Ciudad Perdida (7, 7, 9, 10)
Ciudad Perdida (7, 7, 9, 10)

Ciudad Perdida (7, 7, 9, 10)

 

¡Empieza la aventura! Llevábamos mucho tiempo detrás de este trekking que, sin duda, ha sido uno de los principales motivos que nos llevó a meter Colombia en nuestra lista de destinos. Así que partimos con muchas ganas.

De la Guacatera al campamento Adán

El primer día nos recoge el vehículo en la agencia de Teyuna Tours, que está muy cerquita de nuestro hostal. Nosotros realmente contratamos con Baquianos, pero han dejado de realizar ellos el trekking y ahora lo subcontratan con esta agencia de nueva creación que, por lo que nos cuentan, la han montado entre varios guías «desencantados» con sus agencias anteriores. Esta agencia viene a ser una especie de sindicato de guías y de momento parecen encantados con las condiciones de trabajo que tienen, algo que nos preocupaba porque habíamos escuchado cosas bastante feas al respecto y lo último que queremos en esta vida es contratar a una empresa que explote a sus empleados. Así que bien.

Nuestros guías van a ser Jorge, como titular, y Patricia como auxiliar. El grupo es grandecito, somos unas 13 personas y parecemos la ONU: una madre y su hijo, de California, que están dando la vuelta al mundo (me encanta esta historia), una pareja israelí que lleva varios meses viajando, un alemán que viaja solo, una chica francesa y su tía, cuatro chavales de Holanda.. y nosotros, claro está. Los únicos que hablamos español, por tanto el idioma oficial del grupo va a ser el inglés.

Paramos en la Guacatera, que es el último punto con carretera aceptable. Luego ya hay que subir en 4×4 hasta Machete, el pueblecito donde vamos a almorzar. Más o menos para cuando queremos terminar de almorzar y empezar la ruta es la 1 de la tarde.La primera parte de la ruta es cuesta arriba, no es un camino muy difícil porque es más bien un sendero de grava, pero no hay mucha sombra y el calor aprieta, así que la cosa se complica en ese sentido. Conseguimos hacernos con un par de palos que van a ser, con toda probabilidad, lo mejor que hagamos durante la ruta.

Nosotros vamos a ritmo lento, principalmente porque nos paramos aproximadamente cada cinco minutos a hacer fotos… y es que el paisaje es un espectáculo y nuestra cámara nos pide a gritos que la saquemos. Así que no tardamos en quedarnos los últimos, charlando tranquilamente con nuestro guía Jorge que nos cuenta un montón de cosas interesantes sobre la zona. Jorge y su familia son de aquí y vivieron en primera persona todo lo que el narcotráfico supuso para la Sierra Nevada de Santa Marta… y os aseguramos que no fue nada bonito.

Cuando llegamos al campamento está a punto de atardecer. El resto del grupo se está bañando en el río, así que D se va con ellos y yo me voy a duchar porque los ríos y yo no nos llevamos demasiado bien. Tras el baño y las duchas de todo el grupo, nos sentamos a cenar. La verdad es que hay bastante buen rollo y la charla es animada. Es sorprendente que seamos los únicos que están viajando en vacaciones, el resto son viajeros a largo plazo que llevan meses recorriendo Latinoamérica.

Es curioso cómo cambia la percepción de las cosas según con quién estés. En Madrid teníamos la sensación de que nadie viajaba ya, que la covid había dinamitado el sector… y estando aquí siento que nosotros no viajamos apenas nada y que la covid solo ha animado a muchas personas a viajar, tomando incluso la decisión de abandonar sus vidas para hacerlo. Posiblemente, como siempre, la respuesta esté en el término medio.

Del campamento Adán al campamento Mumake

Nos despertamos con algunas secuelas de la ruta del día anterior, como piernas cansadas y una pequeña rozadura en un dedo… pero con cero picadudas de mosquito, lo cual es un puntazo porque el resto del grupo parece un colador. ¿El truco? Pantalón largo, manga larga y toneladas de repelente. Nos cuidamos mucho de las picaduras en ciertas zonas porque los mosquitos en según qué países transmiten enfermedades muy chungas… y mejor prevenir que lamentar.

El segundo día de la ruta el terreno cambia bastante. El sendero ya no es tal, ahora hablamos de un camino repleto de piedras, por el que hay que desplazarse con cuidado si no quiere uno torcerse el tobillo o tropezar y caerse. Además empezamos a tener que cruzar riachuelos y sortear zonas de barro.

