Nos recoge el conductor, que no habla nada de inglés, a las 8 de la mañana en nuestro alojamiento para llevarnos a hasta la frontera de Kazajistán. Lo hemos coordinado todo con un guía local al que contactamos a través de Los Viajeros, y que casualmente habla español, aunque no nos va a llevar directamente él, sino que se ha encargado de gestionarnos los conductores locales en cada sitio. Lo hemos hecho así porque no hemos encontrado nada de información sobre este frontera (ni en español ni en inglés) y no sabemos qué nos podemos encontrar en el otro lado, si habrá transporte público, taxis… ni, por supuesto, los precios. Así que, en vista del poco tiempo que teníamos para hacer esta excursión, hemos preferido curarnos en salud e ir a lo seguro.
La frontera
Según llegamos a Gishkuprik, la frontera entre Uzbekistán y Kazajistán, parece que estamos en un mercadillo con gente con cajas cruzando por todos lados y diversos puestos de pan y demás. La frontera terrestre nos parece bastante poco seria, pero los cierto es que cruzamos muy rápido y ningún tipo de problemas, así que maravilloso. Al otro lado está esperando otro conductor, puesto que pasar con coche es bastante lío y al parecer puede llevar horas, así que lo óptimo es cruzar a pie y cambiar de coche. Para nuestra tranquilidad, hay montón de gente ofreciendo transporte y cambio de moneda, de hecho hay hasta casas de cambio y de venta de tarjetas sim. Obviamente no preguntamos por los precios, pero parece que lo podríamos haber hecho por nuestra cuenta sin problema… y, aunque no tenemos claro a qué precio, algo nos hace intuir que hubiera sido bastante más barato. Pero bueno, ya está hecho.
Vamos de camino a Shymkent, y ya desde el principio se nota que Kazajistán es más pobre pese a tener más recursos naturales: gas, petróleo y, en general, más renta per cápita. Se nota en los coches, que son más antiguos, en las carreteras, que están en peor estado y en general de los edificios. Además, el ambiente es mucho más rural que en Uzbekistán… aunque, obviamente, también puede ser cuestión de la zona en la que estamos. Kazajistán es un país enorme, es complicado juzgarlo viendo únicamente una parte.
Kazajistán es el país más grande de Asia Central y, obviamente, la más grande de todas las exrepúblicas soviéticas. Su economía se basa en la minería, petróleo y gas, siendo uno de los mayores productores del mundo… y eso, claro está, significa que su economía es una de las más boyantes de la zona. Como Uzbekistán, es una república presidencial y también obtuvo la independencia en 1991. Su capital actualmente se llama Nursultan, en honor a su presidente, aunque antes de 2019 se conocía como Astaná. Nursultan Nazarbayev, que fue el presidente hasta su renuncia por temas de salud en 2019, es un tipo peculiar. El típico dictador megalómano que la URSS dejó al frente tras la independencia del país.
Como este conductor tampoco habla inglés y nos comunicamos utilizando el traductor de Yandex, se acaba generando alguna confusión. Como cuando nos dice que tiene tres hijos de 10, 8 y 6 años y que el mayor está trabajando en Corea del Sur construyendo casas… al final parece que lo que tiene son 3 nietos de esas edades y que su hijo, al que nunca ha podido ir a visitar, es el que vive y trabaja en Corea.
Shymkent
Al llegar a la ciudad nuestro conductor nos va parando y llevando a los sitios más importantes, que son pocos: primero paramos en el parque Abay, que está bastante cuidado y es un bonito parque urbano que no tiene nada que destacar, más allá de una estatua en honor al poeta que da nombre al parque.
De ahí vamos al museo de historia de la región, que es una cosa tremendamente curiosa: es un museo de cosas de la zona, tanto antiguas como modernas, incluyendo vestidos tradicionales, fotos de la época comunista, y muestras de las empresas y fábricas de la región (botellas de aceite, bolsas de pasta o cereales)… todo muy loco. Aún no tenemos dinero pero nos ha dicho conductor que vamos a la casa de cambio al final del tour, con lo que nos paga el la entrada con un método muy parecido a bizum y luego ya se lo devolveremos.
De ahí vamos al bazar Alina, que realmente es un gran mercado con muchísimos puestos de todo tipo. La gente está encantada con las fotos que les hacemos y probamos tanto los kurt, unas bolas de leche hervida típicas de aquí que saben a rayos, y un dulce muy rico hecho con fruta (aunque cuando intentemos comprarlo nos intentan estafar y pasamos). Lo que más disfrutamos es la sesión de fotos y retratos que hacemos, es muy curioso porque la mayoría de las personas que nos piden fotografías son mujeres, cuando habitualmente suelen ser las más tímidas a la hora de ponerse delante de la cámara… al menos en otros países. También nos llama la atención la cantidad de personas que tienen los dientes de oro, es exagerado.
Entre unas cosas y otras se los ha hecho la hora de comer, así que preguntamos con un sitio donde probar comida típica kazaja, y en particular el beshbarmak, el plato nacional del país, consistente en carne hervida picada servida sobre una especie de pasta gruesa. Vamos a un restaurante en el que probamos kazy (carne de caballo), súpertierna, baursak y kumis (leche de yegua), que está bastante malo. El total, entre la comida y el museo, son 7000 tenge (aunque sospechamos que debería ser menos).
Cerca de allí cambiamos dinero y ya nuestro conductor nos deja en el hotel… aunque realmente en el hotel que nos deja no es el nuestro, sino el de al lado, que se llama igual excepto que no es un hotel si no un hostel.. metido dentro de un centro comercial. Para más inri no tienen nuestra reserva, pero lo solucionan rápido y nos quedamos un rato descansando en nuestra colorida celda (parece una cárcel, aunque más bien es una especie de albergue juvenil).
Después de descansar un rato salimos a dar una vuelta por la ciudad que, como sospechábamos, no tiene nada que ver. Aunque hay que decir que parece agradable para vivir, como Taskent, con muchos árboles, parques y zonas verdes, avenidas amplias y gente tranquila. Sobre todo nos gusta el Arbat, que es una avenida peatonal llena de árboles, donde la gente está charlando y paseando, y que está junto a una especie de feria/parque de atracciones soviético medio desvencijado. Al final terminamos en un supermercado, comprando un par de helados súper soviéticos y comiéndonoslos frente a la pista de patinaje sobre hielo que tiene dentro el centro comercial.
Después de volver y ducharnos volvemos al Arbat a cenar, puesto que hemos visto que hay bastantes sitios de comer, pero a la hora de la verdad hay menos de los que parecía: terminamos cenando en un indio por 5900 tenge y volviendo al hostal mas tarde de lo que pensábamos. A pesar de que la ciudad no tenga nada, nos hemos pasado el día sin parar.