Diario de NY (1):La chica del banjo
Diario de NY (1):La chica del banjo

Diario de NY (1):La chica del banjo

Mi vida electrónica yacía desplegada ante mí. Ocupaba exactamente seis cajones de aeropuerto. Mi cámara de fotos, mi kindle, mi smartphone, mi portátil, mis objetivos… y cables, multitud de cables y cargadores. Mientras volvía a guardar todos aquellos cables en la maleta me encontré pensando en cómo lo que se supone que nos debe liberar acaba por anclarnos. No en vano, allí estaba yo, en medio de Barajas buscando un enchufe al que atarme durante la hora que restaba para que mi avión despegase. Estaba a punto de encerrarme durante ocho horas en un avión, sin cables. Volar es lo más parecido a la libertad y lo hacemos dentro de esas enormes jaulas metálicas. Paradójico.

Cuando embarqué ella ya estaba sentada. La chica del banjo. Sólo que entonces yo no sabía nada de ella, ni que los banjos tienen 5 cuerdas, una más corta que el resto. Me fijé de inmediato en que estaba leyendo a Hemingway. ¿Por quién doblan las campanas? traduje. Supuse que era americana y me pareció un detalle que leyera precisamente ese libro en aquel vuelo. Me preparé para el despegue y anoté un par de ideas en mi moleskine.

No recuerdo cómo empecé a hablar con ella. Creo que pregunté por su estancia en España. Me contó que había estado dando tumbos por Europa. Tenía un buen español, aprendido en Nicaragua tres años atrás, pero terminamos comunicándonos en inglés. Tocaba el banjo, me dijo. Había estado trabajando en Mallorca un par de semanas. Ella misma había construido su instrumento y la funda en la que lo llevaba, lo cual me resultó bastante impresionante. Se llamaba Kia y era de Washington (el estado, no la ciudad) aunque actualmente vivía en Nueva Orleans. La cuna de la música, me aseguró. Me contó que componía sus propias canciones, con un estilo muy personal, inspirado en los orígenes de la música folk. Me gustó la pasión con la que hablaba de su música. Seguimos la conversación. Viajes, Europa, Estados Unidos… mencionó a Orwell, a Huxley, a Ray Bradbury. Supe de inmediato que era de las mías. Allí, a 20 mil pies de altura, mientras recorríamos los 5757 km que separan Barajas de JFK nosotras hacíamos de aquel vuelo, idéntico a otros tantos, algo único. Compartíamos en aquellas 8 horas sin cables más de lo que podría caber en cualquier red social. A veces hace falta mirarse a los ojos. O no, en contadas y mágicas excepciones.

Cuando aterrizamos en Nueva York intercambiamos datos. La vi colgarse su banjo a la espalda y nos despedimos con la promesa de reencontrarnos algún día, ya en Madrid o en Nueva Orleans.

Después de pasar el control de acceso a USA cogí un taxi. Ahora estoy en un apartamento de NoLiTa, peleando con el jet lag y con esa sensación de haber vivido algo mágico. Sin duda, un gran comienzo para este viaje.

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