Diario de India&Nepal (14): Una cita con el Taj Mahal
Diario de India&Nepal (14): Una cita con el Taj Mahal

Diario de India&Nepal (14): Una cita con el Taj Mahal

 

Hoy tenemos una cita muy importante al amanecer, así que nos levantamos a las 5 de la mañana. Salimos del hotel aún a oscuras y caminamos los doscientos metros que nos separan de la taquilla que, inexplicablemente está justo en sentido contrario a la entrada al Taj Mahal. No le vemos ningún sentido a que las taquillas estén tan lejos de la entrada, llegando al absurdo de tener que coger un autobús eléctrico para ir de un sitio a otro. Pero bueno, sus razones tendrán.

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De camino se nos pone al lado un tuk tuk. El conductor se pone insistente de más diciendo que nos lleva hasta la entrada del Taj Mahal. Primero le rechazamos amablemente en inglés, luego en hindi y finalmente acabamos diciéndole “bas” de malos modos, que en hindi significa algo así como “para”. Lo cierto es que está es una parte de India que resulta agotadora y desesperante: los caza turistas que te insisten y te insisten hasta no dejarte otra opción que darles una mala contestación. Y ni aún así. Pasa en todas partes, -nos pasaba en Tanzania, en Cuba y en Nepal- y, aunque entendemos que viven de esto y que necesitan captar turistas para vivir, deberían entender que con esos modales y formas sólo consiguen cabrear al personal y que, si en algún momento acabas por necesitar sus servicios, evites dirigirte a aquellos que te han acosado. Por suerte, la mayoría no son así y a los dos minutos de perderle de vista se nos ha olvidado por completo el incidente.

Llegamos a las taquillas. Se supone que a las 5:30 empiezan a vender entradas pero, en realidad, empiezan a las 5:45. Como hemos llegado tan pronto estamos casi una hora esperando. Aprovechamos para hablar con otros turistas. Nos resulta curioso que a algunas personas con las que hemos hablado les resulte tan molesto que les pidan fotografías continuamente. No sé si nosotros hemos tenido suerte o buena disposición, pero lo cierto es que no nos ha parecido molesto en ningún momento. Agobiante, sí, pero siempre desde un  punto de vista simpático.  

El precio de la entrada al Taj Mahal es de 1000 rupias. El monumento abre todos los días menos el viernes.

Una vez que tenemos muestra entrada hay que ir a otro sitio donde te dan el cubre zapatos y una botella de medio litro de agua pero hay tanta cola que pasamos del agua (el cubrezapatos es obligatorio para entrar dentro del Taj Mahal). Cogemos el autobús eléctrico que te lleva hasta la entrada que está en la misma calle del hotel pero más arriba. Llegamos a las 6 y nos tienen esperando otro buen rato, en colas segregadas por género.

El sistema es horrible. No consigo entender que uno de los monumentos más visitados del mundo esté tan horriblemente gestionado. Imagino que precisamente será por eso. (A futuros visitantes les recomendaría sacar eticket e ir directamente a la puerta de entrada. La espera en las taquillas me parece absurda existiendo la opción. De no haberlo tenido que imprimir lo hubiéramos hecho así, pero cuando quisimos sacarlo ya era tarde y no teníamos impresora disponible).

Es recomendable sacar el eticket para evitar esperas innecesarias. Eso sí, hay que llevarlo impreso.

Finalmente no abren hasta que ya ha amanecido por completo, así que el madrugón de poco sirve porque, además, nada más llegar ya está aquello repleto de turistas. A menos que saques el ticket online y vayas muy temprano a la puerta a hacer cola, dudo que consigas verlo vacío. Y aún así me parece complicado.

 

Indice

Taj Mahal

El Taj Mahal es impresionante. No importa las veces que lo hayas visto en foto, cuando entras por la puerta y lo ves de frente, tan blanco, tan imposible, como dibujado en el horizonte, bueno, te quedas fascinado. Tiene algo, no sé si la famosa simetría de la que tanto se ha escrito o el reflejo del sol en el mármol blanco que produce la sensación de que va cambiando de color. Sólo sé que está a lo lejos y, desde que lo ves, no consigues mirar ya otra cosa. Y su belleza es tanta que parece imposible que algo tan perfecto sea de este mundo.

La historia de este lugar la conocemos todos, pero no deja de ser preciosa: El emperador musulmán Shah Jahan de la dinastía mogol construyó esta tumba para su amada esposa Mumtaz Mahal -la favorita de palacio- que murió dando a luz  a su decimocuarto hijo. 

En el interior, donde están las tumbas, no se pueden realizar fotografías y hay que ponerse el cubrecalzado. Está tenuemente iluminando y, aunque hay varios carteles pidiendo silencio, la gente está hablando a voces, restando toda solemnidad al lugar. Una pena que el turismo parezca no respetar absolutamente nada. No hay que olvidar que este lugar es un mausoleo. Por desgracia, esto es algo que pasa un poco en todo el recinto: Los turistas se amontonan y hay una verdadera guerra por conseguir una buena foto del monumento. Lo peor son los fotógrafos “profesionales” que se ofertan en el sitio, que te gritan que te apartes de malos modos para hacer fotos a sus clientes sin nadie alrededor. Nos resulta muy grosera su actitud y terminamos ignorándolos: Si quieren una foto que esperen, como todo el mundo!.

