El último día del viaje llega casi sin plan. Ya hemos recorrido todo lo previsto, pero decidimos improvisar una escapada final: nos subimos al tren rumbo a Colliure, donde hemos quedado con Dani y Raphael, que nos aseguran que es uno de los pueblos más famosos de la zona. Nosotros lo habíamos incluido sin saber mucho, y de pronto resulta que en fines de semana se llena de gente, con ambiente de playa, terrazas y mucha vida. El típico pueblo de la Costa Azul, vamos.
Un paseo con vistas
Nada más bajar del tren, en apenas cinco minutos estamos en pleno paseo marítimo. Y la verdad: nos sorprende. A la derecha, el Château Royal domina el puerto con una elegancia medieval. A la izquierda, la iglesia de Notre-Dame-des-Anges, con su campanario que parece un faro, como si quisiera marcar el espíritu de este lugar. En el centro, una playa de roca, como es típico aquí, pero bien animada por bañistas y veraneantes. Y rodeando todo esto: restaurantes, bares, terrazas y ese aire costero que no habíamos visto en ninguna de las otras paradas de nuestro viaje. Además, Colliure está arropado por montañas y vegetación mediterránea, lo que le da una atmósfera recogida, casi mágica.
A medida que paseamos vamos entendiendo por qué Colliure tiene esa fama. Este pequeño puerto francés ha sido un imán para artistas y viajeros desde hace siglos. El Castillo Real, que se asoma al mar como una postal viva, tiene raíces en la Edad Media, cuando servía como fortaleza estratégica para la Corona de Aragón y más tarde para los reyes de Mallorca. Más adelante, fue reformado por los franceses y hasta utilizado como prisión. Y es que Colliure ha estado siempre en medio de disputas fronterizas entre Francia y España, cambiando de manos más de una vez.
Pero si hay una figura histórica que marcó su identidad cultural moderna, ese fue Henri Matisse, que junto a Derain y otros artistas de comienzos del siglo XX, encontró en Colliure la luz que daría origen al fauvismo. Desde entonces, el pueblo se volvió refugio de pintores, poetas y pensadores. Incluso Antonio Machado, el gran poeta español, encontró aquí su último descanso: huyendo de la Guerra Civil, murió en Colliure en 1939, a solo unos metros del mar. Su tumba, sencilla y cargada de emoción, es hoy lugar de peregrinación.
Después de recorrer la ensenada, subimos hacia la parte alta del pueblo, más tranquila y con un encanto diferente. Aquí ya no hay turistas, solo callejuelas adornadas con bungavillas inmensas, fachadas coloridas y el aroma de un verano eterno. Es un paseo breve —en media hora puedes recorrer el pueblo entero— pero cargado de belleza y momentos pausados.
Elme y una tarde de juegos
Llegada la hora de comer, vemos que iba a ser complicado encontrar mesa sin reservar, así que compramos algo para picar y tomamos otro tren corto hasta Elme, el pueblo donde viven Dani y Raphael. Allí nos esperaban con una comida casera de esas que saben a hogar: popiets deliciosos, conversación animada y mucho vino francés. Y, por supuesto, una sobremesa de lo más apetecible con unas intensas partidas de juegos de mesa, una afición que compartimos con nuestros amigos.
Aunque Elme también tiene lo suyo (una catedral imponente, murallas, historia…), la tarde se nos escapa jugando a juegos de mesa, riendo, compartiendo anécdotas y disfrutando de ese tiempo sin prisas. Cuando nos damos cuenta, casi perdemos el último tren de regreso.
Una despedida sencilla, distinta, inesperada… pero perfecta. Como todo este viaje.