Adiós Bolivia, hola Chile (16)
Adiós Bolivia, hola Chile (16)

Adiós Bolivia, hola Chile (16)

 

Nos queda claro que estas vacaciones no son para descansar cuando el despertador suena a las 4 de la mañana. Estamos a 4800 metros de altitud y a -13 ºC de temperatura. Eso son casi 50º grados de diferencia con el lugar más cálido del viaje -el Amazonas, a 35º- y 4800 metros de diferencia con el que será el punto más bajo en el que estaremos -Valparíso, a nivel del mar-. Sin duda, un viaje de extremos.

Los géiseres y las aguas termales

Tras el desayuno salimos hacia los géiseres, que son formaciones naturales generadas por un volcán en activo para expulsar su gas, principalmente compuesto de azufre. En la práctica son formaciones verdaderamente curiosas, ya que el humo que sale del suelo está caliente y desprende un olor bastante desagradable. Hay que tener cuidado porque, aunque estos están a menos temperatura que los del Tatio, las zonas en las que hay agua sí que están a temperaturas muy elevadas.

La temperatura baja otro poco hasta que empieza a amanecer.Con los primeros rayos de sol, continuamos hasta el siguiente punto del trayecto, que son las aguas termales: son aguas con alto contenido en azufre cuyas aguas están a una temperatura entre 35 y 38 grados. Con el frío que hace, a mí no me apetece bañarme , pero D. se apunta el primero.

El precio de 6 bolivianos se paga por el uso del vestuario y los baños.

Nos dejan un rato en remojo -los propios guías aprovechan para darse un baño- y después de una salida no tan fria como D. esperaba, continuamos la ruta.

El desierto de Salvador Dalí

Nuestra siguiente parada es el desierto de Salvador Dalí, se dice que debe su nombre a que su paleta de colores bien podría haber salido de la del famoso pintor español. Es realmente un lugar impresionante, que podría haber salido de un lienzo, la suavidad de sus trazados y la calidez de sus tonalidades lo convierten en un paisaje hipnótico que parece más fruto de la imaginación humana que de la naturaleza.

La última parada, al menos en Bolivia, es la Laguna verde, desde la que tenemos una vista perfecta del volcán Licancabur, con sus 5920 metros de altura. Inactivo, que se encuentra repartido entre Chile y Bolivia. De hecho, es uno de los símbolos de San Pedro de Atacama. Aquí nos despedimos de Bolivia, un país del que nos marchamos con un sentimiento agridulce: nos hemos enamorado de sus paisajes y del caótico ritmo de La Paz, pero nos ha decepcionado la forma que tienen de tratar al turismo, ocultando información relevante o con pequeños engaños que no conseguimos comprender.

La frontera

Lo primero que nos llama la atención es lo cutre que es. Lo segundo la inmensa cola que hay. Se trata de una casetilla bastante pequeña situada en medio de un parking, donde esperan los mini buses que se encargan de cruzar a los turistas a San Pedro de Atacama.

Nada más llegar nos dicen que nuestro autobús lleva dos días sin aparecer porque no tenían los permisos en regla. Luego, no sabemos muy bien por qué, nos cambian los billetes con otros chicos que venían con nosotros desde Uyuni y nos pasan a otro autobús que sí está allí esperando. Nos ponemos a la cola para sellar los pasaportes donde, pasado un rato, alguien sale y nos dice que pasemos ya, saltándose la cola. No entenemos nada y mucho menos el sistema que siguen para decidir quién entra y quién no, suponemos que dependerá de la hora de salida de los autobuses, pero nadie nos explica nada, como viene siendo habitual en este país.

Los policías nos piden un papel que no tenemos, ni nos han dado. Luego cambian de opinión y deciden que no nos hace falta ese papel porque venimos de Copacabana, pero que sí tenemos que pagar 15 bolivianos. No llevamos dinero y nadie nos ha avisado de esto, así que se lo decimos y nos dice que vale, que no es necesario que paguemos nada. Nos sella el pasaporte sin más problemas.

Subimos al autobús a las 9:40 y tardamos unos 5 minutos en llegar a Hito Cajón, el paso fronterizo de Chile. Aquí nos toca esperar la friolera de 2 horas hasta que nos toca nuestro turno. Cuando bajamos de autobús lo comprendemos de inmediato: tienen a dos personas revisando, uno a uno, todo el equipaje que pasa por la frontera en busca de las muchas cosas que está prohibido introducir en el país, entre otras cualquier tipo de vegetal o fruta.

Al sellar el pasaporte nos preguntan si nos han cobrado al salir de Bolivia, decimos que lo han intentado y se ríen porque, nos cuentan, al parecer siempre intentan cobrar pero lo cierto es que no hay que pagar nada. Otro mini punto para Bolivia.

Tras pasar todo el trámite, que fácilmente es de unos 30-40 minutos, seguimos hacia San Pedro de Atacama. Tenemos suerte y no nos toca hacer cambio de hora, ya que justo hemos pillado el periodo de tiempo en el que ambos países tienen el reloj sincronizado.