Todos los edificios del recinto son perfectamente simétricos. De hecho, se construyó un edificio idéntico a la mezquita en el lado opuesto simplemente para balancear la composición arquitectónica. La única ruptura en la simetría del conjunto es la tumba de Sha Janan, situada junto a la de su esposa. La idea del emperador era construir un Taj Mahal negro en la orilla de enfrente, pero su hijo no compartía esa idea y le terminó encerrando en el fuerte de Agra hasta que falleció. Finalmente le enterró en el mausoleo, al lado de su esposa.

 

Después del Taj Mahal -del que nos vamos con mucha pena- desayunamos en el hotel y esperamos a que llegue Baharu. Puntual, como siempre, nos explica que ha tenido un problema con el aire acondicionado y que tiene que pasar por el taller. Cuando llegamos al taller le dicen que tardarán una media hora en arreglarlo, así que nos vamos a dar una vuelta por nuestra cuenta. Nos ha venido hasta bien porque creíamos que nos íbamos sin ver el fuerte de Agra y, gracias a esto, vamos a poder al menos acercarnos a verlo por fuera. Encantados.

Acabamos cogiendo un tuk tuk hasta el Fuerte de Agra, aunque no entramos ya que apenas tenemos tiempo. Sin embargo pasamos al patio interior para hacer alguna foto.

La entrada al fuerte de Agra vale 550 rupias 

Cuando regresamos el coche ya está reparado, así que nos ponemos en marcha hacia Gwalior.

Gwalior

Tardamos un poco más de lo esperado en llegar porque la carretera está en obras y tenemos que buscar un camino alternativo, lo cual en India no es precisamente sencillo. Baharu tiene que preguntar varias veces hasta que, por fin, damos con la entrada correcta. Se nota que esto está algo menos orientado al turismo internacional porque las indicaciones escasean.

La fortaleza de Gwailor fue construida en el siglo XVI el rajá Man Singh Tomar. Para poder enterarnos de algo, contratamos a un guía que habla español llamado Pablos Pwan (muy bueno, por cierto) con el que negociamos una visita por 250 rupias. Es curioso porque, al principio, intenta cobrarnos más por hablar en español, ya que según dice, en India es mucho más caro aprender español que inglés. Por suerte, acaba entrando en razón -principalmente porque ve que nos da igual un idioma que otro y sabe que no va a tener muchas oportunidades de practicar su español-.

La entrada a la fortaleza cuesta 200 rupias.

El lugar es una pasada y la historia bastante curiosa: Tardaron treinta años en terminar la fortaleza  y Man Singh solo vivió allí ocho años. En sus tiempos tuvo que ser majestuoso. Nos cuenta el guía que estaba repleto de espejos y cortinas, decorado de una manera muy lujosa. Las vistas de la fortaleza desde el mirador son impresionantes, con la ciudad de Gwalior a sus pies. Realmente los marajás sabían lo que se hacían.

Salimos a buscar a Baharu para ir a los Templos de Sas y Bahu (literalmente suegra y nuera), que están muy cerquita y se incluyen en el ticket de entrada. Es, de nuevo, como estar en una película de India Jones: Los templos están ricamente decorados con figuras que representan a los dioses hindús, minuciosamente talladas. Un espectáculo para la vista y toda una obra de arte. Además con la ventaja de que no hay absolutamente ningún turista aquí y tenemos el templo para nosotros solos.

Comiendo con los sij

Después Baharu nos habla de un templo sij que hay justo al lado, así que vamos a verlo. Se llama Bandi Shor y está un poco más arriba. Cuando entramos nos recibe un hombre mayor que nos explica algunas cosas sobre la religión sij y sus tradiciones. Así aprendemos, por ejemplo, que los sij se reconocen por cinco elementos o cinco “Ks”: el sable (kirgan), el peine (kangha), los calzones (kachha), la pulsera (kara) y el pelo largo (kesh). Esta tradición viene de largo, al parecer en el sijismo existía una orden militar, la khalsa, para proteger el sijismo de sus enemigos. 

Después de visitar el templo nos invitan a quedarnos a comer. El comedor se conoce como langar. El hecho de que los sij den de comer (gratis, además) en sus templos fue algo revolucionario en su día. Hay que entender que el sijismo nació en el siglo XVI en el contexto del choque en la India entre hinduismo e islam. El fundador de esta religión, Gurú Nanak, dijo: «No hay hindúes, no hay musulmanes». Por eso el langar es tan representativo.  En el hinduismo los brahmanes -la casta más alta- no pueden comer con cualquiera. Sin embargo los sij cocinan todos juntos, comen juntos y limpian juntos. Es su manera de decir que no existe ninguna jerarquía, que todos son iguales.

