Paje (11)
Paje (11)

Paje (11)

 

Nos despertamos a las 7 de la mañana. Desayunamos chapati, plátanos, naranjas y mango. Hemos quedado con una taxista para que nos recoja a las 8 para ir a Paje por 30$, pero cuando llega la hora nos dice que no puede llevarnos por tan poco dinero, que son dos horas de trayecto. D. sale a negociar con él y consigue mantener el precio saliendo a las 9. Aprovechamos para dar un último vistazo a la playa. Curiosamente la están limpiando.

Salimos de Nungwi destino a Paje. Realmente es un camino largo. Sospecho que no hay carreteras por toda la isla y que tiene que dar algo de rodeo. Pasamos por Jozani forest y vemos algunos Colobus rojos, un mono que sólo hay aquí, aunque no nos da tiempo a hacer fotos. Despues nuestro taxista para a comprar unos mangos y nos regala dos.

Llegamos a Paje sobre las 11. No localizamos el hostal que he reservado y nadie parece saber dónde está. Alguien le dice al taxista por teléfono que se ha quemado. No hemos recibido ningún email informando, pero tampoco conseguimos acceder a internet para comprobarlo o buscar el número de teléfono. Ya resignados, le pedimos al taxista que nos lleve a algún otro sitio que se adapte a nuestro presupuesto. Tras mirar en un par de sitios acabamos decidiéndonos por Surf Guest House, a pie de playa y regentada por una pareja de polacos. Las vistas desde la casa son increíbles. La dueña nos cuenta que dejaron todo en Polonia para venirse aquí porque durante una viaje se enamoraron del lugar. Ambos hacen kite surf y esta playa es perfecta para ello, así que alquilaron la casa y se mudaron aquí.

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Bajamos a la playa y nos comemos los mangos frente al mar. Luego salimos a pasear. Un perro se une a nosotros y nos acompaña todo el paseo. Le bautizo como Tembo, elefante en swahili. La playa es inmensa, larga y muy ancha, de arena fina y blanca. Hay muchísimas algas. Paseamos un rato hasta que nos entra hambre, entonces callejeamos hasta llegar al pueblo. Las calles aquí son como un laberinto, las casas parecen estar medio derruidas, pero están habitadas. Llegamos a la carretera principal. Los polacos nos han dicho el nombre de un restaurante pero no vemos nada. Preguntamos a varias personas que nos guían hasta un local sin ningún tipo de cartel en la puerta. Entramos y vemos a una mujer durmiendo. Se despierta y preguntamos cuánto vale un plato de arroz. Nos enseña un plato enano y nos dice que 2000 tzs. Sabemos que no es un buen precio, así que lo rechazamos. Cogemos, eso sí, un par de bollitos que parecen algo casero por 200 tzs cada uno. En la casa de enfrente vemos a un hombre cocinando algo con unos niños. Preguntamos de nuevo por el arroz y nos ofrece un plato grande por 1500 tzs. Acabamos cogiendo eso y un par de mangos en una tienda que vemos por el camino. Comemos en la entrada de la casa, viendo el mar. Es algo de lo que parece imposible que nos cansemos.

Volvemos a bajar a la playa al terminar. La marea ha bajado muchísimo y el agua no cubre nada. Vemos una especie de huertos de algas y a un grupo de mujeres recogiéndolas. Tembo ha vuelto a venirse con nosotros.

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Caminamos hasta el atardecer. Varios maasái se paran a hablar con nosotros. Nos cuentan que vienen de Ngorongoro para vender artesanía en las playas, pero que es época baja de turismo. Realmente esta zona, al contrario de Nungwi, no tiene resorts ni muchos turistas. Parece más una zona de surferos.

Le contamos a uno de los maasái nuestro problema con los precios para mzungus. Nos dice que él ha estado comiendo en un restaurante local donde no cree que nos hagan eso. Nos lleva a conocerlo. Resulta ser una puerta medio escondida, en la que no habríamos reparado ni por casualidad. Tiene buena pinta, aunque no hubiésemos averiguado en la vida que es un restaurante porque no lo parece, más bien tiene pinta de bar de copas. Tiene hasta un billar en el centro donde hay varias personas jugando. Decidimos venir a cenar aquí más tarde, después de ducharnos.

Regresamos a la playa, ya solos, a ver atardecer. Como estamos al este de la isla, el sol no se pone por el mar, así que D. se aventura y toma las fotos desde el agua. Yo me quedo en la playa. En un momento dado, tengo a unos diez niños a mi alrededor pidiéndome que les haga fotos. Sé que después me pedirán dinero, así que no les hago caso. Se nota. Cuando D. sale del agua algunos regresan, ahora que han visto que no van a sacar nada parecen más relajados, nos hablan de fútbol y de Cristiano Ronaldo.

 

 

Volvemos a casa a ducharnos y después salimos a cenar. Vamos al sitio que nos dijeron los maasái y preguntamos qué tienen. Por lo que hemos visto hasta ahora, aquí lo que se estila es que ellos preparen la comida que sea y tú te adaptes a eso, excepto en los lugares más orientados al turismo donde sí que tienen carta. Nos dice que arroz, pollo y patatas. Preguntamos el precio, pero nos vuelve a decir precio mzungu. No me gusta que intente timarnos, más cuando hemos ido hasta ahí a propósito porque los maasái nos dijeron que tenían precios locales. Además ellos no están, así que nos vamos a un sitio un poco más turístico pero regentado por locales, donde cenamos bastante bien por 14000 tzs, no mucho más de lo que pretendían cobrarnos en el otro sitio.

Cuando acabamos regresamos al sitio anterior para ver si están los maasái y, efectivamente, allí están. Saludamos al chico de antes y nos sentamos todos en una mesa a beber un licor típico de aquí, konyagi. Nos cuentan cosas sobre su cultura. Dicen que han visto a muchos hombres vestidos como maasáis por las playas, pero que no son maasái. Los maasái de verdad tienen unas marcas en las mejillas que les hacen con 15 años con un anillo calentado al fuego. Cada tribu tiene su propia marca. Después les perforan las orejas y se las van dilatando con el tiempo. También les arrancan dos incisivos y les circuncidan. No pueden llorar durante este proceso, ya que de lo contrario después no lograrían encontrar esposa. Además, nos hablan de sus costumbres. Dicen que les resulta raro ver como los europeos nos mostramos afecto en público. Los maasái nunca se besan y las mujeres tienen que salir de la habitación cuando sus maridos van a comer. Estamos un rato más con ellos y nos gustaría quedarnos toda la noche, pero mañana queremos madrugar para ver amanecer. Además, ellos regresan a Ngorongoro también. Nos despedimos y nos dicen que si alguna vez volvemos por su tierra, preguntemos por ellos. Regresamos a casa paseando bajo un cielo repleto de estrellas y nos vamos a dormir.

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