Hacemos varias paradas, para reponer fuerzas tomando fruta y también en un campamento Wiwa donde Alejandrino, wiwa, y su mujer nos dan una pequeña charla. Bueno, la charla la da principalmente él porque ella no habla español. En esta zona habitan cuatro pueblos indígenas: los wiwa, los kogui, los kankuamo y los arhuaco. Todos ellos descendientes directos de los Tayrona.Nos cuentan un poco cómo viven y cuáles son sus costumbres, algunas de ellas algo controvertidas y difíciles de comprender para nosotros. Por ejemplo, es costumbre que los niños y niñas para pasar a ser considerados adultos tengan que «entrenarse» con una persona mayor para aprender cómo reproducirse. Por ponerlo finamente. Pasadas las prácticas, la familia «paga» a esta persona (normalmente en forma de trabajo o con comida) y el niño/a ya se considera adulto, por lo que es casado/a.  Resulta complicado escuchar estas cosas hoy día, siendo sinceros.

La última parada, justo antes de comer es una magnifica cascada que hay cerca del poblado y en la que da gusto bañarse.

La última parte de la ruta es especialmente dura porque es una subida muy empinada y abrupta durante una hora y pico, que me deja la rodilla destrozada. Luego, tras una pequeña bajada, llegamos al segundo campamento. Estamos ya a las puertas de la Ciudad Perdida, pero hasta mañana no será el día.

La ciudad Perdida

Llegar hasta Ciudad Perdida es una aventura absoluta. Para empezar la jornada hay que cruzar un río -no, no un riachuelo como hasta ahora, un río de verdad-. Y hay que hacerlo de dos maneras: o con ayuda de una cuerda y empapándonos, o con ayuda de una tirolina que construyeron hace menos de un mes y que consiste en una pequeña plataforma que se desliza por un cable de acero, y de la que tiene que tirar alguien por ambos lados. Nosotros elegimos la tirolina porque no necesitamos más ropa mojada en nuestra vida.

Tras eso, toca subir escalones. Y son muchos, muchísimos escalones. Escalones diminutos porque los tayrona no destacaban por su altura, ellos eran pequeños y de pies pequeños… y sus escalones son consecuentes a eso. Un horror para nuestros pies de gigante.

Pero cómo merece la pena subir. El lugar es impresionante. Es como estar en Machu Picchu, pero sin nadie. Nadie de nadie porque hemos sido los primeros en llegar. Es alucinante la sensación. Y el paisaje es un sueño.

Esta ciudad en realidad se llama Teyuna y se cree que hay muchas más perdidas en la Sierra Nevada de Santa Marta, enterradas bajo la espesa vegetación de este lugar… pero sacarlas a la luz y mantenerlas es excesivamente costoso… y los descendientes de los Tayrona tampoco están muy por la labor de que se busquen. Los tayrona enterraban a sus muertos bajo sus casas, y lo hacían con mucho oro mediante… así que podéis imaginar que los primeros que llegaron a Ciudad Perdida fueron los saqueadores de tumbas, que se llevaron todo el oro que encontraron. Y esto pues como que no quieren que se repita.

 

Tras la visita a Ciudad Perdida toca regresar. Hoy tenemos que llegar hasta el campamento donde almorzamos ayer… y eso implica hacer la subida mortal de hora y media de bajada, que con la rodilla como la tengo es un dolor tremendo. Así que vamos a paso tortuga.

Regreso al Machete

El último día toca también caminar un buen rato, aunque por suerte la mitad del camino es por el sendero que hicimos el primer día y hoy está nublado, así que el trayecto se hace más llevadero… lo malo es que la rodilla sigue dando guerra y cada paso cuesta un horror.

A eso de la 1, cuando ya todos han terminado de comer, llegamos a Machete para nuestro almuerzo… y vemos a los grupos que, con su ropa aún seca e impecable, se disponen a iniciar su camino. Es casi emocionante dejarles nuestros queridos bastones en herencia.

Al llegar a Santa Marta y despedirnos del grupo, tras una muy merecida ducha (de agua fría, claro está) y ropa limpia y seca, salimos de nuevo a cenar por Santa Marta. Nos damos un buen homenaje de cerezada y nos comemos dos hamburguesas enormes.

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