 

San Pedro de Atacama

Nada más llegar a San Pedro nos vamos a nuestro hostal, donde nos damos una ducha antes de salir a reservar las excursiones. No tenemos mucho tiempo porque queremos empezar esta misma tarde, con la excursión al Valle de la Luna, así que acabamos cogiendo todas las excursiones en una agencia que está en nuestra calle, llamada Bajo la Sombra del Sol, donde nos atiende Facu, un argentino muy simpático que se convertirá en la persona con la que más tiempo pasemos en San Pedro.

Tenemos una pequeña crisis a la hora de sacar dinero, ya que solo hay dos cajeros abiertos (uno en la farmacia y otro en la plaza principal), donde únicamente se nos permite sacar un máximo de 200 mil pesos chilenos con una comisión de 5500 pesos por retirada, lo cual nos parece una pasada. Las casas de cambio están aún peor, ya que el cambio que ofrecen es pésimo y perdemos más dinero que sacando dinero de cajero, con comisión incluída. Viendo que no nos queda otra, sacamos 200 mil y dejamos una retirada pendiente para cuando encontremos un cajero que no nos cobre tanto.

Tras comprar unas empanadas en un sitio cercano, a 1000 pesos la unidad, nos sentamos a esperar a que vengan a recogernos. Esta agencia no realiza las excursiones, sino que las subcontrata con otras agencias. Esto es algo habitual en Atacama, se hace así porque las agencias no pueden reunir por si solas turistas suficientes como para llenar los mini buses. En este caso, iremos con El Relincho.

El Valle de la Luna

Llegamos a la entrada del valle de la Luna a las 15 horas. La primera parada es el cañón de Sal y la Caverna, unas formaciones naturales que nos recuerdan levemente a Antelope Canyon, en Arizona. Lo que las hace diferentes es el matiz de que el mineral predominante es la sal, no en vano estamos en la cordillera de la sal. Hacemos el recorrido con frontales, no es un camino complejo pero si requiere que se preste cierta atención, principalmente para no golpearse con las rocas en un descuido.

La siguiente parada es el Valle de la Luna, llamado así porque se asemeja enormemente con el paisaje lunar. Su color rojizo y lo imposible de sus formaciones rocosas hacen de este lugar algo absolutamente mágico. Para verlo, hay que subir a lo alto de una impresionante duna, desde la que se tiene una vista panorámica de lugar. La pena, en nuestra opinión, la carretera que atraviesa el valle y que, según nos cuentan, está ahí porque antes esta zona no estaba protegida, como sucede actualmente con el valle de la Muerte, donde se realizan actividades como sandboard.

Curiosamente, el nombre original del valle de la Muerte era el valle de Marte, pero los locales no entendieron bien el nombre y acabó derivando en el actual.

La entrada al valle de la Luna cuesta 3000 pesos.

Para el atardecer nos desplazamos hasta el mirador de Kari, donde está la famosa piedra de Coyote. Actualmente se encuentra acordonada, ya que la piedra ha empezado a resquebrajarse, pero era un lugar típico donde los turistas subían a hacerse fotos. El paisaje es similar al del valle de la Luna, ya que esta zona está toda formada por rocas de ese estilo de color rojizo. Lo mejor del atardecer es ver cómo la cordillera de los Andes va cambiando de color a medida que el sol cae. Lo peor es que es una zona masificada y todas las excursiones acaban aquí, por lo que está todo lleno de turistas.

Nuestro guía nos informa de que las lagunas altiplánicas mañana están cerradas por formación de los guardas, por lo que nos acercamos cuando acaba la excursión a avisar a Facu -que no sabía nada- y a cambiar la visita a pasado mañana.  Luego nos dividimos: uno se va al hotel a poner lavadoras -con nuestra lavadora portátil scruba-, que a estas alturas del viaje tenemos toda la ropa llena de polvo o barro, y el otro se va a sacar dinero y comprar la cena… y acabamos cenando unos sándwiches buenísimos que hemos comprado a una señora boliviana que vendía comida por la calle y un vaso de quinoa con leche que nos ha encantado.

Nos gusta tanto, que decidimos salir a dar un paseo para buscar a la señora y tomarnos otro vaso. La encontramos cerca del banco y nos paramos a charlar con ella. Nos cuenta que vende comida a los empleados de las agencias ya que en Atacama está prohibida la venta ambulante (por eso no vemos a nadie vendiendo comida por la calle como venía siendo tan habitual en Bolivia!). Nos dice que cada cinco días cruza la frontera para hacer la compra, ya que le sale mucho más económico comprar en Bolivia que en Chile, y así tiene más ingresos.

Después de la charla damos una vuelta por el pueblo, que es totalmente turístico y apenas tiene mucho más que bares y restaurantes orientados a los turistas, agencias y tiendas de souvenirs.

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