Cualquiera puede colaborar en la elaboración de la comida del templo. Cada día los voluntarios pelan cebollas, amasan el pan y remueven las ollas donde se guisa. Después reparten la comida entre los comensales. Normalmente primero se entrega una bandeja en la que se va echando la comida: arroz, chapati, dahl. La única norma es que la comida no se puede desperdiciar. Y que al terminar cada uno se encarga de lavar su plato.

Disfrutamos muchísimo con la experiencia, sobre todo porque hemos estado solos en todo momento y eso nos ha convertido en el centro de atención de los sij, que se han esmerado en hablarnos sobre su religión y resolver todas nuestras dudas. Nos hemos sentido maravillosamente acogidos. Sin duda son una gente muy hospitalaria. Es una experiencia altamente recomendable para cualquiera que venga a India. Lo que si queremos dejar claro es que no se trata de comer gratis. De hecho, nosotros dejamos siempre el importe que nos hubiera costado la comida en las huchas que tienen habilitadas para ello.  Con este dinero se compran los alimentos que después se consumen y, evidentemente, habrá gente que verdaderamente necesite comer aquí.

Comer en un templo sij es gratuito, pero se recomienda dejar un donativo en las huchas habilitadas para tal fin.

Continuamos hasta el último templo: Teli Ka. Similar a los anteriores, aunque su interior es menos espectacular al tener muchos menos detalles. Además está lleno de murciélagos, cosa que no invita a quedarse. Al terminar volvemos al coche y salimos rumbo a Orchha, no sin antes pararnos en las paredes que dan acceso a la fortaleza: excavadas en roca, hay multitud de estatuas en el valle, como protegiendo la entrada.

Durante el trayecto se nos hace de noche y la carretera da bastante miedo porque, si ya de por sí es peligroso de día por el poco respeto que tienen por las normas de circulación, de noche y con la mitad de los coches sin luces la cosa empeora bastante. Más tarde el propio Baharu nos confesará que siempre evita conducir de noche por este tipo de cosas, pero que se nos echó el tiempo encima y tuvo que hacer una excepción.

Llegamos a Orchha sobre las siete de la tarde, noche cerrada ya. El hotel es impresionante, posiblemente el mejor de todo el viaje. No es que parezca un palacio: es que lo es! (incluso su nombre lo dice: Amar Mahal). Nos quedamos alucinados con las habitaciones y, sobre todo, con la azotea. Tiene unas vistas estupendas de los templos y está iluminada con mucho gusto. Nos encanta.

Salimos a dar una vuelta. Orchha es un pueblo pequeño y el centro está ubicado en torno a un mercado callejero. Mientras caminamos unos niños nos empiezan a hablar en español. Nos hace mucha gracia que hablen nuestro idioma. Quieren que veamos sus tiendas, les acompañamos pero no compramos nada. Uno de los niños, más mayor, se pone a caminar con nosotros. En ningún momento nos pide dinero ni lo insinúa, aunque estamos siempre alerta desde aquel primer día en Nepal. Nos acompaña hasta un restaurante que nos ha recomendado, nos ha contado alguna cosa de la ciudad y de su vida aquí, como por ejemplo, que ha aprendido español e inglés escuchando a los turistas. Los niños aquí son muy inteligentes. Es muy triste comprobar que pese a ello no tienen perspectivas de futuro. Parecen tener muy claro que su vida no será mucho mejor que la de sus padres y se les ve muy consecuentes con la realidad.

No tenemos ni que hablar entre nosotros para saber que estamos pensando lo mismo. Le decimos al niño que necesitaremos un guía mañana y que, si quiere, puede ser él. Nos dice que no puede porque tiene que estar en clase a las 11. Le decimos que nuestra idea es recorrer los templos de 7 a 10 e irnos hacia Khajuraho. Entonces dice que vale. Preguntamos el precio y nos dice que lo que consideremos estará bien. Insistimos un poco, pero no quiere ni hablar del tema. Dice que nos espera mañana a las 7 y que ya veamos nosotros qué le pagamos por sus servicios, si es que queremos pagarle algo. La verdad es que es un niño extremadamente educado y respetuoso.

Al final vemos que el restaurante que nos ha recomendado el niño está lleno de turistas y decidimos irnos a otro lugar. En un par de días descubriremos lo equivocados que estábamos, pero esa es otra historia. Cenamos Tandoori paneer tikka en un sitio llamado Bhola, que resulta ser una especie de ensalada de queso con tomate, pepino y cebolla. Nosotros esperábamos carne con salsa de curry, pero ni se parece. También pedimos un lassi y un naan, que a estas alturas no nos falta en ninguna comida. Los panes indios son una delicia.

Después de cenar regresamos a pie al hotel y, después de hacer algunas fotos de los templos desde la azotea, nos vamos a dormir.

 

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