llama mi atención que casi todos los desplazamientos parecen hacerse a pie por los arcenes de las carreteras. Se puede ver a los niños en grupo, mujeres cargando objetos de lo más variado sobre sus cabezas (hasta una bombona de butano vemos), hombres en bicicleta, gente esperando dala dalas…
De repente un control policial nos hace detenernos. Hablan con el conductor y, segundos más tarde, un policía sube a nuestro vehículo. Nos parece rarísimo, pero no decimos nada. Continuamos la marcha con el policía hasta que unos cuarenta minutos más tarde se baja del vehículo y nosotros continuamos con nuestro camino. T.I.A, supongo.
Llegamos a Manyara y conocemos a Juma, nuestro conductor. También a Paolo, que será nuestro cocinero y a nuestros compañeros de viaje. Vamos a compartir safari con Sean, un canadiense de 22 años que ha llegado a Tanzania después de recorrer Etiopía, y con Francisco, un vallisoletano que ha venido a Tanzania aprovechando una estancia de dos semanas que va a hacer en Lamu, cooperando con una ONG que ayuda a mujeres. Ellos ya estuvieron ayer con Juma así que nos explican cómo funciona esto: Básicamente hay que pedirle que pare cada vez que queramos hacer fotos o ver algo y decirle que siga cuando hayamos acabado. Si no, él seguirá conduciendo.
Nada más entrar en el parque nos topamos con una manada de elefantes. Impresiona enormemente verlos tan cerca y tan ajenos a nuestra presencia. Comen tranquilamente, como si no existíeramos. Son preciosos. Seguimos el viaje encontrándonos con jirafas, babuinos, cebras, ñus, gacelas y hasta algún que otro hipopótamo. El entorno es increíble. Sean comenta un par de veces lo afortunados que somos de estar en un lugar así y yo sólo puedo asentir.
El lago está bastante seco, por lo que nos quedamos sin ver los famosos flamencos. En Hot Springs las vistas son realmente impresionantes. La pasarela de madera que se introduce en el lago es espectacular y ver a todos los animales allí me deja sin palabras. Me sorprende la manera en la que conviven, ver distintos animales estar juntos sin que se inmuten ni molesten entre ellos. Imagino que la cosa cambiaría si hubiera leones cerca. Pero no hay leones hoy en Manyara, o al menos no los hemos visto. Este parque es conocido por ser el único de la zona en el que los leones trepan a los árboles, pero nos vamos a quedar con las ganas de comprobarlo.
Agotados, después del almuerzo nos vamos al camping. De camino recibo una llamada de Bakari, han localizado mi maleta y posiblemente puedan acercármela antes de que acabemos el safari. Le doy las gracias, aunque ya no me parece ni tan urgente ni tan importante. El día de hoy me ha dado una nueva perspectiva sobre las cosas, que son sólo eso: cosas. Siempre hay una solución para los problemas materiales. Pero estar aquí, poder vivir esto… me parece una suerte inmensa.
Nos alojamos en Panorama campsite. El sitio consigue sorprendernos muy gratamente. Nos dan una cabaña blanca de cemento que parece sacada de una película de George Lucas. Hay un bar de lo más práctico y, lo mejor, unas vistas espectaculares del valle. Cogemos unas cervezas y nos sentamos todos juntos a ver atardecer. Por desgracia el sol se oculta justo al otro lado, pero aún así la experiencia es magnífica. El valle entero en silencio, el cielo adquiriendo un tono rojizo lentamente y el lago a lo lejos. Estamos en África y, sí, ciertamente somos muy afortunados por ello. Nadie dice nada, pero sé que todos estamos pensando exactamente lo mismo.
Después de este momento tan único, el cocinero nos llama para cenar. Ha preparado una sopa de verduras, arroz y carne con salsa de curry acompañada de vegetales. Todo está delicioso, prueba de ello es que no dejamos nada en el plato. Cuando acabamos de cenar aparece el quinto integrante del grupo: Fausto. Ha venido como cooperante de una ONG y va a estar tres días con nosotros. Le acompaña uno de los chicos que llevan el orfanato en el que colabora, Moisés, que resulta ser completamente fascinante. No sólo trabaja en el orfanato, sino que es guía de safaris. Habla un español bastante bueno, además de ruso, italiano e inglés. Nos cuenta que estuvo viviendo en Pamplona una temporada, que tiene treinta años y dos hijos, que su madre es maasái y que está ahora mismo dirigiendo la construcción de un nuevo edificio para el orfanato en el que trabaja, consiguiendo voluntarios de todo el mundo para ello. Además, nos habla de las tradiciones maasáis y de su cultura. La conversación se alarga un buen rato, hasta que el sueño me puede y decido que ha llegado el momento de irme a dormir. Los chicos se quedan un rato más charlando, pero yo no puedo más. Mañana queremos ver el amanecer, lo que supone poner la alarma a las 5:30 de la mañana…